Capítulo LVI: Laguna

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 —¿Cómo te diste cuenta de la muerte de Minerva?  — pregunta el Padre Valentino entristecido.

 —Recibí una llamada telefónica de una misteriosa mujer  —explica.

 —¿anónima?  — alza la mirada.

 —Si  — contesta.

 —¿Qué fue lo que te dijo?  —

 —Me dijo que había encontrado un cuerpo flotando por la laguna de una joven  — recuerda.  —También me dijo que fue flechada en el corazón  — explica.

 El Padre Valentino queda en silencio y sorprendido. Su silencio hace notar su dolor al igual que el de Tomás.  —Al llegar a la laguna con tres de mis hombres miramos a la joven flotando en el agua  — relata  —Nunca me imaginé que se tratase de ella  — añade.

 —Sus ojos cerrados sin vida, sus manos heladas y su corazón abierto; al verla allí hizo que mis rodillas se debilitaran en agonía  — describe.

 —No podía creerlo que al fin la encontrase y que ahora este en el cielo inmerso  —suspira  —pero ahora se que está en un lugar mejor que aquí  —concluye.

No podía seguir contando la historia el dolor lo impedía. A pesar de ser una torre firme y  fuerte sus grietas están vigentes. No podía demostrar debilidad su cargo lo impedía pero es imposible más con la persona que más amas.
Desde que la vio ser una chiquilla ahora una joven, ha sido capaz de amarla desde aquel primer beso.

 —Fue algo difícil verla en la laguna sin signos de vida, Padre Valentino  — lanza un llanto  —Nunca me imaginé que se tratase de Minerva Magallanes  —menciona.

Esa misma tarde del asesinato y la muerte del mismo. La laguna había aclamado otra visita y una de ellas nada más y menos que la señorita Marren. Quien había tenido una discusión con sus padres sobre un matrimonio arreglado.

Este se tratase el hijo del Conde Caridonia, quien sería heredero de las empresas de minería de su padre. Sería el perfecto al fin de negocio para su familia. En todo caso no era obligatorio pero ambas familias insistían. Esa misma mañana antes de ir a desayunar  Kimberly Marren vio al joven por primera vez.

A través de su ventana vio aquel joven de tez morena y cabello ondulado oscuro. Bajandose de su coche como todo un galante pero a la vez su espíritu tímido lo atormenta. En especial al ver a la joven Marren atraves de la ventana tan serena y atrevida.

Sus labios rojos, cabello lacio rubio con un fleco cubriendo su frente. Vio con algo de desprecio a aquel joven pero le resultó algo atractivo. El problema es que en su mente sólo estaba una persona. Ese joven está en los escenarios del hotel Vermenevi con su voz y carácter dramático acompañado por su fiel pianista.

 —Debes arreglarte  — ordena su madre entrando a la habitación.

 —Porque alguien en especial viene  — sarcástica y enciende un cigarrillo.
 
 —Sabes bien que no me gusta que fumes, Kim  — reclama su madre arrebatado su cigarro.

Kim voltea los ojos y va a su armario a escoger la vestimenta.
 —Yo la escogere  — ordena su madre buscando un vestido rosa viejo.

 —Sabes que no me gusta ese vestido  — responde Kim.

 —No me importa, tienes que impresionar al hijo del Conde Caridonia  — dice su madre.

 —Sabes que eso no va con mi persona  — reclama.

 —Ese es el problema  — susurra su madre.

Colocándose el vestido que escogió su madre adornandola de diamantes alrededor de su cuello. Su cabello cabello rubio lacio adornado por una diadema de cristales. Los ojos en sombras suaves en tono de melocotón al igual que sus labios.

 —Ahora luces como una dama  — recalca su madre al verla.

Kim se vio al espejo parecía otra persona y eso no le gustaba. Su madre se retiró a cambiarse y ella quedó sola en la habitación. Tomó otro cigarrillo y lo volvió a encender y está vez cambio su estilo por algo más de ella. 

Al bajar por las escaleras bajo como toda una dama con su espíritu único y rebelde. Vio al joven Caridonia más de cerca pero en su mente sólo estaba otra persona, Theo.

Al verla su madre algo se desató en ella una furia por no verla vestida como ella quisiese. El Conde Caridonia es un poco compulsivo ante cualquier trato. Este matrimonio el lo veía como un trato, quería para su hijo una esposa inocente y sumisa. Es algo imposible porque Kimberly Roselia Marren Scott es todo lo contrario y su seguridad al hablar no le agradaba a mucha gente en especial a los hombres.

Kimberly había oído sobre la familia Caridonia y más sobre los pequeños secretos que ocultaba tales como llantos escondidos de mujeres. Una gran lista de cuerpos enterrados viven en su conciencia. Hasta que se dio cuenta sobre la propuesta de ambas familias.

 —¡No me casare con el! — protesta Kim.

 —Si lo harás  — responde su madre.

 —Acaso no lo ves es uno de los muchos asesinatos de muchas mujeres  — explica.
 
 —¡Quieres callarte!  — cachetea su mejilla.

 —Es la verdad  — se retira de la mesa corriendo hacia los bosques. 

 —Discúlpenme por el comportamiento de mi hija, es algo impulsiva   — se disculpa ante sus invitados.

Al llegar a la Laguna vio como el reflejo del agua se delibitaba poco a poco. Lo había visto y presentido todo pero no quería imaginarse esos moretes en su cuerpo dentro de un largo tiempo. Sus amigas habían sido esposadas por los descendientes de ellos todos varones. No le han ido con mucha gratitud.

 —Sabes que tu familia está por la quiebra  — susurra una voz mayor.

 —Conde Caridonia, me imaginé  que usted vendría para proteger su protocologo  — sarcástica.

 —Kimberly Roselia Marren Scott, la joven rebelde de los Marren y heredera de la firma minera  — impresionado  —Lástima que tus padres no confíen en ti ya que los llevará a las ruinas con esa actitud tan prepotente  — añade.

 —Típico de usted vive en ese mundo tan prehistórico que cree que una mujer no puede manejar una empresa  —

 —Eso no le dije yo más bien tus padres  —ríe.

 —Lo piensa además mis padres son unos idiotas igual que usted  —contesta.

 —Mira pequeña estúpida te casaras con mi hijo si quieres llevar la fiesta en paz  — susurra agarrandola del cuello.

 —Jamás  — escupe su cara.

 —Veo que eres un obstáculo  — la suelta.

 —Ahhhg... — grita de dolor  —¿Qué me hiciste?  — ve como su abdomen sangra poco a poco.

 —Eres un imbécil, te irás al infierno — agachandose poco a poco del dolor.

 —Eso ya lo veremos  — sonreí.  

—Tienes chance de sobrevivir si aceptas mi propuesta  — susurra acercándose poco a poco. 

 —Prefiero estar muerta antes de pertenecer a tu sádica familia  — protesta.

 —Como quieras  — apunta el arma en su cara.








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