Los odio.

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Un balde de agua fría me hizo volver en sí provocando que todo mi cuerpo comenzase a temblar por la baja temperatura de esta.

—¿Ya despertó la princesita?—uno de los hombres que me trajo hasta ese sitio habló haciéndome reaccionar.

No era ninguna pesadilla, todo lo que creía que había sido un mal sueño resultó ser cierto. Desde la persecución hasta los golpes, todo era real.

Eché un vistazo a la habitación, el mismo señor, aquel al que llamaban "jefe" también se encontraba en la sala con otro chico, Marcos. Al menos pensaba que ese era su nombre.

—Espero que hoy tengas ganas de colaborar—el jefe habló mientras cruzaba los brazos y se apoyaba contra la pared.—No estoy para perder el tiempo.

Marcos comenzó a abrir una tela enrollada que contenía diferentes tipos de objetos afilados, desde más finos a más gruesos.

Por otro lado, el otro individuo se dedicaba a sacar diferentes inyecciones de una maleta, cada cual de diferente color y tonalidad al resto, dando una variedad de estas.

—¿Y bien?—decía el jefe con una tranquilidad y serenidad absoluta.

No respondí. No sabía qué opción era más favorable, pero ninguna iba a salvarme de aquello. Aunque también pensé que si volvía a repetir que no conocía nada acerca del asunto podrían acabar con la poca paciencia que les quedaba.

Sin decir nada más, el primer hombre comenzó a desatarme para volver a ponerme la cuerda al rededor dejando los brazos a su alcance y así poder realizar el trabajo de mejor manera.

Estos quedaban al descubierto, por lo que podían hacer lo que quisieran conmigo, así como inyectarme esa porquería que ni siquiera sabía qué contenía.

—Mire, jefe—señaló el brazo derecho que aún hacia notar el corte hecho días atrás por el cristal.

Ambos sonrieron tras ver esto, algo que me hizo temer mucho más.

—Marcos...—el jefe de dirigió a este y el otro hombre se hizo un poco para atrás dejándole paso.

Cogió uno de los instrumentos afilados que traía envueltos en una tela y comenzó a acercarse a mí.

Se colocó de cuclillas tomando mi brazo con fuerza y comenzó a realizar un corte en la propia herida volviéndola a abrir y aumentando su tamaño notablemente, despacio, pero lo suficientemente profundo como para producirme un terrible dolor, el cuál iba extendiéndose por el resto del cuerpo.

Comencé a gritar entre llantos suplicando internamente que parase.

La sangre comenzaba a derramarse recorriendo todo el antebrazo, y al mismo tiempo mis fuerzas, las pocas que me quedaban, iban disminuyendo haciéndose casi inexistentes.

El jefe me miraba, sin decir nada, sin hacer nada, solo mantenía su vista fija en mí, pensativo.

—Mike, puedes retirarte—soltó simple a lo que este obedeció.

Dejó de apoyarse en la pared en la que hacia de espectador y se aproximó a mí para quedar cara a cara.

—¿No vas a hablar?—preguntaba serio, pero con la misma tranquilidad de antes.

Giré la cabeza al lado izquierdo evitando el contacto visual y permaneciendo en silencio. Si antes no sabía qué decir, ahora no quería hablar.

—Quieres ir con esas...—sujetó mi rostro con fuerza obligándome a mirarle de nuevo, pero lo hacía llena de rabia y de odio.—Tu tonto orgullo no te va a sacar de aquí.

Bendita MaldiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora