Por él.

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Las semanas iban pasando y Kaín no se aparecía. Esa angustia de tener que pensar que le había ocurrido algo siempre era desagradable, pero tenía que aguantarme puesto que no tenía de otra, salvo esperar. Después de la advertencia de Marcos sobre intrusos invadiendo el hogar, Álec se dedicó a reforzar la seguridad, y temía por que Kaín estuviese metido en problemas.

Eso no era lo único que me preocupaba. Comencé a sentirme mal desde hacía unos cuantos días, dónde los vómitos no cesaban y de vez en cuando sufría dolores abdominales y lumbares que tampoco me dejaban en paz.

—¿Te ocurre algo?—Álec me observaba mientras almorzábamos en la gran mesa.—desde hace unos días te estoy notando extraña, más de lo normal.

—¿Tiene que pasarme algo?—dirigí la vista hacia él molesta. Aún no superaba que hubiese utilizado a mi madre para salirse con la suya, o que hiciera tanto daño a la ligera sin importarle lo que pudiera causar.

—No me hables así—dió un golpe con el tenedor sobre la mesa.—Estás rara desde el baile, quiero saber qué has hecho ahora.

—¿Qué he hecho yo?—solté un chasquido con la lengua.—eres tú el que sigue manteniendo secretos todo el tiempo, has reforzado la seguridad y aún no me dices por qué.

—Eso no es de tu incumbencia, y te ordeno que te tranquilices, no estoy para aguantar ni una estupidez—limpió su boca con la servilleta.

—Yo tampoco quiero que me molestes—de nuevo aparecieron la náuseas y el dolor estomacal.

—¿Qué te ocurre?—observó mi cara de angustia.

—No me encuentro bien—me puse en pie y todo comenzó a verse borroso.

—Eh, Andra—se puso en pie y vino corriendo para que no cayese al suelo. Sujetó mi cuerpo y su cara se veía distorsionada.—¿Puedes caminar?

—Creo que sí—antes de dar un paso me cargó en brazos y me subió hasta su habitación. No entendía por qué me había llevado hasta ahí, quizás porque era la más cercana a las escaleras.

—Voy a llamar al médico para que te revise, estate tranquila—me dejó sobre la cama y salió de la habitación.

¿Por qué de repente se comportaba amable conmigo? Esta vez no había nadie para que fingiese.

¿Y esos mareos repentinos? Solo rezaba por que no fuese lo que me estaba imaginando. Kaín y yo tuvimos una noche mágica, lo reconocía, pero no medimos las consecuencias que podría traer. No estaba preparada para eso, y menos viviendo con Álec, que además estaba apunto de descubrirlo si era cierto. Y desde que estuvimos juntos no me tocó ni un solo pelo, aunque lo intentó. Ahora sí estaba en apuros.

—El médico viene de camino—volvió a entrar sentándose junto a mí.

—Álec, estoy bien—me puse en pie alejándome un poco de él.—no es necesario que venga, seguramente fue a consecuencia del estrés, como la otra vez.

—De todas formas prefiero asegurarme de que todo está bien—se levantó también volviéndose a acercar y sujetó mi mano.

—¿Por qué te preocupas ahora por mí?—pregunté desconfiada.

—Porque eres mi mujer, tengo que cuidar de ti—acarició mi mejilla y por un momento sentí amor real, aunque estábamos hablando de Álec, nunca se sabía nada con él.

—Señor, el médico ya está aquí—Carmen apareció y Álec se dirigió a la puerta.

—Iré a atenderlo, en seguida vuelvo—me dijo y salió.

Bendita MaldiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora