16.

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Entrelazó su mano con la mía y pasó su brazo por mis hombros, hacía un poco de frío a pesar del verano pero siempre me sentía más calentita teniendo sus camperas, y más su abrazo pudimos llegar al porche de la casa donde él se adelantó para tocar el timbre. Pude reconocer la voz de Mónica diciéndonos que esperemos, y al minuto abrió la puerta de par en par al igual que sus ojos.

— ¡Gian!

—Hola.

Mónica se acercó y lo atrajo en un abrazo, lo solté para que pudiera abrazarla también. A pesar de que ella era una chica y tenía su misma edad, era conmovedor, ya que no quería pensar en otra cosa diferente en mi cabeza. V i a la abuela acercarse con su bastón desde el living y Mónica se apartó para que ella lo viera.

—Abuela es Gian.

—Gian Franco. —sonrió María y Gian se acercó.

— ¿Cómo está abuela?— la señora estiró sus brazos y él la abrazó, beso amabas mejillas y lo sostuvo de ellas para mirarlo. Podía ver las lágrimas en los ojos de esa abuelita y eso me sensibilizó a mí como de costumbre.

—Creciste. —dijo ella y Gian sonrió. —dijiste que no ibas a crecer.

—Ojalá no hubiera crecido abuela. —suspiró, y de nuevo se hundieron en un abrazo.

—Él siempre le decía que nunca iba a crecer y siempre iba a ser su novio. —me dijo en el oído Mónica, lo que me hizo sonreír. —miraban Peter Pan juntos...Mucho tiempo sin verte Gian, ¿dónde estuviste?

—Larga historia, pero estoy viviendo en el centro como hace siete años.

— Estuve trabajando en el centro y viviendo en un departamento.

— ¿De qué trabajas?

—Empresa de turismo, hago y organizo los viajes y esas cosas, me transfirieron allá pero no hacía casi nada y trabajo por cantidad. —contó ella para ambos. — ¿vos que haces?

—Me dejaron un gimnasio, así que lo presidio.

— Ay qué bueno, ¿quién te lo dejó, tus abuelos?

—No, no, un amigo que falleció me cedió la herencia.

Nos sentamos en la mesa y ellos no dejaron de hablar, de hecho Gian estaba más hablador que nunca, lo notaba cómodo y eso era lo importante a pesar de que yo podía sentir eso más que él. Se contaron mutuamente las cosas de su vida y la abuela comenzó a hacerle preguntas del pasado, las que les costó contestar un poco más. Cuando Mónica puso una olla en el medio, me pidió mi plato primero, se lo di y de ese recipiente sacó una langosta.

—Espero que te guste. —me dijo, observé el bicho que ahora estaba frente a mí y después miré a Gian que me miró preocupado y dejó de hablar. — ¿no te gusta la langosta?

—No es eso. —intenté tragar saliva pero sentía como mi estomago daba vueltas, me alejé un poco de la mesa y me levanté.

— ¿Dónde está el baño?—preguntó Gian por mí.

—La puerta de la derecha... ¿qué...qué pasa?

—Permiso. —dije y me apresuré a llegar a aquella puerta. Entré al baño y pude escucharlo a Gian levantarse pero cerré la puerta y me acerqué al escusado, vomité hasta que me dolió el estomago y la garganta me ardió. Ya no aguantaba más eso y necesitaba llorar de la desesperación que me provocaba no poder vomitar más de lo que tenía mi cuerpo. Salí y Gian estaba parado esperando.

— ¿Estás bien?

—Sí, me lavé la boca como pude pero me da mucho asco. —murmuré limpiándome los ojos y él me corrió el pelo para atrás mientras me abrazaba.

Quedándose para Siempre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora