Capítulo 4

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Paul

Como John se había quedado con la mayor parte del dinero, no podía darme el lujo de despilfarrar lo que tenía, ni siquiera tomando autobuses. Decidí ir a la casa de Astrid utilizando el medio de transporte más barato que podía existir: a pie.

Pasé de largo más de cuatro o incluso cinco docenas de edificios que, aunque tenían un toque futurista, seguían estando hechos con los típicos ladrillos de las construcciones alemanas. A John le hubiera encantado estar ahí conmigo, en aquella ciudad donde habíamos madurado tanto y donde conocimos qué era con exactitud lo que los adultos liverpulianos consideraban "pecado".

Mi mente no podía dejar de formularse las mismas preguntas una y otra vez: ¿qué estaría haciendo John? ¿Dónde estaría? ¿Ya se habría dado cuenta de mi ausencia?

Cuando me faltaba recorrer más de la mitad del trayecto a la residencia de Kirchherr, mis pies ya estaban doliendo como nunca antes. Quizá no había sido una buena idea llevar zapatos al viaje con John.

Me detuve a descansar un momento frente a una tienda de trajes típicos alemanes. Me visualicé vistiendo el lederhose*, pero descarté la idea al ver el elevado precio del artículo. Tendría que conformarme con mi ropa mojada por el sudor.

El edificio extravagante que había visto desde el muelle se encontraba muy cerca de mí, pero seguía sin saber qué era exactamente o para que se utilizaba. Si apartar mi vista de dicha edificación, seguí caminando. ¿Y si era una prisión? El tejado ni siquiera parecía ser algo normal, quizá lo habían hecho los alienígenas.

Alguien que iba a toda velocidad chocó contra mí, mandándome de bruces al suelo. Solté un quejido apenas audible al sentir cómo mi nariz se llevaba la peor parte del impacto contra el suelo.

—Es tut mir leid, Herr... [T. de A.: "Lo siento mucho, señor..."] —la mujer se quedó callada cuando yo me giré para verle la casa, luego palideció como si hubiese visto un fantasma—. ¿Quién es usted?

— ¿Astrid? —fruncí el ceño, olvidándome incluso del terrible dolor que sentía en el rostro. Esa mujer tenía los mismos rasgos encantadores que poseía la novia de Stuart, pero lucía mucho más vieja—. ¿De verdad eres tú? ¿Acaso no me reconoces? Soy Paul, Paul McCartney, el chico de Liverpool.

—Eres un buen imitador, debo reconocerlo —contestó ella—, pero no pienso darte dinero ni tampoco información extra sobre los Beatles, John Lennon o nadie. Claro que siempre puedes acudir a mis libros de fotografías, sabes lo que dicen, una imagen dice más que mil palabras.

— ¿Entonces sabes dónde está John? —pregunté, sonriendo como tonto. Quizá Astrid tenía una apariencia diferente, pero seguía siendo la misma—. Él y yo estábamos juntos, pero algo pasó y...nos separamos. Sé que él puede cuidarse solo, pero no puedo dejar de preocuparme. Por favor, llévame con John.

—Buen intento, chico —contestó ella, riendo un poco—, pero no pienso caer en tu broma. Todo el mundo sabe lo que pasó con John. No comprendo cómo, siendo un imitador, tengas la osadía de fingir no saberlo. Escucha, por aquí hay un bar cerca, y a unas cuantas calles está Reeperbahn. Ahí puedes encontrar más cerveza, no conmigo.

—Astrid, ¿de qué hablas? —seguía sin poder creer que ella no estuviera tomándome en serio—. ¿Acaso crees que estoy borracho? Porque no es así. No hay ni una sola gota de alcohol en mi sangre.

Kirchherr se cruzó de brazos y asintió lentamente, luego esbozó una sonrisa extraña mientras dirigía su vista hacia el edificio alienígena. Desvié la mirada hacia el mismo sitio.

— ¿Está ahí, no es verdad? —pregunté molesto, quizá Astrid estaba del lado de los secuestradores—. Los alienígenas tienen a John encerrado en ese lugar extraño. Ahora todo tiene sentido: el techo es así de raro para que puedan estacionar sus naves encima.

Astrid soltó una carcajada estruendosa, incitándome a dirigirle una mirada asesina. Desde que era novia de Stuart sentía se le gustaba burlarse de mí, pero no creí que con su nuevo aspecto se atreviera a hacerlo.

— ¿Dónde está Stuart? —le pregunté—. Quiero hablar con él, quizá sí pueda escucharme.

— ¿Stuart?

— ¡Sí, el jodido Stuart Sutcliffe! —grité con enojo—. Que tengas aspecto de anciana no te da derecho a fingir que no sabes nada. Exijo que me lleves a ver a Stuart

Al parecer había dicho algo mal, puesto que la expresión de Astrid se ensombreció rápidamente. Antes de siquiera ponerme a recapitular cada una de mis palabras en busca del problema, Astrid comenzó a revolver entre su bolso y sacó un par de billetes y prácticamente me los arrojó al rostro.

—Eso es todo lo que tengo para darte, ahora deja de molestarme —me dijo, cerrando su bolso y alejándose de mí a toda velocidad. Una parte de mí quería ir tras ella para averiguar qué demonios era lo que parecía estar tan mal en el mundo, por qué ella no me reconocía y, sobre todo, para que me ayudara a encontrar a John, pero no lo hice.

No tenía idea de dónde estaría John, pero estaba absolutamente seguro de que no estaba en Alemania, o ya me hubiera encontrado. Por alguna razón nos habíamos separado en Francia, y estaba absolutamente aterrado por lo que le podría haber pasado, pero el único lugar en donde podría pedir ayuda para encontrarlo -y a donde John también iría- definitivamente era Liverpool.

Debía volver a casa.





*El lederhose son unos pantalones de cuero típicos de Baviera (en el sur de Alemania) y Austria.

Hay un fanart de Paul vistiendo lederhose, hecho por una chica japonesa llamada Melissa. Podría compartirles dicho fanart aquí mismo, pero por respeto a la petición de ella sobre la publicación de sus dibujos en cualquier sitio web, no lo haré. Si desean verlo, su username en Tumblr es "melissa_fab4": sus dibujos son muy buenos.

Now and Then [McLennon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora