Capitulo XXXVII : Atardecer

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-Desde hace unos meses que no te veo mi Minerva he pensado solo en ti que mi corazon yace en agonía y en discordia. Hace unos días que he vuelto a tener diecisiete y ahora tu estas a saber a donde. Lo más triste es que nadie pregunta por tu ausencia mas que yo. Te necesito me haces tanta falta espero que leas esto muy pronto - Theo escribe en su cuaderno de canciones y arranca la hoja para enviarselo. 

-¿Qué haces?- pregunta Susie al entrar a la recamara de Theo. 

-No mucho solo leia - evitando su pregunta. 

-¿Qué lees?- se acerca tratando de ver la nota. 

-No es nada importante - esconde la nota detrás de él. 

-¿Me estas ocultando algo? - miro sospechosa. 

-No - dice con frialdad. 

-Enseñame no desconfíes - hurta la nota y la lee. 

Susie lee la carta desde el encabezado hasta el pie de la letra. A medida que avanza poco a poco su expresión cambia como las fases de la luna. Mengua y mengua de agonía, dolor y sobretodo celos. Sobretodo esos celos que poco a poco la hacen ser diferente como una serpiente enjaulada. Una vibora nace en ella sabiendo que su corazon poco a poco se entrega al de Minerva y no al de ella. 

Theo se ve obligado a guardar silencio y ver cómo todo fluye como la tinta china de su caligrafía. Todo se vuelve tormenta cuando termina de leer la nota. Susie con un enfado que trata de ocultar solo arruga la hoja en una arista y vuelve a ver a la ventana como si un espíritu le estuviese hablando. ¿Que sintiera Susie al saber que no le corresponde? La flor de la ilusión se secó como las hojas del otoño friolento. La muerte se acerca poco a poco y mas en esta estación de dulce dolor.

-Entonces Minerva - suena algo molesta al devolverle la nota. 

-Si- toma la nota con nerviosismo 

-Interesante - sonríe con una expresión sádica. 

Theo solo la queda viendo con una mirada de extrañez total al ver ese comportamiento tan inusual de ella. Susie cambio su expresión con rapidez tal vez una bipolaridad tan repentina. Ella solo se fue con las lágrimas escondidas en sus ojos para luego sacarlas afuera en su caminata vespertina. Bajo los escalones tan rápido que la Srta. Anica noto. 

-¿Susie, qué ocurre?  - pregunta dando un grito al otro extremo del escalón. 

Susie no escuchaba solo solloza en lágrimas de dolor a causa de una ilusión fallida. Paso a paso que da se nota cómo transcurre al correr por las alfombras de rojas de la mansión a la calle de piedra del parque. Sus zapatillas blancas tocaban el suelo de piedra blanca porosa como la toda la arquitectura de Braneghin. 

Se acerca a la fuente de la plaza a unos quince metros de la iglesia, la misma fuente en que fue encontrado Theo por el padre Valentino. Lo mas triste el recuerdo de Susie a esa fuente el lugar donde dio su primer beso. Su primer beso robado por el Theo, a quien creía que sería el cuento de hadas que leía desde de una niña. Esos cuentos de hadas que nos ilusiona y mas sobre cuestiones del corazon por lo cual sus sentimientos se quebrantaron. 

Apoya su rostro en la base de la fuente con los brazos cruzados llorando y sollozando con una tristeza increíble. Una tristeza en las que se ven en las novelas de amor, llorando y llorando a que pasara un milagro. Sus cabellos rubios ondulados como de un cuadro renacentista y su vestido blanco de encaje sollozaba a la fuente sus melancolías. ¿Quien tiene la culpa? Nadie, nada más que el destino. Una chica huérfana a quien no tuvo afecto y cariño de padres sino de extraños. Esos extraños a quien quiere mucho pero esos sentimientos marcan la ausencia de ese cariño fraternal. 

Los minutos transcurren y las lágrimas de la bella joven conmocionan a un hombre al quien fumaba un cigarro mientras esperaba un encargo. Con su traje de sastre y lentes de sol carga un maletín donde lleva sus fortunas. Las propiedades, las apuestas, las acciones y los aguinaldos son los que lleva en sus manos a todos lados. Un hombre de negocios nada mas que venía por unos dias a pasar con su familia. Su familia es una de las más adineradas en Braneghin al cual viven en la parte de norte de la ciudad.  

Conmocionado por ver aquella criatura de belleza exótica se acercó con tanta compasión en querer ayudarla, a pesar de su dinero nunca fue arrogante como lo es su familia. Sacó su pañuelo como todo un galante del bolsillo de su saco gris claro. -No tolero ver a una dama llorar - ofreciendo su pañuelo blanco a aroma de lavanda. Sussie escucha lo voz seductora y ronca de aquel extraño a quien se sienta cerca de ella con su carisma. 

Lo mira con ojos de ilusión como si fuera un cuento del romanticismo que al fin había llegado el momento de salir de su miseria. Miro a esa figura masculina en vestimenta formal cubierto por los cuatro vientos del frío de Braneghin. No mira sus ojos hasta que se quita los lentes y muestra sus ojos náuticos como el mar de las aguas bálticas. Al ver aquellos ojos azulados se perdió en ellos.  

Al quitarse los lentes de sol noto la gran belleza que cubría la sombra de sus ojos. Una belleza de mujer con unos ojos hermosos y sus rasgos tan infinitos como las estrellas en el espacio. ¿Si fue amor a primera vista? Posiblemente. ¿Se han enamorado? Bueno, el tiempo dirá. Al tomar el pañuelo siente su tacto. Manos de sedas bañadas en manzanilla de una primavera eterna. La juventud de aquella joven al que el temor de sus labios temblaban. 

-¿Que ocurre? - frenético pregunta ante su intriga de lágrimas. Ella espera calmarse para poder contarle mientras seca sus llantos pero escucha la campanada de la seis de la noche. El cuento de la zapatilla talvez de inicio como lo establecido.

-Debo irme - alarmada dijo entregando el pañuelo mientras se levanta a su destino.

-Al menos dime tu nombre - agarrandola del brazo hechizado por su encanto. 

-Sussie, lo siento debo irme se me hace tarde - excusa retirándose de sus manos. 

Aquella fricción provocada por sus manos al momento de halar su brazo un sello de un posible reencuentro dejo. Una pulsera de baño en oro con una flecha de oro en medio de ella una piedra preciosa algo pequeña pero con gran valor. El rubí de su corazon ya hacia de su ser dejándole el objeto como un símbolo de un posible acercamiento. 









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