Capítulo 11

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John

La chica fue lo suficientemente amable como para cederme su cama y preparar el desayuno en la cocina comunitaria, por lo que en cuanto desperté pasé al minúsculo escritorio a comer huevos revueltos con frijoles, o eso dijo ella que eran, porque para mí parecía una basca café.

Al menú también estaba sumado un café bien cargado y pan tostado con mermelada.

—Pensé en traerte té por ser inglés, pero entonces recordé que prefieres el café —me dijo la chica, pasándome el azúcar y tomando una cosa rectangular que encendió lo que hasta el momento había pensado que era un vidrio muy oscuro. El pan se partió a la mitad de mi camino al apretarlo por la sorpresa—. ¿Eso es una televisión? —le pregunté a la chica, apreciando la imagen brutalmente nítida que salía de ésta. Bien podría haber sido un espejo.

Ésta soltó una pequeña risita y asintió, cambiando el canal con lo que tardé en entender que era un control remoto. Me obligué a cerrar la boca para no quedar como idiota.

—Creo que hay más cosas que te van a sorprender, John —me dijo.

— ¿Cómo qué...?—intenté llamarla por su nombre, pero pronto me di cuenta de que ni siquiera se lo había preguntado. Ella bien podría haber sido una violadora en potencia y yo había confiado estúpidamente en ella.

—Soy Janet —contestó sonriendo, como si no le importara en lo absoluto que no le hubiera preguntado su nombre. Al menos no armó un escándalo por eso.

—Bueno, entonces habla, Janet. ¿Qué más hay de interesante en este mundo en donde ya no existo? ¿Los coches vuelan? ¿Hay máquinas asistentes?

Ésta soltó una carcajada y negó con la cabeza.

—No, los coches aún no vuelan, pero creo que lo de las máquinas sí es técnicamente posible —se removió en su asiento y sacó la misma cosa rectangular con la que el día anterior había intentado sacarme una foto, pero no lucía en lo absoluto como una cámara. Blandió la cosa esa frente a mí y me la entregó.

—Esto es un celular, es como una computadora pequeña —mi atención rápidamente se alejó hacia la televisión. Todo lo que sabía de las computadoras era que eran un proyecto del ejército estadounidense, y no tenía ganas de entender eso o los celulares.

—Estaré aquí un mes entero —le dije después de que ésta notara que no me interesaba en lo absoluto su computadora pequeña—. Necesito conseguir boletos para entrar al concierto de Paul y hablar con él.

Janet me miró con sus enormes ojos como si creyera que estaba loco.

—No estoy segura de eso, John. Yo intenté conseguir boletos hace tres meses y fue imposible, se agotaron en seguida y son muy caros.

—Esto no es una sugerencia, necesito un boleto sí o sí. McCartney es mi boleto de regreso.

—Bien, si quieres que te ayude primero debes decirme cómo fue que terminaste aquí, por qué dices que Paul es tu boleto de regreso y por qué estás solo.

Me dejé caer contra el respaldo de la sila, aceptando que esa niña era mi única solución hasta poder dar con Paul, y más me valía tratarla bien si no quería morir de hambre, por lo que tuve que comenzar a narrarle los primeros días de viaje con Paul, y aunque ella parecía conocer todos los detalles, no me interrumpió hasta que llegué a la misteriosa parte donde intenté sujetar la mano de Paul y todo se volvió negro.

— ¿Sólo así? ¿Sin explicaciones? —preguntó ésta.

—A menos de que olvidara que hice un jodido ritual satánico, sí, llegué aquí sin explicaciones y sin Paul.

Janet se puso de pie y comenzó a dar vueltas por la habitación como si se tratara de un tigre enjaulado justo antes de un show en el circo. Finalmente pareció dar con lo que buscaba, porque se abalanzó hacia los cajones del escritorio y sacó un libro enorme con una fotografía de George, Paul, Ringo y yo. Al parecer habíamos sacado a Pete de la banda, algo que no me sorprendía mucho: Ringo tocaba mejor.

Ella comenzó a hojear el libro hasta detenerse en una página en específico y comenzó a leerla; por un minuto todo lo que vi fueron sus ojos casi negros moverse de un lado a otro, para que terminara cerrando el libro y arrojándolo a la cama destendida.

—Bueno, no hay nada de esto registrado, sólo dice que Paul y tú irían a España haciendo escala en Francia pero se quedaron en París con un amigo, aunque antes hicieron escala en Dunquerque, pero no se menciona gran cosa del viaje en general.

No me sorprendía en lo absoluto. Dudaba que un estúpido libro tuviera la respuesta a mi problema.

—John... ¿puedo preguntarte algo que quizá sea ofensivo? —susurró Janet.

—Da igual.

— ¿Paul y tú...? ¿Viajaron a París porque son pareja?

— ¡¿Qué?! ¡Mierda, no! —tan sólo imaginarme besando a Paul hizo que me dieran ganas de reírme, era lo más estúpido que me habían preguntado en la vida—. Si Macca ahora es marica no es responsabilidad mía.

Janet soltó un suspiro y me sonrió, haciéndome retroceder instintivamente. Aún no me acostumbraba a su aspecto.

—Sí, bueno. Ahora llévame a conocer esta ciudad, no pasaré un mes entero encerrado —ella salió corriendo a tomar un par de billetes y su chamarra, mientras que yo tomaba una chaqueta de cuero para ocultar la horrible inscripción de la camisa que llevaba puesta.

—Conseguiré tu boleto, John —me dijo ésta, tomándome desprevenido y besando mi mejilla tan cerca de mi boca que estuve a punto de golpearla. Ella sonrió y salió del minúsculo cuarto. Lo que tendría que soportar para regresar a casa.

Now and Then [McLennon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora