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"Los misteriosos ojos negros"

Ahogando el deseo de huir como una cobarde, me obligo ha andar hasta la entrada, empujo la puerta que hace un sonido seco. Todos los presentes giran sus rostros hacia aquí, esta atiborrado de personas y parece un restaurante que otra cosa, sin duda un lugar elegante, por lo menos la vestimenta de la mayoría lo es. Repaso con curiosidad el bar, mi visión se atasca en un par de ojos negros que no se inmutan al analizarme desde lejos, en la penumbra de las vagas luces, me provoca escalofrío dando un leve respingo. Fascinada no dejo de verle, imana tanta masculinidad.

Las miradas se posan en mi a medida que avanzo hacia la barra, muerdo la mejilla deliberadamente para dominar los deseos de correr lejos. Me siento en un taburete, un hombre de barba negra, me observa por detrás de la madera, tendrá unos treinta y ocho años mas o menos.

—¿En que podemos ayudarla? — las palabras le salen graves y rasposas.

—Dame algo fuerte — comentó echando los hombros hacia atrás.

—¿Bebida? — frunzo el ceño, no esperaba que me pregunta eso y menos el tono de sorpresa que usaría.

Por unos segundos le miro desconcertada. Carraspeo.

—Por supuesto — arqueo una ceja de autosuficiencia.

Sonríe mostrando su dentadura perfecta, sacude su cabeza hacia los lados, algo parece divertirle. Se gira y coje varias botellas que yacen en un estante de vidrio, finjo mirar con naturalidad como mezcla el licor en un recipiente plata que suena por los hielos dentro.

Llevo diez minutos y aún me embarga la sensación de que todo el mundo sigue observándome a mis espaldas, divagó la mirada por el lugar en un gesto curioso dando de nuevo con aquellos ojos demasiado negros, nadie más que él esta observando hacia aquí, cada quien esta en lo suyo. La intensidad de su mirada me hace salivar.

—Su bebida — Respingo por la brusquedad en la que soy arrancada de esa extraña conexión.

Doy un gran sorbo, el sabor fuerte y rasposo en mi garganta por poco me hace escupir lo que he bebido, por suerte lo he controlado incluso el ataque de tos que me atizaba, no me gustaría obtener las miradas curiosas de los demás sobre mi de nuevo y mucho menos divertidas. No debí beber demasiado el primer trago. 

—Disculpe — me susurra una voz masculina cerca del oído.

En el momento pienso en el misterioso hombre de los ojos negros, reprimo la sonrisa que amenaza por partir mi cara en dos, miro por encima del hombro, mi pecho se desinfla y mi subconsciente se ríe. Un señor de avanzada edad a mi lado. Un rubor se extiende en mi rostro. !Pero vaya idiota que he sido!

—Señorita, si me permite mi jefe me ha mandado a invitarle a su mesa — elevo el mentón observando donde me ha señalado, esta sentado con una copa en mano que la eleva en señal de brindis, en sus ojos distingo un brillo peculiar y un tanto....escalofriante como seductor.

Una emoción se instala en la boca del estómago, siento vomitar...no ahora no, por favor. Su tranquilidad se ve afectada de pronto, puedo decir que se ve angustiado a la espera de mi respuesta.

—S...si..— aclaró mi garganta — por supuesto — afirmó más segura. Por dentro ¡Soy  gelatina!

Se gira hacia su jefe y asiente, me parece que deja escapar un suspiro, aunque no podría asegurarlo.

Cayendo en el Deseo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora