Capitulo XXXII : Flechazo

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—Ya han pasado tres meses, Matías — afirma Talo.

—Bastante tiempo ¿No crees? — pensativo.

—Si y ya te pago la duquesa esa — enfadado.

—No aún no, Talo — pensativo al ver a su rehen recolectando agua.

—Sabes que ya no quiero su dinero ni tampoco sus flechas— confiesa.

—¡Matías, porque dices eso!— sorprendido.

—No lo se Talo, ahora veo que todo es diferente — explica sin quitarle de vista a Minerva.

—¡Oh no! Matías... no me digas que ya que...— voltea los ojos.

—¿Ya que? — pregunta.

—Que te has enamorado de Minerva — alza las manos.

—No lo se Talo pero ella tiene algo que me atrae — ido al verla.

—Su fisionomía — responde.

—No, mas que eso — afirma y ve como la bella joven arregla su cabello negro zafiro.

—Sea lo que sea pero sabes que no puedes enamorarte de ella — palma su hombro y se retira.

Matías solo ve a su rehén ya no con deseo sino con un sentimiento mas que eso. Quería protegerla pero no sabe como, porque su mayor peligro es el. No podía amarla porque ya tienen a quien la ame. Y por ello fue su secuestro por los celos de una mujer. Tan amena en su exterior pero una tormenta en su interior. La duquesa de los corazones mucho la nombran por su gran fortuna y a quien regala las flechas a los de la rebelión.

¿Porque las regala? A cambio de favores departe de ella o para agravar a sus contrincantes. Su malicia escondida es lo que la hace sufrir en su soledad. Con su fortuna puede comprar todo lo que sea hasta su esposo.

—Minerva, quiero que vayas al bosque a conseguir unas bayas — ordena Primrose.

—Seguro, solo traigo la canasta — va a la cocina y se dirige al bosque.

El mismo bosque a quien le dio su amor a Tomás en la laguna donde mostro su cuerpo angelado. Al caminar un poco mas ve como los destellos chocan con las ramas de los árboles creando un reflector. Al caminar se dirige a los arbustos donde están las bayas. El mismo sitio donde beso por primera vez a Theo.

El quién la espera todas las noches y que aulla a la luna menguante en sus días de desesperación. A quien le escribe una carta diara pero jamás es respondida. En desesperación ahoga su dolor en sus letras. Anota cada frase de sentimiento y anhelo en su libreta. Un obsequio de el Padre Valentino. A quién no ha visto hace tres meses igual que Minerva.

Con su vestido azul de media rodilla canta y baila como toda una romántica. Su cabello oscuro emerge en los aires y sus labios se mueven delicadamente a cada melodía. Baila, baila y baila como una ave en los cruzados de los árboles.

Detras de los árboles se encuentra su secuestrador viéndola con timidez y asombro. Contempla su belleza, la misma a la que todos envidian y desean. Abraza al troco y sin desviar a la bailarina de las bayas. La ve con tanta admiración y un poco de lujuria. Sabe que no la puede poseer porque sus sentimientos emergen y no quiere hacerle daño.

El mas daño que ya no le puede hacer. Ha perdido sus recuerdos ha olvidado todo de su pasado y su origen, pero sus habilidades con el arco. No hablo ni se acercó solo la mira como un lobo hambriento ante la caperuza roja en su cabeza.

Minerva recolecta las bayas hasta llenar su canasta y se acuesta a ver los cielos. Ve la fresa jugosa que muestra el deseo de su apresador. Toma el fruto y lo come con tanto deseo.

—Me pregunto que será esto —observa el collar. El mismo que le obsequio Theo antes de su partida con Tomás.

—Si tan solo recordara— suspira.

Se vuelve a levantar y ve una flecha escondida en los arbustos. Una flecha con punta de oro, muy exótica y difícil de encontrar. Le desata una curiosidad por saber de que es.

—¡Una flecha con punta de oro! — admira.

La ve y mira que tiene un poco de líquido adentro como un octavo. Admirada y lo que ha visto en los de su aldea, lo repite. Se pincha el dedo y la solución vuelve a ella.

—¡Ay!— exclama.

Matías escucha el quejido y sale corriendo detrás de ella.
—¿Que ocurrió?— alarmado pregunta.

—No es nada solo me pinche con unas espinas — ocultando la flecha detrás de su vestido.

—Claro... — ve que el arbusto no posee ninguna espina.

Matías hipnotizado por su belleza al ver esos labios llenos de fruto y sus ojos que no dejan morir a nadie. Impulsado a querer besarla se detuvo a solo pensar en todo el daño que ha hecho. Minerva alza la mirada y lo ve fríamente pero con un sentido de querer cautivarlo.
No puede vivir sin esa detención de no querer reflejar amor por ella. Su alma la desea pero su cuerpo se detiene y su mente le impide. El corazón quiere un futuro con ella pero sabe que su vida no perdurará tanto.
Minerva aprovecha la distracción de Matías y esconde la flecha en la canasta escondida en los frutos.

—¿Sigues sin recordar nada?—pregunta desconcertado.

—Nada — suspira con dolor.

—Como lo siento — suspira.

—¿Como que lo sientes?— confundida. —Si no has hecho nada malo, si tu me salvaste — agradecida.

Ve la dulce mirada y como sus ojos cristalinos como el agua se dilatan. —La leyenda es cierto — piensa. —Los ojos que no dejan morir a nadie—susurra.

La toma por los brazos y le da un abrazo de inmediato. Minerva confundida siente frialdad al afecto pero al ver su conexión se aferra a él. Posa su rostro en su hombro y el acaricia su espalda con sinceridad. Matías demuestra debilidad ante todo y solo desea reparar su error.

Minerva alza la mirada y lo ve a el. No como un salvador sino como algo mas que desea su corazón. Matías ve su hechizo lo cautiva y terminan con un beso.













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