Capítulo 1

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Finales de septiembre de 1961.

Paul

Nos encontrábamos en mitad de la nada, junto a una carretera cercana a Dunquerque, en espera de que algún coche con un conductor bondadoso nos recogiera para acercarnos a nuestro destino: Paris. Al principio, había creído que la invitación para acompañar a John en su loco viaje de cumpleaños era una broma, ¿por qué querría elegirme a mí en vez de llevar a alguna de sus conquistas? Pero ahora lo sabía: cualquier chica que la tía Mimi pudiese aprobar se habría atemorizado por atravesar las fronteras británicas para hacer auto-stop.

No se trataba sólo de levantar el pulgar y mágicamente escoger algún coche, sino que debíamos de caminar a un lado de la carretera con el frío y hambre, en espera de que alguien se detuviera. Ninguna chica habría deseado aventurarse en ello. Pero John y yo no éramos chicas.

Dimos unos cuantos pasos más antes de escuchar cómo un vehículo se aproximaba. Instintivamente, ambos nos giramos y levantamos el pulgar. Igual que todos los anteriores, el conductor no frenó el coche.

—Quizá tenemos mala suerte, Macca—dijo John, bajando su mochila al suelo y sentándose a descansar. Ambos estábamos agotados—. Si las cosas siguen así, no vamos a llegar a ninguna parte jamás.

Revisé el reloj, dándome cuenta de que en pocos minutos sería medianoche, y dudaba seriamente que alguien quisiera subirnos a esas horas de la noche. Las estrellas estaban brillando de una manera hermosa en el firmamento, esa noche parecía ser más especial que las demás. John también miró al cielo y ambos nos sorprendimos mucho al ver cómo varias luces comenzaron a surcar de un lado a otro, a una velocidad impresionante.

—Mira eso: una lluvia de estrellas —comentó John—. ¿Qué crees que signifique?

—Es sólo un fenómeno astrológico —contesté, encogiéndome de hombros—. Es algo lindo, pero no significa nada.

—Qué aburrido eres.

—No soy aburrido, sólo digo lo que aprendí en el Inny.

—Lo que digas, señor ciencia.

Rodé los ojos y saqué un cigarrillo para John y uno para mí; necesitábamos algo para relajarnos un poco, considerando la situación en la que nos encontrábamos. Las únicas veces que había estado en medio de la nada, en mitad de la noche, había sido en los campamentos Scout.

—Deberíamos hacer una fogata, John —bajé mi mochila al suelo y observé un par de árboles que estaban cerca de nosotros—. Así nos mantendremos calientes durante la noche y los animales no se acercarán a nosotros. Mañana temprano continuamos el viaje, quién sabe, quizá tengamos mejor suerte que hoy.

John soltó un gruñido y permaneció acostado, claramente sin intenciones de ayudarme. Tuve que acercarme a él y darle una pequeña patada en las costillas para que reaccionara, gruñendo como un perro particularmente furioso.

—Bien, no necesito tu ayuda, ¿sabes? Estamos junto a cientos de árboles, así que iré a juntar la leña para mi fogata...

Ni siquiera esperé una respuesta. Tomé mi mochila y comencé a caminar hacia los árboles sin ningún temor; mis pies estaban congelándose, pero eso sólo me motivaba a seguir adelante con mis planes. Agradecía que John hubiera nacido en otoño, la época del año en donde era más sencillo encontrar hojas secas que facilitaban el encendido del fuego. Saqué una de mis camisas de la mochila y me la puse encima: el frío se estaba volviendo insoportable.

Como si fuera magia, encontré una gran cantidad de corteza de árbol en el suelo y algunas ramas. Tomé las piedras más grandes que encontré e hice el típico círculo para evitar que el fuego se propagase y quemase todo el lugar. Acerqué todo y, justo cuando estaba a punto de tomar el encendedor para prender el fuego, una fuerte corriente de aire se hizo presente. Maldije por lo bajo y comencé a cavar un agujero dentro del círculo, igual que había aprendido con el manual de Baden-Powell.

Metí las ramas más gruesas hasta el fondo del agujero, después las más delgadas y, por último, coloqué las hojas secas encima de todo. Tomé el encendedor, pero antes de poder encender la fogata, John se incorporó de golpe y giró a verme.

—Cállate —susurró, poniéndose de pie lentamente.

Fruncí el ceño e imité su acto, sin entender qué estaba pasando. Por la forma en la que John se movía parecía que en cualquier momento nos saltaría un oso encima, pero antes de poder preguntarle si se había vuelto loco, yo también lo escuché.

Era como si una colonia entera de abejas se estuviera acercando a nosotros, aunque el sonido no provenía de una sola dirección: era como si estuviésemos rodeados. Comencé a sentirme mareado por el ruido, mis oídos eran demasiado sensibles.

—Ven —susurró John, extendiéndome la mano.

Tuve toda la intención de acercarme a él para poder sujetarme, pero el mareo me lo impedía y mi visión comenzó a nublarse con rapidez.

—John... —susurré asustado.

No sabía si él se estaba sintiendo de la misma forma que yo, pero no escuché ninguna respuesta. Mis ojos se cerraron sin que yo pudiera controlarlo, seguido de la horrible sensación de estar cayendo por un lugar particularmente alto, que parecía no tener final.

Y, después, nada.

Now and Then [McLennon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora