Capítulo XXII : Cantinela

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Danza, Danza y Danza es lo que se ve en los ojos de cada uno, después de esta noche nada volverá a ser lo mismo. El dolor ha llegado en lo más profundo del mar de la mujer en el muelle. Ahora las mañana ya son más que pura depresión como un cráter desierto sin el oasis de la vida. Camina entre los desiertos de su corazon en solo pensar en todo lo que había visto sus ojos hace unas horas. 

Nunca ha sido grato o atónito ver a tu hijo morir bajo las llamas de aquel infierno, ese inframundo en que todos estamos expuestos. La noche se ridiculiza ante la incineración de un alma inocente bajos las estrellas de una madrugada. Sacados sus ojos por medio de una daga sin ser testigo de su sufrimiento. Más bien de su propio sufrimiento aquel joven de cabellos rubios como el oro y de ojos hazel verdosos ha muerto, bajo el cautiverio de un mal juicio.  

Nada quedó de el solo un mar de cenizas que ahora navegan por los eternos vientos del norte hacia las rosas náuticas. Ya no lo mirariamos ya no más aunque el doble sigue en vida escondido en los árboles de cada conífera. Contando secretos de un dulce atardecer y festejando su gloria en los ecos de los bosques. En las profundidades se oculta un secreto aún por revelar. Nadie más sabe más que los ojos de la mujer de los sueños cobrizos.

El sol nace en la mañana en una hora amena para poder amar aún más la vida, aunque no sean en los mejores momentos. Con su sombrilla de color luto va caminando con el alma en mil pedazos. Nadie más comprende su tristeza más que el Padre Valentino. Al caminar los caminos se hacían largos y las distancias se hacían largas aunque fueran cortas. Toma la gran burla del juicio como una bendición, ya que se hijo fue librado de las sombras oscuras de Braneghin. 

Cada paso que daba se le abría el corazon de temor y el recuerdo eterno de su joven servicial, honrado, inteligente y ingenioso. Poseía una disciplina extraordinaria que se propone en todo lo que hace. No le quedó más tiempo para terminar sus metas, todo fue corto. La muerte se llevó de esa vida que aún le faltaba por realizar. El reloj de la vida se baró a los veintidós años. 

-Entre estas lágrimas te canto, amado hijo mío - empieza a cantar a medida que recuerda los hechos. 

En la manera en que fue atado sin tener compasión. Amarrado las manos con una venda en sus ojos. Con una tela de lino blanco en sus ojos ya hundidos. Las flechas de la cieguez lo han atacado sin dejar nada en vista.

—Mi angel enciegado vuela en sus alas de dolor — canta sin ser escuchada.

Amarrado en un poste de madera en caoba lanza un llanto viendo a las estrellas. Las constelaciones lo hacen olvidar del infierno que llega a sus pies. Llora y llora a los ángeles que lo cubran en su manto estelar. No hay nadie quien os salve, nadie mas sino los ángeles de nuestro padre celestial.

—Prometeme que me cuidaras alla arriba con tu manto imperioso — canta abriendo las puertas de la mansión.

El fuego calma su furia y lo unico que queda son las cenizas de un inocente. Un ciego de dolor, culpa y melancolía. —No hay nadie que nos salve, en excepción de los ángeles — llora cantando. —El destino se nos ha cruzado de dolor con tu perdida, mi Nicolás — menciona al caminar por los jardines mágicos.

Al ver su última despedida noto algo extraño en aquellos paraderos verdes. Un rostro quien le sonreía con satisfacción total. Como si la misma maldad se conectará con el. Una sonrisa maquiavélica se mira en aquella cara. Esos ragos con gran similitud a Nicolás. Una copia exacta a el, como si fuera su gemelo. Su hermano perdido talvez...
¿Sera real esa visión? Solo es una ilusión óptica a causa del subconsciente. Nadie sabe que significa todo eso, solo la elegante Srta. Anica.

Entra a la mansión en su recibidor colocando su abrigo de piel oscura. En sus manos frias lloran de dolor al ver esta misma noche, la presencia de la muerte. El castigo a quien Nicolás no se merecía pero nadie lo escuchó. Ya suman 8 horas de agonía desde que volvio a su habitación.

—¡Mi pobre mujer!— exclama el Padre Valentino. Bajo el pensamiento de la unica mujer a quien amo y a quien hirio. En sus manos tiene un cuchillo a quien apuñala la mesa con tanta furia.

Una acción que hace todas las noches antes de dormir pero mas ahora por lo sucedido. Al ver a su amada llorar aun mas como la vez que la dejo desolada. Ese dia en que todos eran jovenes como una granadia llenos de deseos, exitos y pasiones.

Bajo el jugo del poder y el deseo los llevo a que uno se fuera de su vida. Tomar el deber que tanto odio pero a que no podia rechazar. Padre Valentino que has hecho con todo esto. —Solo debo cumplir con mi deber — golpea una vez mas a la mesa. Su tabla de la furia a quién desahoga todas sus penas.

Nadie sabe su secreto más profundo que tanto amó. A esa doncella quien llora en el otro extremo de la ciudad. En su ventana ve el rocío en el alba. Adornada con un renacer como la primavera, pero ella lo evade. Una manera de refutar cualquier felicidad que la atormenta porque su tristeza es una bendición.

—Mis maldiciones bendecidas — susurra sin perder a la vista al horizonte.

El mundo ocupa un cambio pero muchos no saben de este acontecimiento solo pocos. No hay muchas lenguas a que transmitan esta injusticia mas alla del horizonte. Solo los susurros de los ángeles nos ayudarán. No hay nadie mas que sabe lo de esta eterna injusticia. ¡Pobre nuestro noble Nicolás!






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