Capítulo 10

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Paul

El barco arribó al puerto de Brighton cuando la luna ya era más que visible en el cielo. Las estrellas eran sumamente hermosas, aunque su belleza se veía opacada por el centenar de luces provenientes de los edificios de la ciudad. Me puse mi mochila en la espalda y me acerqué hacia la puerta que iba a quedar junto al muelle para bajar apenas si el barco hubiese atracado.

No era que no quisiera despedirme de la tripulación ni algo por el estilo, sino que no quería contestar más preguntas sobre mi procedencia, porque yo tampoco conocía las respuestas.

Había viajado en el tiempo al año 2017, y esa simple idea me ponía la piel de gallina. Si el tiempo había transcurrido, la mayor parte de mi familia debía estar muerta en ese "presente". No obstante, tenía la esperanza de poder encontrar a John en Liverpool. Aunque encontrarlo ahí significaría enfrentarme a una imagen envejecida de él: su cabello ya no tenía ese hermoso tono castaño, sus bonitos ojos estarían hundidos y su linda nariz aguileña caería un poco más de lo normal. Negué rápidamente con la cabeza, sin entender por qué había utilizado esos adjetivos -que normalmente usaba con chicas- para mi descripción mental.

El banco atracó en el muelle y bajé de un salto para después echarme a correr lo más rápido que podía. Mi "yo" normal habría agradecido a los marineros y les hubiese dado una demostración de buenos modales, pero no lo había hecho. Y eso era extraño. Yo me sentía extraño, como si no fuera yo mismo, como si mi instinto de supervivencia me obligara a comportarme como John.

Recorrí varias calles de Brighton sin saber a dónde me dirigía. Ya había oscurecido por completo y no había prácticamente ni una sola alma en los caminos: sólo era yo. Vi mi reloj de muñeca: marcaba las dos de la mañana y, aunque no sabía si estaba correcto, decidí confiar en él.

Sin saber que podía hacer a esas horas de la noche, decidí volver a la playa para caminar hasta que amaneciera. No me importaba el frío, ni el hambre que pudiera llegar a sentir. Sabía que unas marcadas bolsas oscuras comenzaban a ser visibles bajo mis ojos, pero no importaba. Me daba miedo dormir en la calle y despertar siendo víctima de algún secuestro o violación.

En mi camino a la playa, encontré una estación de trenes y autobuses. Sin pensarlo dos veces, entré y me dirigí a las máquinas para comprar un ticket a Liverpool. Completé todos los campos con mucho cuidado para no equivocarme, pero me di cuenta de que el precio era demasiado elevado. Antes de frustrarme más e irme afuera a llorar, descubrí una oferta para un viaje en autobús hacia Londres por muy poco dinero.

Introduje lo necesario y la máquina me dio un ticket para partir en punto de las cuatro cincuenta hacia Londres; era un viaje directo, así que se podría decir que había tenido demasiada suerte para conseguir algo como aquello.

Tomé mi mochila y fui a sentarme en una de las incómodas bancas de la terminal, con mi ticket en la mano. El frío me estaba calando hasta los huesos, pero estaba muy feliz de estar de vuelta en el país y de acercarme cada vez más a Liverpool. Aunque el miedo seguía presente: todo iba a ser diferente ahora.

Jugué un poco con mis manos y volví a pensar en John: ¿qué hubiera hecho él en mi lugar? Seguramente se había comportado menos cobarde que yo, porque él no le tenía miedo a nada. Suspiré y una pareja homosexual se sentó en la banca que estaba frente a mí. Aunque lo intentara, resultaba imposible no escuchar su conversación.

—Cuando lleguemos a Londres, te voy a hacer la chica más feliz de todos —le dijo una de las chicas a la otra, tomando su mano para depositar un tierno beso—. Nos vamos a casar y viviremos en un bonito departamento con un gatito o quizá con dos, te va a encantar. Seremos como una familia.

— ¿No te gustaría tener un bebé? —preguntó la otra, con un poco de timidez en su voz—. Ya sabes, un niño de carne y hueso, alguien a quien podamos enseñarle cosas y que nos quiera toda la vida.

—Yo te querré toda la vida, Lily —la chica tímida se sonrojó—. ¿Acaso no es eso suficiente para ti? Además, los gatitos son mejores que los bebés, y no requieren tantos cuidados.

—Jane...

—No digas nada más, por favor, podemos discutirlo en casa si quieres.

Ambas se besaron y sentí una especie de escalofrío al mismo tiempo que una pregunta se formulaba en mi mente: ¿qué se sentiría besar a alguien de tu mismo sexo?

En el pasado jamás me habría preguntado semejante cosa, pero el presente era tan libre que no sabía qué pensar. Probablemente la normatividad del país había cambiado, y eso era bueno, supongo.

Dormité un poco en lo que restaba del tiempo para tomar el autobús, pero cuando recuperé la consciencia las chicas se habían ido. Me horroricé al ver la hora en mi reloj: eran casi las seis y media de la mañana.

Lo primero que hice a continuación fue jalarme el cabello y repetirme que era un idiota, después fui a hablar con uno de los administrativos de la estación. No supe si fue por mi aspecto de mendigo o porque le expliqué mi problema de forma sincera, pero no tardó en darme un ticket para el autobús que partiría a las siete de la mañana.

Esa vez ya no perdí el autobús y pisé la estación Victoria cerca de las nueve y media de la mañana. Acomodé mi mochila en mi espalda y comencé a caminar de prisa hacia la salida, no sería complicado viajar hacia Liverpool haciendo auto-stop.

Apenas iba a salir del lugar cuando un chico un par de centímetros más alto que yo, con lentes de sol y de facciones casi igual de delicadas que las mías chocó contra mí. Le dirigí una mirada molesta, encontrándome con un par de ojos verdes. Él me tomó del brazo con fuerza para arrastrarme hasta el cuarto donde el conserje guardaba los trapeadores y las escobas.

El chico se llevó un dedo a los labios.

—No hagas ruido —me pidió en un susurró.

— ¡No me toques! —le grité, con el recuerdo del par de alemanes maltratándome demasiado fresco en mi mente.

— ¡Shhh! ¡No grites!

Now and Then [McLennon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora