Condena.

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Llevaba casi una semana encerrada en ese maldito lugar. Lo supe porque cada día que pasaba él se encargaba de recordármelo con todas las palizas que me daba.

"Vendré a visitarte cada día, y créeme, desearás haber muerto también" oía una y otra vez en mi cabeza. Y efectivamente, deseé mil veces estar muerta antes de seguir un minuto más ahí.

Me encontraba encadenada por las manos en el techo, lo cual me obligaba a estar de pie todo el tiempo. Mis ojos se mantenían abiertos a duras penas, pues pese a todo no quería dormir, sabía que si lo hacía estaría perdida por completo. Mi cuerpo se marcaba en su mayoría por cortes y hematomas, que me permitían respirar muy costósamente por el dolor que recibía de esos golpes. Y ni esas heridas abiertas, ni ese cansancio, eran rivales para el inmenso dolor que sentía en mi interior.

La habitación se encontraba totalmente oscura, pero sabía que había alguna silla, donde se sentaba esa basura para "interrogarme" según él, porque me alié con Kaín y estuve al tanto de toda la porquería que había hecho; una mesa que contenía algún objeto con el que me golpearon numerosas veces; y la puerta, esa maldita puerta que me hacía temblar cada vez que se abría.

El olor del cuartucho no debía ser agradable, me oriné en determinadas ocasiones encima, puesto que ni siquiera me permitían emplear un mísero servicio, y tampoco me aseaba, por lo que el hedor se duplicaba, aunque no era capaz de percibirlo porque ya me había acostumbrado a él. También me daban algo de comer, me obligaban a ingerir los alimentos para ser exactos, y me daban algo de beber que no sabía nada bien.

La gran puerta de hierro volvió a abrirse chirriando contra el suelo, y me puse en alerta. Tenía los ojos entrecerrados, pero logré identificar sus figuras, las mismas que entraban todo el tiempo a hacerme daño.

—Vaya...—comenzó a acercarse lentamente a mí.—pensé que después de todo estarías muerta, ya veo que eres una mujer fuerte, tienes mucho aguante—se detuvo frente a mí comprobando cada parte de mi cuerpo.—aunque también puede ser que estos ineptos no hayan sabido hacer su trabajo bien—golpeó mi estómago con mucha fuerza y escupí de dolor.—¿Hoy tampoco vas a hablar?—un puñetazo directo a la cara me hizo perder casi la consciencia.

—No ha dicho una sola palabra desde que llegó—otro de los miserables que siempre lo acompañaban habló.

—Oh, ni lo va a hacer, está tan afligida por la muerte de su noviecito...—se burló riendo a carcajadas. Apreté los dientes con rabia, pero no podía hacer nada, estaba condenada.—¿Sabes? Yo tenía otro final para él, pero se me escapó la mano. De hecho aún me da rabia no haberme podido cobrar como debía.—se agachó un poco para llegar a la altura de mi cara.—pero contigo será diferente, me voy a encargar de que sufras tanto... Que me suplicarás que te mate.

—Basura...—levanté un poco la cabeza esbozando una sonrisa tétrica.—nunca te suplicaría nada a ti—escupí en su cara, y de mi boca salió sangre, esa que me había hecho derramar él.

Otro puñetazo salió disparado a mi cara. Disfrutaba viéndome así de destrozada, por eso me resistía aún más, para no darle tanto placer.

—Quieres que acabe contigo...es eso...—sonrió tirando de mi pelo hacia atrás.—¿Pero qué crees? Este solo es el comienzo—soltó con fuerza mi cabeza. ¿Cuánto tiempo iba a seguir así?—por debajo de toda esa sangre y esas rajas sigue habiendo una mujer guapa... Creo que podemos sacarle provecho.

Hizo un gesto con la cabeza a los hombres que lo acompañaban y soltaron mis cadenas haciéndome caer repentinamente contra el suelo. Nadie se molestaba en limpiar, así que caí en el charco de mi propia orina. Las cadenas habían dañado mis muñecas, y me perjudicaban en su mayoría, pero eran las que me mantenían en pie al no tener ni un poco de fuerza para moverme.

Bendita MaldiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora