Hablaré con él.

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Llevaba casi media hora llamando a Hugo, pero no me contestaba. También lo había intentando el día anterior, y el anterior, pero no obtenía respuesta por su parte.

Llegué a un estado de desesperación: Dos días sin saber absolutamente nada de Kaín, y encima Hugo no me cogía el teléfono, siendo el que siempre contestaba al llamar. Odiaba mentir, así que para no hacerlo prefería evadir cualquier contacto conmigo.

El móvil comenzó a sonar sobre mis manos, y antes de que se me cayera por el susto, lo recogí en el aire para responder.

—Hugo, ¿Por qué no me contestas las llamadas?—hablé con molestia en mi voz. Supuse que al ver tantas llamadas perdidas, se dignaría a devolvérmelas al menos.—Llevo horas intentando comunicarme contigo.

—¿Andra?—oí la voz de Kaín, débil, pero era suya. Revisé la pantalla varias veces comprobando que no era Hugo, sino un número desconocido.

—¿Kaín?¿Dónde estás?—fue la primera pregunta que se me vino a la cabeza.—¿Te encuentras bien?

—Sí...—dudó al responder.—necesito que contactes con Hugo, dile que me encuentro en las 3 calles cruzadas, él sabrá que hacer.

—Vale, voy a ir con él—respondí totalmente segura.

—No empieces, Andra, he dicho que le avises—su voz continuaba en el mismo estado, claramente le pasaba algo.

—No seas idiota, sé que te pasa algo, voy a ir con él—insistí.

—No seas idiota tú, habla con él para que venga de inmediato.—me ordenó y colgó al momento.

Imbécil... No era uno de sus empleados para que me diese órdenes. ¿Con quién se pensaba que estaba hablando?

De todas formas informé a Hugo de la situación. Tuve que llegar hasta su casa, al parecer sabía que algo no iba bien y decidió ir en su búsqueda. Fue una suerte que lo alcanzase y pudiera explicarle lo que ocurría, aunque ignoré la petición de Kaín y le supliqué que me llevase con él, puesto que este también se negó al principio.
Después de un largo recorrido en completo silencio llegamos hasta dónde dijo Kaín que estaría, y seguí a Hugo, quién tomaba la iniciativa de caminar y conocía bien la zona.

Era una especie de barrio lleno de callejones que parecía abandonado, todos ellos unidos por tres grandes carreteras que se conectaban entre sí. En una puerta de uno de los callejones encontramos a Kaín sentado sujetando su costado. Este, al percatarse de nuestra presencia, se puso en pie dejando entre ver su rostro cansado y pálido. Me acerqué a toda prisa junto a él cuando comprobé que se había puesto a caminar con dificultad en dirección a nosotros.

—Eres una cabezona—dejó caer su cuerpo sobre mí y yo lo recogí con mucho esfuerzo. Hugo se aproximó a nosotros y me ayudó a sujetarlo mejor, para llevarlo al coche.


Por suerte no se había desmayado, pero se sostenía en pie a duras penas. Le dediqué una mirada a Hugo para que me explicase qué pasaba, pero mantuvo el silencio. De nuevo el camino surgió sin ningún ruido, hasta llegar al destino. Conocía muy bien ese lugar, Kaín me había llevado una vez ahí, y no era nada más y nada menos que su casa.

—¿Puedes ayudarme?—me hizo un gesto para que abriese la puerta de la casa con las llaves que habían en el coche mientras ayudaba a Kaín a bajarse de este.—Gracias—ambos se introdujeron en la vivienda mientras yo los seguía por detrás, cerciorándome de que no le ocurría nada.

Bendita MaldiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora