Confía en mí.

48 5 0
                                    

Estuvimos cerca de una hora comiendo, hablando e incluso riendo. Y algunas veces la gente se apartaba porque su mirada sombría los espantaba.

—A todo esto...—miré sobre la mesa en la que nos encontrábamos apoyados. Algunas gotas comenzaban a mojarla, pero no era nada de lo que preocuparse, solo chispeaba.—nunca me has dicho cuantos años tienes...

—¿Es importante saberlo?—hablaba con total indiferencia.

—Pues sí, ¿Qué tal que estoy saliendo con un hombre de unos, qué sé yo, treinta o cuarenta años, y no lo sé?—quizás había exagerado un poco, pero existía la posibilidad de que eso fuese cierto. Tampoco aparentaba tener menos de veinte años, ¿Pero qué tal que los tenía?—¿Y si eres más pequeño que yo y tampoco lo sé?

—¿Y qué si lo fuera?¿Me dejarías?—cruzó sus brazos sobre la mesa sin dejar de mirarme.

—Quizás... todo depende de que me lo digas—sabía que no era más pequeño, por el curso en el que estaba, aunque bien podía ser un superdotado y haberse saltado cursos, teoría que aprobaría si no fuese porque Jael y Hugo habían compartido clases con él desde pequeños y ambos eran más grandes que yo.

—Hagamos un trato...—no parecía ofendido por mi respuesta, tal vez porque se había dado cuenta de que lo dije para molestarle.—si me besas te lo diré.

—¿Por qué?—puse en duda su petición. No es que no quisiera, pero no era lo mismo que saliese de forma natural a que él me lo pidiese y esperase a que se diera.—hay mucha gente aquí.

—¿Y qué? ¿Muchos de ellos no están haciendo lo mismo?—deshizo el cruce de brazos levantándose del asiento algo molesto.—De todas formas ya empiezan a marcharse, deberíamos irnos también si no quieres que nos empapemos.

—Espera—lo sujeté del brazo deteniéndole.

La gran mayoría de las veces, por no decir todas, era él quien me besaba. ¿Por qué no tomar la iniciativa yo?

Tomó asiento de nuevo dejando cada una de sus piernas a cada lado para mirarme de frente. Con mis dedos comencé a hacer un recorrido por su rostro dejando las manos detrás de sus orejas y los pulgares sobre sus mejillas. Bajé mis ojos a su boca y poco a poco fui uniéndome a él. Sentí una pequeña descarga agradable y no me separé de él, tomando un ritmo constante y muy dulce por parte de ambos.

Cortó el contacto para sujetarme de la misma manera que lo hacía yo dejando una corta distancia entre nosotros.

—Veintitrés—contestó a mi pregunta.

En realidad sí me sorprendió. Esperaba que fuese más grande que Hugo, pues era siempre quién lo protegía, y así se veía. Hugo tampoco aparentaba los veinticinco, cualquiera diría que las edades estaban invertidas.

Las gotas comenzaron a bajar con más intensidad, deslizándose por la cara de Kaín y haciéndolo verse mucho más atractivo bajo estas. Con mi dedo, que aún se mantenía en el mismo lugar, repasé su mejilla llevándome unas cuantas gotas. Con ello recordé la vez que nos mojó el aspersor, cuando me declaró sus sentimientos e inconscientemente sonreí. Si él era capaz de dar tanto por que esta relación funcionase, ¿Por qué yo no? Quizás dos meses se veían como pocos, pero se sentían como una eternidad.

—Yo también te quiero—finalmente solté las palabras sorprendiéndonos a ambos.

En un acto de impulso, estampó su boca con la mía llenándola de vibraciones constantes que poco a poco me iban dejando sin aliento. Su proximidad tampoco cesó, por lo que los dos terminamos cayendo hacia atrás sobre el suelo. Eso no fue un impedimento, porque continuó con el mismo ímpetu y la misma fogosidad con la que lo hacía al principio, o tal vez más.

Bendita MaldiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora