Capítulo LIII : Testigo

4 0 0
                                    

La última mirada de sus ojos fue lo memorable en aquel hombre quien la amó, lo cierto es que la frialdad crea destierro entre ambos. Al verla en aquella laguna cubierta de tonos carmín en su vestido blanco. Las flamas del horizonte se desprendía en el espíritu de los guardianes. Las voces de cada uno especulaba cantos de tristeza y melancolía. Sus rostros inclinados por el respeto que le trans guardaban hasta su noble asesina, quien estaba presente  por fines de obligación. 

Solo tres personas sabían de su asesinato la guardiana general Perdomo quien callaba por las joyas y el capital que le ofrecía la duquesa. Matias quien debía callar por ser su amante secreto a quien le pudiese mandar a la horca por ser parte de los iluminados y finalmente Minerva quien fue testigo de su propio asesinato. 

Todos estaban presente en aquel funeral de corazones rotos a quien amaron a esa dama tan rebelde, noble y misteriosa pero siempre hablaba con la verdad aunque astilladora con dolor. Tomás a quien la venero en su total belleza por ultima antes de enterrarla le dio un último gesto de su amor por ella. Cubierta de peonias blancas, bajo un fondo de terciopelo azul y su vestidos blancos sedados; así fue la última vez que vieron a la dulce Minerva Magallanes. 

  — Tenias que ser tan obvio  — justifica Annalina con enfado. 

  — Por favor, basta con tus celos  — protesta susurrando. 

  — Tengo mis razones  — responde. 

  — ¿Y cuales son? — cuestiona. 

  — No es el momento adecuado para decirtelos  — finaliza. 

Annalina se va donde la laguna a ver la última vez que vio a su enemiga a quien veneraba su belleza. No había mujer más hermosa que Minerva Magallanes al igual que Annalina Sellers por lo cual una de ellas era su eclipse.  Esa eclipse tan misteriosa y caótica quien ocultaba a la serena y amena luna. Este mundo no es de color rosa todos tenemos nuestras eclipses a quien veneramos y que aturden nuestros ojos. 

  — Alguna memoria al ver ese lago  — susurra una voz seductora. 

  — No, solo un alivio y un respiro  — admite sin pensar en las consecuencias de su confesión. 

  — Me alegro que de del todo el gusto  — responde. 

  — Es todo un alivio  — toca su vientre pero al abrir los ojos ve en el reflejo del agua la mirada pedante de la misma Minerva. Su misma contextura y silueta en el agua, da una vuelta a ver su espíritu acechando.

  — ¡Kim, me has asustado!    — se sorprende y toma un leve respiro — Creí que eras otra persona — añade. 

  — ¿A quien? — sorprendida se acerca. 

  — A nadie importante  — excusa. 

  — Segura, porque parecías algo extraña  con tu reacción al lago — explica. 

  — No es nada solo que debio ser dificil para ella  — suspira. 

  — Alguien le clavo una flecha en el corazon mientras se lavaba la cara  — recuerda. —Una  dama quien llevaba un velo negro ornamentada de rosas rojas como la misma sangre que brotó en aquella flecha de punta de plomo — 

  — ¿Como sabes todo eso? — sorprendida atragantada de un nudo de culpa. 

 —Estuve allí cuando fue lo del asesinato — 

  — ¿Qué estabas haciendo allí?  —  cuestiona.

  — Tuve una discusion con mis padres ese mismo dia asi que pase por el lago hasta que vi aquella mujer misteriosa acercándose a Minerva — recuerda. 

  — ¿Ella te vio? —

  — No estaba escondida entre los arbustos de las bayas  —

  — ¿Qué arbustos de bayas? — cuestiona sin detectar alguno por esa zona.

  — Olvidalo, debo irme. permiso  — se excusa y se retira. 

Desde esa vez Annalina no dejo de pensar en las palabras de Kimberly Marren, quien había sido testigo de su propio asesinato con la joven. Los ojos que no dejan morir a nadie es por ello que su muerte aún no había sido en vano. —Hay testigos por eliminar — piensa al sacar la misma flecha de plomo que utilizo para Minerva. Algo que noto la bella Annalina fue que su amiga Kim ya no era misma desde ese entonces, algunos de sus rasgos y  comportamientos cambiaron desde ese dia. 

La mirada, el dejar de fumar, el paso tan femenino y delicado, su manera de hablar, su vocabulario, su educación, su conocimiento, su manera de vestir y su amor por cierta persona se profundizó. Algo que noto desde el principio y ese dia del funeral de Minerva, por estar mas preocupada en su culpa omite cierto detalles. Esos detalles que se revelarían a través de los años a lo cual hubiese percatado con anticipación.

Annalina vuelve a la capilla a limpiar sus pecados a los cuales volvería a hacer. Reza por su ánima con tanta ferocidad y tratando de olvidar todo lo que ha hecho desde Nicolas hasta Minerva. Ambos de la misma brecha de sus celos y envidia imperdonable quien a ocultado su furia en su corazon pero lo acciona con la misma. El Padre Valentino nota el llanto de la dama quien se acerca poco a poco pero ella se levanta antes. Sin decir nada el solo la ve partir como nuevamente una paloma blanca.  

Tomás se despide de la única mujer que pudo amar ni su Annalina ha abarcado ese puesto en su corazon. Recuerda sus cabellos largos oscuros como la medianoche reflejada como una luna con su piel serena, brillante y eterna. Sus manos suaves y perfectas cuando le acariciaba su rostro en aquellos días de amor. Sus mejillas entintadas con la misma sangre de una guardiana tan noble como ella. Sus labios como los pétalos de una rosa tan degradados y suaves como a si mismo. Sus ojos como no olvidarlos tan llamativos y embrujantes como el agua de aquella laguna en la cual falleció de su mismo encanto. Transparentes y cristalinos como el agua de aquel bosquejo en acuarela. 

Por ello se le llaman los ojos que no dejan morir a nadie, porque con su belleza es imposible ser olvidada por la misma vista al quien la ve. Nadando entre las aguas llenas de bayas y flores a quien se sacudió en la misma canasta que llevaba. —Mi Minerva como lo siento —susurra.  La dama ha sido enterrada en aquel suelo llano pero con su presencia le dará vitalidad. La única heredera de los ojos que no dejan morir a nadie ha muerto. 

  — Descansa en paz Minerva Magallanes, recuerda que mi amor por ti ni la muerte me lo arrebatara  — colocando una flor sobre su lápida. 





CiegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora