Capítulo 8

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Paul

Desperté igual que en aquellas veces en que uno siente que está a punto de caerse y termina dando un respingo en la cama. Pero, ni me estaba cayendo, ni estaba en una cama. La luz del sol estaba molestándome y sentía un mareo espantoso. Mi boca estaba un poco seca: seguramente había dormido con ella entreabierta. Me senté y me desperecé, antes de darme cuenta de las horrendas marcas que tenía en el cuerpo.

— ¿Cómo te encuentras? —la voz de un hombre de casi dos metros de altura y cabello cobrizo me hizo dar otro respingo. Debí verme patético, puesto que el hombre comenzó a reír—. Ya veo que sigues asustado por lo que pasó anoche, no te preocupes, nadie te va a lastimar aquí, chico. Tengo un nombre, pero todos aquí me llaman Capitán. ¿Cómo te llamas?

—Paul —contesté, apartando la vista de él para poder observar lo que me rodeaba: parecía que estaba en un barco, y no veía edificios por ninguna parte—. ¿Dónde estamos?

—Nos dirigimos a Brighton, Inglaterra —contestó el hombre—. Probablemente no estaba entre tus planes volver a tu país tan rápido, pero no te preocupes, solamente dejamos la mercancía y volvemos a Hamburgo.

Asentí lentamente, recordando lo que había pasado la noche anterior: lo que habían intentado hacerme esos hombres y luego alguien había intervenido, salvándome. No recordaba todo porque había recibido un fuerte golpe en la cabeza que, sumado a mi cansancio y mala alimentación, me había hecho perder el conocimiento. Pero sabía que el tal Capitán era quien me había ayudado.

— ¿Por qué me ayudó? —pregunté, sin imaginar que el hombre se limitaría a reír—. ¿Qué? ¿Acaso le parece gracioso? Básicamente me salvó de un crimen para convertirme en la víctima de otro.

— ¿A qué te refieres? —el tal Capitán alzó una de sus cejas, mirándome como si fuera un estúpido—. ¿Crees que yo soy un criminal, Paul?

— ¡Me secuestró! Usted no tenía ningún derecho a llevarme contra mi voluntad a ninguna parte, ¿entiende?

—Entiendo —el hombre asintió lentamente con la cabeza—. La cosa es que...nadie te trajo aquí contra tu voluntad. Paul, ¿ya no recuerdas que fuiste la puta de toda mi tripulación ayer en la noche?

— ¿La puta? —me sentía indignado y, aunque no entendía del todo las palabras de hombre, creía saber a qué se refería.

— ¡La puta reina! —exclamó, antes de soltar otra carcajada—. Paul, yo hubiera agradecido que me salvaran de una situación como en la que estuviste. No tenías ninguna salida, pero estás aquí: sano y salvo. Yo no fui tan afortunado cuando estuve en la misma situación que tú, así que considérate un chico con suerte. La comida ya está lista, por si quieres comer algo. Aún quedan un par de horas para llegar al puerto.

— ¿La comida? —cuestioné.

—Sí, la comida —contestó el capitán—. Dormiste casi dieciséis horas, la tripulación se estuvo turnando para vigilar que no te pasara nada, hablaba en serio cuando dije que fuiste su puta reina toda la noche. —Hizo una pausa y señaló mi mochila—. Tus pertenencias están ahí, espero que vayas a comer con nosotros, estás debilucho, chico.

Sentí mis mejillas arder ligeramente por la vergüenza. En cuanto el tal Capitán se fue, me levante y fui a revisar mi mochila: todo estaba en orden. Me acerqué a la ventana y pude contemplar el increíble océano. Suspiré aliviado: se sentía muy bien ir de vuelta a casa.

Saqué un peine de mi mochila para acomodarme el cabello y también aproveché el momento para cambiarme de ropa. No quería verme mal ante la tripulación, aunque tampoco sentía deseos de hacer nuevos amigos. Lo único que quería era llegar pronto a casa para poder tener una ducha caliente.

Salí de mi camarote sin mucho ánimo y, al ser despeinado brutalmente por una corriente de aire, me quedé contemplando el horizonte: el azul del cielo se encontraba con el azul del mar. Era un espectáculo completamente hermoso. Comencé a pensar en John, y en lo mucho que le habría gustado ver lo mismo que yo.

Fue en ese momento cuando la tristeza me invadió nuevamente: John no estaba a mi lado. Nuestro perfecto viaje se había visto truncado por azares del destino: yo había terminado en un Hamburgo futurista, casi me habían violado, volvía a casa con un grupo de marineros y seguía sin saber nada del paradero de mi mejor amigo.

El hambre que sentía desapareció por completo, del mismo modo en que lo hicieron las esperanzas que tenía para tener un final feliz en mi historia.

—Toma —otro de los hombres de la tripulación se acercó a mí, extendiéndome un sándwich—. Llegaremos al puerto de Brighton al anochecer, y debes comer algo.

—No tengo hambre.

—Escucha, si mueres aquí, tendremos que tirar tu cuerpo al mar para no tenernos que enredar en cosas legales y policíacas. ¿Acaso quieres eso?

Sonreí tímidamente y tomé el sándwich para darle algunas mordidas. Podía ser que mis esperanzas se hubieran esfumado, pero no me sentía como un suicida. Al menos no todavía.

— ¿Quién es John? —preguntó el hombre—. Anoche, antes de que el capitán te trajera, estabas gritando ese nombre, una y otra vez.

—John es mi mejor amigo —contesté con una sonrisa—. Él fue quien tuvo la idea de viajar hacia España por su cumpleaños pero, evidentemente, algo salió mal y terminamos en partes diferentes. Si es que no le pasó algo malo a él.

— ¿Duraron mucho tiempo viajando juntos?

—Salimos el sábado treinta de septiembre —le conté, recordando que había visto el calendario antes de salir de mi casa—, pero ya no sé cuánto tiempo ha pasado desde ese día.

El hombre me miró con el ceño fruncido, como si algo de lo que yo acaba de decir no coincidiera con la idea que él tenía en su cabeza. Yo no entendía qué estaba pasando.

—Entonces salieron desde el año pasado, ¿eh? Es un largo tiempo fuera de casa, mi esposa me asesinaría si yo hiciera algo así. Aunque, claro, tú eres joven y apuesto a que no estás casado.

—No sé de qué me está hablando —admití, sintiéndome muy extraño con la idea de haber pasado varios meses fuera de casa cuando sólo recordaba los últimos dos días—. John y yo salimos de casa hace dos días: el sábado treinta de septiembre de 1961. Han pasado dos días, así que hoy debe ser dos de octubre.

—No sé de qué estás hablando tú, chico —me dirigió una extraña mirada, como si yo estuviera loco—. Hoy es veintinueve de septiembre de 2017. Creo que todo lo que pasó ayer te tiene un poco confundido, pero ya se te pasará.

¿2017? ¿Confundido? Sí, mucho; pero no por lo que me había pasado la noche anterior, sino por mi aparente viaje en el tiempo. El hombre se alejó de mí y supe que no volvería para hablarme, porque él creía que estaba loco. Pero yo no estaba loco. ¿O acaso eso es lo que diría una persona que estuviera loca?

Me quedé en ese lugar hasta que el sol se ocultó en el horizonte, las campanas del barco sonaron un par de veces y las luces de los edificios de la ciudad de Brighton se hicieron visibles.

Estaba más cerca de casa.

Estaba más cerca de encontrar a John.

Now and Then [McLennon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora