Fastidioso ser.

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Me encontraba escondida en el armario de la limpieza repasando para los exámenes puesto que ya habíamos empezado con ellos.

¿La razón?

Como siempre, con nombre y apellidos incluido, Kaín Williams, el culpable de mis desgracias.

Había estado toda la semana molestándome, se había tomado muy en serio eso de que le hablase, así que hacía de todo por conseguirlo. pero claramente yo no iba a dar mi brazo a torcer, no iba a complacerle, y es que me encantaba sacarle de quicio.

Cada vez que me veía en la cafetería se las apañaba para quitarme mi almuerzo y, o bien comérselo, o bien hacerle algo para que no lo comiese yo. Cuando nos encontrábamos me hacía la zancadilla para que tropezase y el resto se burlase de mí, porque además se hacía el inocente consiguiendo que nadie lo culpase y me considerasen como torpe. Escondía mis libros para que los profesores me regañasen, y lo peor de todo era que lo conseguía, me habían castigado por ello en más de una ocasión. Otras veces hacía sonar la alarma del centro para que evacuásemos las clases y tuviese acceso a mis apuntes, desordenándomelos por completo. O le decía a la directora que no me encontraba bien solo para sacarme del aula y que así estuviese más a su alcance, aunque como la directora ya lo conocía, no lo dejaba acercarse a mí.

Claramente su intención era llevarme a los extremos, que explotase y que le cantase las cuarenta, pero solo conseguía lo primero, ya que me contenía bastante y lo ignoraba, algo que no le gustaba en lo absoluto, por que la que iba ganando era yo.

Lo más extraño para mí había sido mi reacción frente a la situación en la que lo encontré. No lloré en lo absoluto, aunque me habían entrado ganas en algún que otro momento pese a si era más por querer verme la cara.

¿Eso quería decir que no tenía sentimientos? ¿Tal vez no me importaba demasiado él?

Descarté esas opciones de inmediato sabiendo que si fuesen cierto no provocaría nada en mí, ni siquiera la mínima rabia.

Respiré hondo y volví a centrarme en mis apuntes, aunque a decir verdad, veía muy poco y respiraba bastante mal en ese espacio tan pequeño y oscuro en el que me había metido.

Kate decidió no venir en toda la semana pues Hugo se había molestado en ir a ver a James todos los días para aplicarle pomadas y darle masajes, y aprovechaba para quedarse con él, aunque sólo fuese para mirar. Hugo había insistido en que James podía asistir a clases sin ningún problema, pero su padre, preocupado por él, prefirió dejarlo descansar en casa hasta que se mejorase la pierna.

Así que me tocaba pasar la semana sola, escondiéndome de gente indeseable con la que no tenía ganas de cruzarme. Además, era una manera de evitar todas las flores que había estado recibiendo, pero que bajo ningún concepto aceptaba. Ya no era por lo que Kaín pudiese llegar a pensar o a sentir, aunque de cierta manera lo tenía presente, sino que las flores solo aumentaban en cantidad a tal punto que comenzaban a incordiarme a mí, a mis compañeros y a mis profesores. Las regalaba, las cambiaba de sitio, las llevaba al jardín, o simplemente las tiraba cuando me sentía cansada. Quien quisiera que fuese o no entendía las indirectas o era tan persistente que no se rendía, algo que no me gustaba en lo absoluto.

La puerta del lugar se abrió de repente y de ella apareció el conserje mirándome con una cara extraña. De seguro pensaba que me estaría drogando o tomando sustancias extrañas. Yo también lo pensaría.

Recogí mis cosas rápidamente y me marché de ahí. Aún quedaban quince minutos para que tocase el timbre, así que decidí ir a la cafetería a tomarme un café, de seguro iba a venirme bien.

Me pedí un capuchino con un brownie para acompañar. Eso sí se veía delicioso. Pero como de costumbre, se sentó frente a mí, fastidiándome el aperitivo.

Bendita MaldiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora