No tienes derecho.

41 4 3
                                    

Hacía un buen rato que había llegado a clases. A decir verdad hoy se trataba de uno de esos días en los que no tenía ganas de hacer nada. Solo deseaba llegar cuanto antes a casa y esconderme en mi cama, o quizás en el sofá y mirar películas junto a un enorme tazón de helado.

"Mm... Helado..." Babeé.

Tal vez era muy raro siendo una temporada de frío, pero su sabor y su textura lo hacía simplemente delicioso.

Miré al frente, queriendo esconderme de todo el mundo. No sabía muy bien por qué, pero iba a hurtadillas por los pasillos, como si de una espía se tratase.

Llegué a mi aula, y a primera hora tenía con el señor Marshall.

Toqué la puerta despacio y pasé, sentándome en uno de los asientos esperando a que el timbre tocase.

—Buenos días—dije simple.

El profesor al darse cuenta de mi presencia solo inclinó su cabeza como saludo y continuó ordenando algunos papeles que quedaban sobre el escritorio.

No es que tuviese ganas de entrar antes, pero dentro no me encontrarían, al menos eso quería pensar.

—¿Se puede?—habló alguien tras la puerta entreabierta sin pasar del todo.—Papá, sé que no debo molestarte en horario de clases, pero es urgente.

¿Papá? No tenía ni idea de que el profesor tuviese un hijo. Ni siquiera sabía que estuviese casado.

—¿Qué ocurre?—ambos ignoraban completamente mi presencia.—¿Ha pasado algo?—le temblaba la voz.

—No es nada malo—hablaba muy contento.—¡He pasado con un nueve sobre catorce!

—Oh, ¿era solo eso?—suspiró restándole importancia.—tu madre ya me avisó. No es para tanto.

—Papá, he aprobado, deberías sentirte orgulloso.

—¿Debería?—dejó de verle para seguir ordenando sus papeles.—Podrías conseguir más.

—Aún estoy empezando...—el Sr. Marshall se encogió de hombros y lo ignoró.

¿Hasta con su propio hijo era así de estricto? Incluso a él le hablaba como a uno de nosotros.

—Ejem...—me aclaré la garganta para que se dieran cuenta de que estaba ahí. No me parecía bien que hablasen de temas personales en mi presencia, y más con ese señor, que era demasiado reservado con su vida privada. Y para ser sincera, empezaba a incomodarme bastante estar ahí.

—Señorita Bélic, lo siento—se disculpó el profesor.—olvidé que estaba ahí.—Vamos, Jael, retírate de una vez y deja de molestar.

Jael me miró fijamente y me saludó con mucha energía para después marcharse por donde entró.

—Hijos...—volvió a hablar restándole importancia a la situación.

No dije nada. No es que tuviese suficiente confianza con él como para hablar de cualquier cosa, y tampoco me apetecía.

Por fin sonó el timbre y la gente comenzaba a entrar algo apurada recordando con quién tenían clase. Y no solo por la actitud que pudiese tomar el profesor frente a la impuntualidad y los malos modales, para todos aquellos que cogiesen la carrera de derecho, esa clase en específico era la más importante, ya que era de la que dependía aprobar o suspender, y el profesor solía iniciar la clase en el momento en el que sonaba el timbre, por lo que llegar un minuto tarde implicaba perder mil datos que él mismo aportaba.

Lo bueno de todo eso era que en la práctica iríamos a juicios de verdad, para ver cómo actuaban los abogados y los jueces. Y en una de esas deberíamos simular también un juicio donde nosotros seríamos los propios jurados, condenados, testigos y demás.

Bendita MaldiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora