Capítulo XLII : Ella

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En el hotel Vermenevi los días transcurren rápidos y poco a poco se olvidan del pasado. Al igual que todos allí. Cada uno está enfocado en sus actividades .

La Señorita Anica con el manejo del hotel y la casa hogar. Cada año recibe dieciséis niños y niñas. Nanny cuida a los pequeños de la casa hogar y con su sonrisa los llena de alegría.
El Padre Valentino ya no visita a la señorita como antes. Ahora está enfocado en la construcción con el el señor Marren.

Y bueno el señor Marren ha estado enfocado en dos asuntos. En su nueva pieza arquitectónica y en los días soleados con la joven Sussie. Al quien ha estrechado una gran relación.

Adam y Theo como duo se dedican a componer y escribir música. Pronto ya debían partir y su banda sería que les llenaría de contratos. Ya tenían su primer álbum sólo faltaba un contrato con una disquera. Y para ello debían de ir a la gran ciudad.

—Ya casi está listo— sonríe Adam.

—Ya tenemos ocho canciones —responde. —pero siento que hace falta más — revisa su libreta.

—¿Tu crees?— inseguro Adam.

—Si, se que hemos trabajado todo el verano pero siento que hace falta algo — explica Theo.

—¿Como que? — curioso.

—No lo sé pero pronto lo averiguare — señala y canta una de sus canciones.

Adam comienza a tocar y la música se venera en el escenario hasta llegar a lo que es la noche. En la noche donde se daría el baile anual en el mes de febrero. Todos con sus vestidos de gala y brindado con sus copas de champaña. 

El salón benerico y de mucha elegancia. La decoración con un toque barroco con sus colores rojo Borgoña y azul ultramarino. En sus paredes se transmitía esa paleta de colores, a causa de la tradición de Braneghin.

Entre todos bailaban celebrando aquel catorce de febrero. Cada uno con sus parejas o sus seres más queridos.  Una fiesta donde la aristocracia predomina y los nobles no faltarían. Mientras los cleros celebran en la plaza con una gran festín. Y más allá de toda la ciudad en aquella cueva abierta se encontraba los marginados. Aquellos donde se llenan de angustia y dolor.

Esa noche los visita aquella misteriosa duquesa, cubre su cara con un velo rojo y su vestido como si fuera a ir a una fiesta. Esta vez entrega su silencio a sus condenados a lo cual les regala las flechas de Cupido por docenas y docenas.

Los demás felices lo toman con venero y festejan el final de su dolor. Se los inyectan como la morfina que consideran. Ahora ellos pueden soñar con sus felices años. Esos recuerdos a los que lo llevan.

La Duquesa se establece con su fiel Matías en su aposento. Se quita el velo y nada más que el sabe de su identidad. Matías cierra la puerta y ve aquella mujer hermosa como una Afrodita.

—A que vienes aquí — disgustado dice Matías.

La Duquesa desata el nudo de su caperuza así revelando su espalda descubierta. Volteando a ver a su cómplice al cual ha desatado su miseria. Se acerca a el sigilosamente y lo asecha como una presa. El demuestra debilidad aferrandose a su seducción.

—He venido aquí por los viejos tiempos — susurra en su oido.

—No tienes que ir a la fiesta con tu esposo — debilitado se aferra a su perfume.

—Si pero es hasta las ocho. Tengo tiempo para estar contigo
— susurra mientras sus labios se acerca a su cuello.

Matías tira las flechas al piso y se deleita con los labios de su hermosa Duquesa. La toma de la cintura y acaricia su espalda hasta llegar a su curva. —Como extrañaba esto — admite Matías. Llevándola hacia su dormitorio pero ella prefiere en aquel patio central de la casa.

—Te he echado de menos estos días — confiesa y continúa con sus labios.

Matías sobre ella en aquel mueble escondido en los arbustos siembra todo lo que había deseado hace mucho tiempo. Ella disfruta de los placeres de la vida entre sus uñas demuestra su aferro.

Ambos juntos como los viejos tiempos, sin aquel triángulo al que les causa obstáculo. El esposo de su Duquesa. Un hombre al cual sólo tuvo ojos para una mujer. Creerán que es ella, pero no. En cambio, la joven de los ojos que no dejan morir a nadie. La envidia para una de las más bellas de Braneghin.

La figura clásica de una mujer romántica. Su cabello largo como una cascada caía en el pecho de su amante. Su piel rosacea temblaba al sentir la punta de sus dedos al tocarla. Sus labios delineados y proporcionados a la perfección, tocaban los labios delgados de su ciego de amor.

El la acaricia y le demuestra su verdad al estar en su interior. Ambos conectados en las llanuras de aquel patio. Rodeados de vegetación sembrada por su envidia de ojos. Las fresas simbolizan su lujuria total que emerge de una simple pasión.

—Quiero que sepas que no me separare de ti — susurra la Duquesa ahogada.

—Prometeme que no te enamoraras de ella — agrega.

Matías queda en un pensamiento profundo a sus palabras. ¿Cómo le puede prometer eso? Si ya no hay promesa que cumplir. El ya se ha enamorado de ella desde el primer día que la vio. Mismo día en que la vio en combate.

Ya no podía prometer nada pero para callar su sentencia le respondio —Sere ciego de su belleza, te lo prometo —

La Duquesa da una sonrisa de satisfacción. A ella le alegra tener todo en su control y más de su amante manipulado. Le da un último beso de amor y empieza a vestirse.

—¿Ya te vas?— desilusionado.

—Si, sabes que tengo que ir al baile de los "enamorados". — irritada. —Más bien de los ciegos de amor — agrega.

—Veo que no te agrada la idea —sonríe Matías.

—¿Porque no te quedas?— sugiere y mientras tanto ve su belleza desnuda.

—Sabes que tengo esposo —responde acercándose a el.

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