Qué te importa.

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Subí a la tercera planta dirigiéndome a los aseos, debido a que al conserje se le ocurrió la grandiosa idea de irse a desayunar y dejar los de abajo cerrados. Abrí la puerta del primero y me encontré con los típicos retretes masculinos para hacer las necesidades de pie.

Genial, entré al servicio de hombres, aunque por suerte no había nadie. Di media vuelta y me dispuse a salir. Ya de paso podrían haber puesto los cartelitos, como en cualquier lugar. Si presumían de tener tanto prestigio, algo tan simple no debía faltar ahí.

Intenté salir, pero un cuerpo me detuvo. Cómo no, era Kaín. Siempre me lo encontraba en todas partes, parecía una maldición que me seguía a todos los sitios. Hacía una semanas que no me cruzaba con él, había intentado evitarlo a toda costa, después de todo disfrutaba viéndome mal. Siguió contando cosas sobre mí, y pronto empezaron a importarme muy poco los murmullos.

¿Cómo podía ser tan miserable?

—¿Qué haces aquí?—echó un vistazo a los servicios por si había alguien más.

—No te importa—quise evitarlo pero se interpuso.—quita.

—Qué haces aquí—volvió a preguntar con el gesto serio.

—No te importa—repetí.—déjame pasar.

—¿Por qué?—cerró la puerta y la bloqueó con su cuerpo.

—¿Qué crees que haces?—me tembló la voz, pero no dejé que me intimidase.—si no me dejas ir voy a gritar.

—Hazlo, eso tampoco me importa—sacó su paquete de cigarros y se colocó uno en la boca. Sabía que odiaba que fumase y aún así lo hacía, seguramente para enfadarme, pero no iba a caer en su juego. Tapó el detector de humos como lo hizo Giselle aquella vez en el cine y le prendió fuego.

—¿Qué pretendes?

—Te he hecho una pregunta, contéstamela—le dio la primera calada.

—Ya no tengo por qué rendirte cuentas, no eres nadie en mi vida—apreté el puño con rabia.

—¿Quieres uno?—me mostró la caja y la negué con una cara despectiva.—Hazme un favor y abre la ventana.

—Yo no trabajo para ti, no pienses que vas a tratarme como a—antes de que terminase de hablar siseó con la boca para que guardara silencio y puso todos sus sentidos en alerta.—No me mandes callar, te estoy hablando.

—No hables—retiró el pañuelo del aparato y apagó el cigarrillo contra el lavamanos arrojándolo por el retrete. tiró de mi brazo y nos encerró en la cabina echando el pestillo.

—Te estoy diciendo q—intenté salir pero tapó mi boca apretandome a su pecho.

—Cállate, si no quieres meterte en problemas—susurró en un tono bajo detrás de mí oreja y su olor vino a mí.

La puerta se abrió, se oían unos tacones resonar en el suelo, y unos zapatos. Eran dos personas, y estaba claro que una era una chica.

Vaya, sus sentidos eran increíbles, yo no oía a nadie llegar.

—Sht...—siseó una de las personas comprobando que no oía nada, seguramente asegurándose de que el lugar estaba vacío.

—Nadie viene aquí—reconocí la voz de Mónica.—no te preocupes.

—No hay que ser imprudentes—la segunda voz pertenecía a Álec. No entendía qué hacían ahí.—¿Cómo te ha ido?

—¿Qué crees?—su voz indicaba molestia.—Kaín ya no me voltea a ver, desde que esa perrita se interpuso entre nosotros. Prefiere estar con cualquiera que conmigo.

Bendita MaldiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora