Revelando realidades.

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"Sonríe, quizás tu sonrisa alegre a alguien" Es lo que ponía en uno de los murales cerca del arte de pintura.

Esas frases optimistas a veces me ponían de los nervios. Más que a veces, en esos momentos, dónde todo se tornaba gris.

Me dirigí al jardín. Teníamos clases con la profesora Tomasó, y como sabía que no haríamos nada, me fui. No estaba para aguantar a nadie. Me senté en una de las mesas que quedaban cerca del edificio, aunque tomando la suficiente distancia como para que no me molestasen.

Me apoyé en el respaldo del banco y observé el césped. Recordé aquella vez con Kaín, cuando "se declaró". Me sentía tan patética... ¿Pero qué podía esperarme? Yo tenía toda la culpa, por dejarme engañar de esa forma, por ser tan idiota de creerle cada palabra. Solo esperaba no cruzármelo por ninguna parte. Era irónico cómo hace unos días estaba desesperada por hablar con él, por verle, por saber que estaba bien, y ahora... Ahora solo suplicaba no encontrarlo.

—¿Por qué será que siempre te encuentro en un lugar con plantas, florecita?—Álec tocó mi pelo con delicadeza y en seguida me puse en guardia.

—No me toques—limpié una lágrima que se había caído sin querer.

—Lo siento, a veces se me olvida que no te gusta—se sentó junto a mí y por acto reflejo me levanté.—¿Tienes mal de amores?—no pasó por alto el acontecimiento de hacía unos segundos.—¿Kaín?

—¿Qué te importa, eh? No me apetece hablar contigo, así que, por favor, déjame tranquila—di media vuelta y me dispuse a irme, pero me sujetó del brazo haciendo que lo volviera a mirar.—¿Qué haces? ¡Suéltame!

—Pronto lo volverás a ver en los brazos de Mónica, es lo que hace siempre—me penetró con la mirada y yo forcé por intentar aparentar que eso me daba igual.—lo ha hecho muchas veces, ellos discuten, él se busca a otra, y después de un tiempo vuelven a estar juntos, ¿Por qué no quieres darte cuenta?

—Lo que pase conmigo es asunto mío. ¡Te he dicho que me sueltes!—traté de zafarme pero me sujetaba con fuerza con ambas manos.

—Lo estoy diciendo por tu bien, ¿Por qué te empeñas en sufrir a su lado? Yo podría darte mucho más.

—Te estoy diciendo que me sueltes—hablé entre dientes y le di un empujón con todas mis ganas consiguiendo mi propósito.—Aun si Kaín no fuese bueno para mí, yo no quiero nada contigo.—intenté irme pero volvió a sujetarme por el brazo.

—Te vas a arrepentir por darme este trato, Andra, me estás humillando y no te importa.

—Te estás humillando solo—volví a zafarme de su agarre.—no es culpa mía que no entiendas que no significa no.

Ahora sí pude marcharme y me alejé de él todo lo que pude.

—¿Alguien necesita desgracias en su vida? De verdad, las regalo—hablé en voz baja con un tono sarcástico.

—Eh, Andra—oí la voz de Jael detrás de mí y me detuve para esperarlo.—¿Qué haces aquí?

—¿Qué haces tú aquí?—evadí la pregunta.—deberías estar con tu padre, sé que tiene clases ahora.

—Nah, estaba aburrido, así que he venido aquí a dar una vuelta—le restó importancia al asunto.—te he visto hablar con ese tipo de nuevo. ¿Te estaba molestando otra vez?

—No...—mentí.—solo hablábamos.

—Ya veo...—comenzamos a andar juntos por la zona.—¿Y por qué estás tan triste? Ayer al final no me dijiste qué te ocurría, y hoy te ves mucho peor.

Bendita MaldiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora