Matrimonio.

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Solo tienes que firmar un papel, tan fácil como escribir tu nombre. Oía todo el tiempo. Quise creer que era así, pero significaba mucho más que eso.

Nos encontrábamos en una gran sala, en una casa enorme. Me habían transportado en un coche blanco hasta esa vivienda, seguramente para cumplir el fin de casarme con él, pero cuanto más se acercaba aquel señor que firmaría mi sentencia, más ganas tenía de vomitar.

Me sentía como un payaso de circo, y no solo porque me habían maquillado de manera que parecía que me habían puesto capas de yeso con tal de cubrir los golpes, sino que también me vestían a sus anchas y me llevaban donde querían. Me veía como una especie de marioneta que no podía hablar ni moverse por sí misma. Mi cuerpo se cubría con un traje blanco compuesto por un pantalón ancho, una camisa simple y una chaqueta grande que cubría toda la parte superior de mi cuerpo, junto a unos tacones de punta fina bajos. Prefería quedarme desnuda, la ropa rozaba con mis heridas y me seguía produciendo dolor, aunque por suerte Carmen me aplicó una especie de mezcla que aliviaba en parte esa tortura, decía que se trataba de un cicatrizante para mis golpes y que sanarian más rápido.

—¿Ya estás lista, mi amor?—Álec cruzó la puerta junto al juez que se encargaría de los trámites. Hice un gesto con la cabeza sin pronunciar palabra y estos se dirigieron a ocupar sus respectivos asientos: el juez tras la mesa y Álec junto a mí.

Quería sorprenderme por cómo había conseguido Álec traer al juez hasta ahí en tan poco tiempo. Generalmente los matrimonios civiles debían tramitar muchos papeles que rondaban entre uno y dos meses para que este se llevase a cabo, eso sin contar que necesitaba muchos datos de cada uno de los presentes a casarse, y además no eran los jueces o notarios los que se transladaban hasta un lugar para celebrar la boda, sino que la pareja debía desplazarse hasta los lugares donde estos estuviesen para que se llevase a cabo. Pero claro, el dinero de Álec se saltaba todas esas cosas, de nada valían las leyes cuando la moneda estaba de por medio.

—Saben cómo es esto, ¿verdad?—preguntó el juez soltando una gran carpeta sobre la mesa.—¿Tienen todo lo que se les pedía?

—Así es, ya hablé con su asistente, dijo que estaba todo-—sonrió como si no pasase nada.

—¿Y los testigos?—observó la sala descubriendo que estábamos solos.—son imprescindibles.

—No se preocupe, estarán por llegar—me dedicó una sonrisa a mí y yo solo aparté la cara disimuladamente.

Qué cínico. Me impresionaba la facilidad que tenía para fingir frente a los demás sin ningún problema. Lucía tan calmado y tan bueno... Cualquiera se creería que era así realmente.

—Ya estamos aquí, hijo—escuché la voz de Drake y giré mi cabeza con calma para afirmar que era él.

"¿Ya estamos aquí...?" Sí, eso dijo.

Desvié la vista hacia la persona de al lado. Marcos vestía un traje negro y acompañaba tranquilo a Drake.

¿Ellos eran sus testigos?

Mordí mi lengua con tanta fuerza que por un momento creí que iba a partírmela. ¿Cómo eran capaces de estar ahí? Se suponía que Drake era amigo de Diego, el tío de Kaín, y Marcos trabajaba para Kaín, pero decía que le había sido fiel siempre, que lo apreciaba, a él y a Diego, por supuesto.

"Eso es lo que hace el dinero, Andra" me recordé a mí misma." Compra hasta el último de los valores de uno".

—Si ya están todos presentes les pediré que tomen asiento—indicó el juez y todos se sentaron.—leeré los artículos 66, 67 y 68 del código civil rápidamente, firmarán los acuerdos y aceptarán, ¿comprenden? No puedo quedarme mucho tiempo aquí.

Bendita MaldiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora