Aclarando las cosas.

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Hacía un rato que había llegado a casa de Kate pero no me decidía a tocar. Había estado todo el camino pensando en qué diría o qué excusas pondría pero al llegar a la puerta me quedé totalmente en blanco, sin saber qué decir o qué hacer.

Finalmente decidí tocar el timbre. ¿Y si estaba enfadada? De todas formas ya estaba ahí, no podía echarme para atrás.

Una señora se acercó desde la parte derecha del jardín abriendo la reja que permitía el paso hacia la propiedad.

Supuse que era familiar de los gemelos, quizás la abuela. Sus grandes ojos verdes me observaban con curiosidad, el cabello rubio, que dejaba ver muchas de las canas, recogido en un moño bajo, y varias arrugas se hacían notorias sobre su rostro.

—¿Necesitas algo?—preguntaba amablemente. Su voz era dulce, suave.

—Estoy buscando a Kate—contesté algo nerviosa.

—¿Eres amiga suya?—sonrió cálidamente.—pasa cariño.

La seguí por el caminito de piedras que se formaba en dirección a la casa hasta introducirnos dentro del hogar.

—Espera aquí cielo, iré a buscarla.

Subió por las escaleras en forma de caracol que habían en medio de la sala y me quedé sola.

La casa era acogedora y muy amplia. Me acerqué a uno de los muebles que quedaba pegado a la pared, muchas fotos lo decoraban haciendo de este algo mucho más destacable entre el resto. En la gran mayoría de ellas aparecían los hermanos de mil maneras diferentes, desde que eran unos bebes hasta la actualidad, varias de ellas con su padre, un señor rubio de ojos azules, muy parecido a la señora. Se veían tan felices...

Me asomé por una de las ventanas que daba al jardín trasero. Observé un precioso rosal. Estaba bastante florecido, varios pétalos se dejaban caer haciendo de él algo maravilloso. Muchas flores decoraban la hierba verde, y otros pocos árboles de pequeño tamaño crecían a lo lejos.

—Andra—miré a Kate que se veía seria.—sígueme.

Iba detrás de ella, yendo por la escalera que anteriormente había subido la señora, hasta que llegamos a su habitación y cerró la puerta detrás de nosotras.

El ambiente estaba cargado de tensión. El silencio era tan inmenso que la incomodidad solo iba en aumento. Y se veía molesta, no sabía por qué, pero lo estaba.

Se dirigió hacia la cama sentándose en ella y acariciando a una gata de raza siamés que dormía tranquilamente. Era ya bastante mayor, lo único que la cubría era su pelaje, pero bajo este podía notarse lo delgada que estaba.

Me quedé junto a la puerta viendo la escena.

—Es Betsy—sonrió sin mirarme y no dije nada.—Era de mi madre. Es lo que dejó cuando...cuando se fue.

—¿Te refieres a que...?—no terminé la oración.—Lo siento...—alcancé a decir. Era muy mala para esas cosas, y si no sabías que decir lo mejor era callar.

Pasaron varios segundos antes de que volviese a hablar.

—¿Puedes decirme qué te ocurre?—seguía sin mirarme.

—¿A qué te refieres?

—¿Por qué has estado evitándome todo el tiempo?—dejó de acariciar al animal fijando sus ojos en mí.—¿Ya no quieres ser mi amiga?

—¿Qué?—dejé de apoyarme en la pared acercándome a ella.—Eso no es verdad.

—¿Entonces? ¿Por qué te comportas así? No me hablas, me evades, no me contestas las llamadas, ni siquiera me has hablado para decirme cómo te fue—suspiró cansada.—Estaba preocupada por tí.

Bendita MaldiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora