Confusión.

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Abrí los ojos muy lentamente con un terrible dolor de cabeza tratando de reconocer algo a mi al rededor, y lo primero que pude identificar fue una silueta negra, la cual se asemejaba a la figura de un hombre, frente a mí, que me sujetaba el brazo de manera suave.

Varias imágenes aparecieron en mi mente haciéndome recordar parte de lo ocurrido, e inmediatamente me puse en alerta tratando de liberarme del agarre.

—¡Suéltame, no me toques!—me eché para atrás descubriendo que estaba sobre una cama y que prácticamente quedaba desnuda salvo por una chaqueta que me envolvía, y una sábana de tela fina que agarré con fuerza como si se tratase de un escudo. Algo que lejos de tranquilizarme, me horrorizaba aún más.

—Andra, tranquila, soy yo—reconocí la dulzura de su voz.

—¿Hugo?—Aclaré mis ojos fijándome mejor en su rostro.

Al confirmar que era él, una sensación extraña comenzó a formarse en mi pecho haciendo que mil lágrimas, incontrolables, comenzaran a derramarse a lo largo de mi mejilla. Sin pensármelo dos veces me abalancé sobre él y lo abracé con fuerza, dejándome envolver por sus brazos que también acariciaban mi pelo.

—Ya pasó, pequeña—susurraba en mi oído, pero no consiguió que dejase de sollozar.

Noté una presión en el costado derecho seguido por un ardor y un dolor que recorrían la zona.

Bajé la vista hacia este y pude ver que una venda rodeaba mi cintura, y que empezaba a teñirse de rojo. Uno de mis brazos también estaba vendado, y en el otro una vía por la que pasaba más sangre desde una bolsa que quedaba colgada en una máquina similar a la de los hospitales.

Mis recuerdos eran borrosos, pero estaba segura de que la última vez que estuve consciente no era en una cama, en la casa de Hugo. Lo observé confundida esperando a que me diese una explicación.

—¿No te acuerdas de nada?—negué con la cabeza.—Bueno, tú...

—No es el momento, Hugo—una tercera voz se hizo presente en la conversación interrumpiéndolo.

Kaín se encontraba apoyado junto a la puerta, observándome fijamente, con los brazos cruzados sobre el pecho, con su gesto serio, cómo no.

—Tiene razón, ya tendremos tiempo de hablar sobre ello. Ahora lo importante es esto—señaló la zona por la que sangraba.—seguramente al realizar el movimiento brusco se haya descosido algo.

Trató de destaparme por completo apartando la sábana pero la sujeté con mis manos negándome.

—Prefiero que no haya nadie—miré incómoda a Kaín, que aún tenía puestos sus ojos en mí.

Kaín salió de la habitación sin decir nada y nos dejó solos. No quería que me viese desnuda, y de no ser porque Hugo iba a ayudarme, tampoco se lo habría permitido a él.

—¿Puedes...?—señaló la tela, y poco a poco comencé a soltarla.—¿Cómo te encuentras?—preguntó mientras desenvolvía el vendaje.

—Todo me da vueltas, y me duele mucho la cabeza.

—Es algo normal, no te preocupes. ¿Algún otro síntoma?—revisaba la zona con algunos instrumentos que quedaban sobre la mesilla.

—Hace un momento, sentí unos punzones donde la herida, pero han ido disminuyendo.—levanté la cabeza observando cómo con total tranquilidad me trataba.

—Sí, eso también es normal, se te está pasando el efecto del sedante—terminó de revisar la herida y ahora controlaba mi pulso y mi tensión.

Bendita MaldiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora