¿Nuevos problemas?

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Habían pasado dos semanas desde que empecé a trabajar en aquella cafetería. Cuando Alfred dijo que el trabajo sería duro, no iba en broma, pues eramos solo cuatro camareros y debíamos repartirnos la labor entre todos.

El primer día de incorporación no se veía tan costoso, ya que apenas solía haber gente y el lugar quedaba bastante tranquilo, pero en las tardes se convertía en todo lo opuesto llegando hasta el punto de no tener tiempo para atender y servir correctamente a los clientes.

Ana había sido una muy buena compañera ayudándome en todo lo necesario, y gracias a ella podía manejarme en el lugar.

También estaban Elizabeth, que por alguna razón no le caía del todo bien, y se limitaba a mirarme por encima del hombro y a responderme de manera muy grosera; Cory, que era tan agradable y simpático como distante en ocasiones; y finalmente Steven, que se encargaba de la cocina pero no solía hablar con nosotros, quizás porque tampoco entendía mucho nuestro idioma ya que era japonés.

Cuando le conté a Kate lo que me había pasado, primero me reclamó por no haberle contado lo que había sucedido en la cafetería con Mónica y también con Kaín, pero luego se sintió bastante mal por no haber podido hacer nada y que me hubiesen "expulsado", por llamarlo de alguna manera.

Por lo que me contaba, ya se había enterado toda la universidad de lo ocurrido. Al parecer no dieron la identidad del chico al que golpeé, pero sí se había difundido el rumor de que insulté a Mónica por un chico, y que yo era la otra que pretendía quitárselo. Era gracioso porque todos sabían lo mala persona que podía ser si se lo proponía, y por eso deberían de haber intuido que los hechos no sucedieron así, y que eran inventos suyos.

También me iba diciendo cómo avanzaban las cosas en la universidad y en su vida en general, y cuando tenía un hueco libre quedamos para no perder nuestra amistad.

—Andra—me llamó Ana.—Si te quitas de en medio me harías un gran favor.

—Lo siento—me disculpé haciéndome a un lado, y Ana pasó con algunas macetas en la mano.

Me había quedado parada en la puerta del almacén impidiendo el paso a todo el mundo.

—A mí me haría un favor desapareciendo de la vida—decía Elizabeth con esa sonrisa tan siniestra que ponía en muchas ocasiones.

—Lisa...—intervino Cory de mal humor.—Andra, ¿Por qué no vienes y me ayudas?

Obedecí sin decir nada. Elizabeth podía ser muy insoportable, solía tener un humor de perros las 24 horas del día, pero no me interesaba discutir con ella, simplemente me hacía la sorda ya que no quería perder el trabajo también.

Hacía un rato que habíamos cerrado el local, pero permanecíamos ahí porque Alfred nos pidió que comenzáramos a decorar el lugar ya que se acercaban las fiestas de Navidad y quería dar una buena impresión a los clientes para que se sintiesen como en casa, aunque era extraño porque aún quedaba un tiempo para la fecha.

—No le hagas caso, ella siempre trata a la gente así. Pero en verdad es una buena persona.

—¿Ah sí?—rodé los ojos sin creerme lo que decía.—Eso lo dices porque es tu novia.

—¿Mi novia?—comenzó a reír convirtiendo las risas en carcajadas y retorciéndose en el suelo como si recibiese calambres.—¿Por qué crees que estamos saliendo?

—Bueno...digamos que lo he intuido...—lo miré fijamente para volver a hablar.—He llegado a la conclusión de que ambos os gustaís, y que os entran instintos asesinos en determinadas ocasiones.

Se incorporó del suelo poniéndose algo más serio, pero sin perder el gesto que mantenía antes.

—¿Y de dónde sacas esas conclusiones?

Bendita MaldiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora