Capítulo 6

810 138 121
                                    

Paul. 

Me sentía lo que seguía de perdido: no comprendía nada, John no aparecía por ninguna parte y absolutamente todo lo que creía conocer era diferente. Guardé el dinero que la anciana que se parecía demasiado a Astrid me había dado y emprendí el camino hacia la estación principal de trenes, ante las miradas de los transeúntes que seguramente creían que yo era un criminal.

Me sentía mareado y, aunque me consideraba un hombre fuerte, sentí un profundo deseo de llorar por todo lo que estaba pasando. No era justo que algo así me estuviese pasando específicamente a mí, un chico bueno y sin ningún pensamiento malévolo en la cabeza. Para empeorar las cosas: mi estómago rugió, y sabía que una crepa no bastaría para saciar mi hambre esta vez. Quería despertar de esa pesadilla de una vez por todas y darme cuenta de que John estuvo a mi lado todo el tiempo. 

Estaba muy cerca de mi destino cuando comenzó a llover, dejando mi ropa completamente empapada y obligándome a correr con desesperación. Si John me hubiese visto cuando llegué a la estación de trenes, sin duda alguna habría estallado en risas por varios minutos. Estaba hecho una sopa, tenía hambre y la gente me miraba con desprecio.

—Mira, mami, ese hombre no sabe usar un impermeable —escuché decir en inglés a una niña de aproximadamente cinco años, que llevaba a su madre de la mano—. ¿Por qué actúa como tonto?

Decidí acercarme a ellas porque parecían ser mi única opción.

—Buenas tardes, señora —saludé, al mismo tiempo que esbozaba una sonrisa sincera que siempre lograba conquistar chicas—. Necesito ir a Inglaterra, ¿sabe si tengan algún ticket hacia ese destino? Intentaría preguntar yo mismo, pero no hablo el idioma.

—Joven, creo que usted está un poco confundido —me contestó, riendo ligeramente—. La máquina donde usted puede adquirir su ticket también está en inglés. Aunque...debo advertirle que no es nada barato, ¿ya buscó precios de avión?

— ¿Avión?

—Sí, a veces es posible ahorrar más dinero viajando en avión cuando se trata de distancias largas —dijo la mujer—. Mi pequeña Anne y yo tomamos un vuelo desde Londres por la módica cantidad de ciento quince libras.

—Entiendo —contesté con una sonrisa, aunque por dentro estaba llorando—. Muchas gracias por la información, lo tendré en cuenta.

— ¿Eres de Liverpool?

—Sí.

—Se nota —contestó ella, riendo un poco—, por tu acento. Es igual que el de los chicos de una banda de la época de los sesenta que les encantaba a mis padres, y...hablando de eso, tu cara me parece muy familiar, ¿estás relacionado con la familia McCartney o algo así?

—Sí... —no entendía por qué me estaba sintiendo tan nervioso, no era normal que le gente hiciera tantas preguntas—. Algo así, la verdad no lo sé, señora.

Me alejé de ellas deprisa para ir hacia la máquina de los tickets, intentando averiguar cómo funcionaba. De alguna extraña manera, conseguí plasmar la ruta y ver el exorbitante costo. Me alejé de la máquina sin molestarme en cancelar el proceso de compra, al mismo tiempo que sacaba en dinero que Astrid me había dado: treinta euros. En total, sumando el dinero que llevaba para el viaje, tenía menos de la mitad de lo que costaba mi viaje de regreso.

Salí de la estación de trenes a paso lento, intentando conservar mi energía y así evitar comprar comida. Seguía muy asustado, sin saber qué hacer para poder volver a casa lo antes posible y seguramente a punto de conseguir un resfriado gracias a mi ropa empapada. Si John estuviera a mi lado, sería el optimista de siempre por llevarle la contraria a su negatividad: pero él no estaba por ninguna parte.

Mientras más me acercaba al muelle, las calles parecían vaciarse más, aunque la lluvia seguía presente en periodos intermitentes. Era un ciclo de lo más odioso: llovía de forma torrencial por quince minutos y luego cesaba por media hora, para después volver a llover.

Seguía sin poder creer que me encontrara en Alemania. El plan de John y mío era viajar hacia España, no hacia el otro sentido. Suspiré pesadamente: mi papá me iba a dar un sermón tan grande que terminaría diciendo la última palabra cuando yo cumpliera sesenta y cuatro años.

Me detuve un momento para quitarme la mochila de la espalda, aprovechando que una farola iluminaba la acera y rebusqué entre mis cosas algo que pudiera comer: encontré un paquete de galletas que seguramente Mike había olvidado sacar de su último campamento. Las abrí sin demoras y me llevé una a la boca, saboreando cada pequeño fragmento y cuidando que las migas no escaparan de mí.

Cerré mi mochila y, con el paquete de galletas en mano, seguí caminando hacia el muelle. No me faltaba mucho para llegar: mis oídos ya estaban escuchando el desasosegado oleaje.

Bitte, Hilfe, danke...[T. de A.: "Por favor, ayuda, gracias"] —leí el cartel que tenía un mendigo en la acera—. Hast du Hunger? [T. de A.: "¿Tienes hambre?"].

Sonreí, completamente enorgullecido por poder recordar un par de palabras en alemán que había aprendido en las clases del Inny. El hombre, rechoncho y de piel sucia, asintió y me miró de una manera que no pude reconocer. Le extendí el paquete de galletas para que las tomara.

Danke —musitó, antes de arrebatarme el paquete de las manos.

— ¿Hablas inglés? —pregunté, esperando poder tener la compañía de alguien que me entendiera y que no pudiese verme como un criminal—. English? ¿Inglés?

—Sí, por supuesto —contestó, con un acento alemán muy marcado, pero seguí siendo inglés de todas formas.

— ¿Sabes cómo puedo volver a casa? —le pregunté, bajando mi mochila al suelo para no cansarme—. Inglaterra no queda muy cerca de Alemania, pero necesito volver lo antes posible. Me encontraré con mi mejor amigo allá, y no quiero que mi papá me de un sermón enorme, ¿entiende?

—Tengo un amigo que puede ayudarte —el hombre sonrió, dejándome ver los sucios dientes que le quedaban—. A él le encanta ayudar a las personas, no será mucho problema para él regresarte a casa.

—Pues...muchas gracias —sonreí—. Prometo que les enviaré dinero desde Inglaterra como agradecimiento por su ayuda, aunque siento que no podré pagarles con nada.

El hombre comenzó a caminar, indicándome con una seña que debía seguirlo, así que tomé mi mochila y emprendimos juntos el trayecto. Las calles ya estaban desocupadas, pero yo tenía la tranquilidad de estar acompañado por un ciudadano. Cuando llegamos a una calle sin salida, el mendigo me pidió que me detuviera.

Krumm!

Otro hombre apareció entre las sombras del callejón: era alto, delgado y una peculiar apariencia que desprendía un aura negativa. Di un paso hacia atrás, temiendo haberme equivocado. Me tranquilicé al ver que el tral Krumm sonreía.

Wer ist das, Keks? Er sieht wie eine Frau aus [T. de A.: "¿Quién es, Keks? Parece una mujer"] —dijo el tal Krumm, pero yo no podía entender nada.

Vielleicht ist er eine Frau [T. de A.: "Quizá es una mujer"] —le contestó Keks.

Ambos me miraron con ojos lujuriosos, y entonces comprendí sus verdaderas intenciones. Di media vuelta para correr y salvar mi dignidad, pero me sujetaron por la mochila y me mandaron al suelo sin problemas.

Comencé a forcejear: no quería que me lastimaran. Keks, el rechoncho, se subió encima de mí, logrando sofocarme e inmovilizarme. El otro comenzó a bajarme los pantalones sin ninguna clase de consideración.

Dreh ihn! [T. de A.: "¡Gíralo!"].

Keks se bajó de mí, me pusieron boca abajo y volvió a aplastarme. Sentí que el aire me tocaba el trasero cuando me despojaron de mis calzoncillos. Después recibí un golpe que iba a dejarme una fea marca. Estaba aterrado por la situación, pero sólo pude llorar y gritar con todas mis fuerzas:

— ¡John!

Now and Then [McLennon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora