Capítulo 3

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John

Después de no saber nada de mi existencia súbitamente, parecí recobrar la capacidad de sentir mi cuerpo, y la verdad que habría deseado no hacerlo. Sentía la espalda como si acabara de ser aplastada por un autobús, y la nuca me dolía a pesar de que ni siquiera había movido la cabeza.

Poco a poco recuperé los sentidos, y lo primero que logré olfatear fue un terrible olor a orina, no sabía si era de perro o no, pero no tenía intenciones de descubrirlo. Permanecí en esa posición, escuchando a personas ir y venir cerca de mí, pero no terminaba de entender qué eran lo que decían.

Cuando por fin pude abrir los ojos, noté que estaba recargado en una pared sobre una banqueta, que estaba rodeada de autobuses en un estado tan deplorable que nunca pensaría en subir a uno, a menos de que quisiera suicidarme.

—Oye, Paul —susurré, sintiendo un pequeño bulto recargado en mi pierna. No tenía ni idea de cómo había terminado en ese apestoso lugar, que ni siquiera parecía Francia—. Macca, despierta.

Al bajar la mirada para darle unos buenos golpes a Paul para que reaccionara, descubrí que quien estaba dormido sobre mí no era Macca ni de cerca. Se trataba de un anciano con el cabello prácticamente tieso por la cantidad de suciedad que albergaba en él, vestido con ropas andrajosas y, seguramente, la fuente del olor a orina.

Solté un grito y me puse de pie a toda velocidad, consiguiendo despertar al viejo.

— ¡Apártate, anciano! —le grité, llevando instintivamente mis manos hacia mis bolsillos para asegurarme de que mi dinero continuaba conmigo. El anciano susurró algo que no terminé de entender y me miró fijamente con sus ojos sumidos y prácticamente sin brillo. Parecía un cadáver.

Éste dijo algo, esta vez en otro idioma que reconocí como español, y me extendió la mano.

— ¿Dónde me trajiste? —le pregunté, sin atreverme a acercarme demasiado a él. Si Paul hubiera visto el nivel de suciedad que tenía ese anciano, se habría desmayado.

¡Mierda! ¡Paul!

Giré en espera de encontrar a Paul asediado por otro anciano, o mínimo tirado en algún punto cercano, pero en cambio todo lo que podía ver eran autobuses y una que otra persona que ni siquiera se detenía a verme, todos parecían tener mucha prisa y estar acostumbrados a que hubiera personas tiradas a los alrededores.

Al volver a mirar al anciano, éste ya se había puesto de pie y sujetaba lo que rápidamente reconocí como mi mochila. El anciano me dirigió la sonrisa más macabra que había visto en mi vida, carente de los dientes delanteros y con los colmillos medio podridos. A pesar de no estar realmente cerca de él, pude oler el olor putrefacto saliendo de su cavidad bucal.

Extendí la mano, creyendo ilusamente que éste iba a devolverme mis pertenencias, pero sólo me dijo:

—Idiota.

Y salió corriendo con una velocidad impropia de un anciano en ese estado.

Quedé tan brutalmente impresionado que me mantuve pasmado unos segundos antes de salir corriendo detrás del jodido vagabundo, que iba y venía a toda velocidad entre los autobuses y la gran cantidad de personas y negocios que estaban en el camino.

— ¡Deténganlo! —grité, intentando evitar a las personas que se cruzaban en mi camino, y haciendo volar por los aires platos con comida—. ¡Acaba de robarme! —grité, quedando atrapado entre una pequeña multitud de personas somnolientas y groseramente obesas, vestidas con trajes que parecían a punto de explotar.

Now and Then [McLennon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora