Circustancias.

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—Hugo, ya estoy bien—decía mientras cogía varias de las verduras y las cortaba.

—No, claro que no, necesitas descansar—me quitó el cuchillo para que no pudiese llevar a cabo la acción.—yo puedo encargarme, no te preocupes.

—No me gusta estar sin hacer nada, llevo dos días en cama, con todo cerrado, mirando como entras y sales de la habitación poniéndome cosas extrañas.

—Cosas que te ayudan a recuperarte. Y no seas exagerada, te cuido todo el tiempo.

—¡Pero eso no es vida!—me coloqué frente a él, consiguiendo que se detuviese.—Estoy bien, de verdad.

Me cedió el cuchillo poco convencido a la par que rodaba los ojos, y yo me alegraba por ello. Volví a lo que estaba, cortando verduras para el almuerzo.

Habían pasado varios días desde que desperté confusa. Lo cierto es que empezaba a agobiarme en ese lugar, y trabajar en lo que fuese mantenía a mi cabeza ocupada, no dándole tiempo a pensar ni a maquinar nada.

Las heridas comenzaban a sanar, muy lentamente, pero lo hacían, algo que me alegraba realmente, aunque hubiese preferido no estar repleta de ellas. Hugo a veces me daba pastillas para calmar el dolor, me revisaba, e incluso me guisaba, aunque no terminase de ingerir todo lo que preparaba.

Prendí el fuego, dejando calentar una cazuela con agua en él para agregar los alimentos.

—Andra, ¿Quién te ha enseñado a cocinar así?—preguntó Hugo, mientras se encargaba de rebozar los ingredientes.

—Pues...—dudé en responder.—diría que el tiempo.

—¿El tiempo?

—Sí. Cuando vives un tiempo solo aprendes este tipo de cosas, supongo—hablé breve, tratando de restarle importancia.—¿Y a tí, quien te enseñó a quemar todo lo que preparas?—solté burlona.

&No entiendo por qué dices eso. Mis dotes culinarias son insuperables—se hizo el ofendido sacándome una pequeña risa.

—Es cierto, nadie consigue hacer lo que tú haces—reía a carcajadas, consiguiendo que me imitase.

—Hugo, te necesito—se oía la voz agitada de Kaín tras de mí.

Las carcajadas cesaron, y Kaín también dejó de hablar. No necesitaba voltearme para saber que no esperaba mi presencia en la cocina.

—¿Puedes venir un segundo?—habló un poco más calmado.

Hugo dejó lo que estaba haciendo, retirándose de la habitación, mientras que yo me limitaba a mirar a los ingredientes, como si fuera lo más importante del mundo.

No quería verle, esa tensión que se creaba cuando compartíamos un espacio era simplemente incómoda. Y por lo visto él tampoco quería, pues no había vuelto a aparecer desde aquella vez, donde le gritaba infinitas cosas. Debía ser muy importante eso que tenía que decirle a Hugo para volver a aparecer, aunque no esperase verme porque tal vez creyese que seguiría en ese oscuro dormitorio donde ni siquiera me dejaban prender la luz o abrir las ventanas. Según Hugo, porque en mi estado debía descansar más.

Le eché un vistazo al paisaje, que lucía hermoso, y no pude evitar sentirme aprisionada. No por estar en esa casa en la que no debía salir, no por estar envuelta en vendas, no por no poder sentirme como en mi propia casa. Más bien me sentía aprisionada mentalmente.

Ahora no podría seguir con mi vida normal, tendría que estar vigilando cada paso que diese, temiendo a que de nuevo pudiesen hacerme daño. Aislada en mis propios recuerdos, por tener las imágenes grabadas en mi cabeza que se repetían una y otra vez acerca de cómo me golpeaban o cómo trataban de lastimarme. Eran cosas que iban a perseguirme toda la vida, y que lo quisiera o no, no iba a olvidar tan fácilmente.

Bendita MaldiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora