Familia y otras cosas.

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Los días pasaron como si nada. El viernes los gemelos tampoco se aparecieron, pero a cambio pude pasar un poco más de tiempo con Kaín, quien me estuvo explicando los ejercicios que yo no entendía. Y no es que se me diesen mal, pero habiendo faltado tanto tiempo a una asignatura a la que necesitabas prestarle mucha atención, era difícil enterarse. Para mi sorpresa se le daban genial, y pudo ayudarme algo, aunque he de admitir que pensé que era solo un farol para que cediese a marcharme con él.

Fui a trabajar como si nada hubiese pasado, Alfred no me tuvo en cuenta lo que pasó esa noche, porque Kaín le dijo que se había metido conmigo, y que era él quien me había molestado, pero gracias a él tuve que trabajar también el sábado para compensar que el día anterior no asistí. Al menos me llevé un dinero extra por trabajar también en la mañana cuando mi horario solo era de tarde.

Por suerte tenía el domingo libre, y opté por dedicarle algo de tiempo a mi hogar. Ya había recibido mi salario por haber completado el mes, así que decidí invertirlo en algunos muebles.

Me encontraba en un supermercado, estaba de camino y también necesitaba unas cosas de ahí por lo que me dediqué a buscarlas, como productos de limpieza del hogar o de higiene personal, o los alimentos que me hacían falta.

Comencé a pasear con mi carrito, que ya iba por la mitad, viendo las estanterías y sus productos. Había una variedad de ellos, y me costaba decidirme por algo, así que podía estar como media hora debatiéndome entre uno y otro, lo que quería decir que ya llevaba un rato grande ahí.

—¿Así que a ti también te obligan a comprar?—la voz de Jael me sobresaltó por detrás.—No entiendo por qué tienen que mandar al mayor siempre—parecía indignado, y me causaba mucha gracia, aunque no entendía muy bien de qué hablaba.

—¿Quién te obliga a comprar?—sonreí pensando que se le había salido un tornillo de la cabeza.

—¡Mi madre! dice que no hago nada en casa cuando me mato a estudiar, pero luego ves que mi hermano menor de quince años se la pasa jugando a la consola, aunque claro, como es su hijo favorito, a él no le dice nada.

—¿Tan molesto es venir a comprar?—reí.—No sabía que tuvieses hermanos.

—Los tengo, concretamente dos, y son insoportables.

—¿Y qué hay del otro?—me surgió curiosidad.

—La otra—me corrigió.—Adeline es la niña consentida de papá, así que cuidado con mencionarla—no comprendía su enfado, no era para tanto.—¿Y tú?¿Tienes hermanos?¿También te han obligado a venir?

—No tengo, pero igualmente, yo vivo sola—le expliqué sin perder la sonrisa.—tengo que hacerlo si no quiero morir entre mugre.

—No sabes la suerte que tienes—chocó su frente contra la estantería que revisaba.

—No lo creo, se nota que quieres a tus padres, una vez lejos de ellos llorarás todas las noches por su ausencia—me burlé.—aunque no creo que sea malo extrañarlos.

—¿Tú echas de menos a los tuyos?—miró por el rabillo del ojo a mi carrito, no por ocultar que lo hacía, más bien porque no quería moverse de dónde estaba.

—No lo sé—me encogí de hombros sin querer centrarme demasiado en ese tema.—¿Por qué revisas mis cosas?—comencé a empujar el carrito de nuevo por los pasillos después de escoger el producto.

—Veo que has comprado muchos dulces—sonrió y comenzó a perseguirme.—¿Tienes pensado engordar 50 Kilos?

—Me ayudan a concentrarme mejor en épocas de examen—reconocí con cierta vergüenza.—¿Tú qué buscas?—miré hacia atrás intentando ayudarle al ver que no había comprado nada.

Bendita MaldiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora