38.

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Escuché que salió del baño, pero no se acercó al cuarto, se quedó por ahí. Hasta que sentí el humo del cigarrillo y no había nada peor que sentirlo cuando estaba fumando, me revolvía el estomago y me daba nauseas, él lo sabía perfectamente y había dejado de fumar frente a mí.

— ¡Apagá eso Gian Franco!—me quejé. Después de un rato no se sintió más pero todavía estaba en el ambiente, tosí falsamente. —y después soy yo la que lastima al bebé.

—Basta nena, no quiero escucharte.

—Entonces llevame a mi casa.

—Andate sola.

—Bueno si me pasa algo en el camino, te vas a arrepentir. —dije enojada, pero no me levanté, lo escuché bufar.

—Callate.

—Callate vos.

—Estúpida.

—Enfermo.

—Loca.

—Tarado, te odio.

—Yo también te odio.

— ¡No te pregunté si me odiabas!—le grité y me volví a dar la vuelta para no escucharlo más. Me tapé con la colcha hasta por arriba de la cabeza y sin darme cuenta cuando pasó, me dormí.

Mientras tomaba un jugo buscaba en la computadora, las típicas páginas de bebés parar mirar. Siempre me fijaba en sus cuidados y precauciones pero había muchísimas opciones para mirar y a la entré primero fueron los nombres. Todavía no habíamos visto algún nombre que nos gustara y decirle simplemente, bebé, ya no quería. Él me daba pataditas cada día y yo no le tenía un nombre a mi hijo, así que busqué.

Nada me gustaba.

Escuché algunos ruidos y supe que Gian ya se estaba despertando, me mantuve con la vista en alto incluso cuando él pasó por mi lado sin saludarme. Tenía que admitir que a veces sí me gustaba pelearlo y hacerlo enojar, pero no era el caso. Anoche ni nos rozamos y él ni siquiera se acercó por comodidad a mí, obviamente que yo tampoco.

Volvió a rondar la cocina preparándose el desayuno sin ningún tipo de conversación entre nosotros, lo que me hizo rodar los ojos por su estupidez ya que después se suponía que yo era la caprichosa. Dejó las cosas frente a mí pero no se sentó, tampoco lo miré pero mi sexto sentido lo ubicaba aunque estuviera a kilómetros de mí. Volvió por mi costado con algo en la mano pero antes de volver, alejó mi silla y antes de que pudiera quejarme, se agachó y besó mi panza. Maldito y traicionero bebé sin nombre empezó a patear y él lo sintió. Enojada quise empujarlo.

—Salí Gian.

—Estoy saludando a mi hijo.

—No, soy yo, salí. —me quejé empujándolo, pero él no se alejaba, aunque lo agarré de los pelos y lo obligué alejarse, no podía. Empezamos a pelear entre gritos y quejas, yo para que se fuera y él para que lo dejara, pero no lo quería. Le pegué varias veces pero tampoco me soltaba y aunque también lo mordí, él me mordió a mí. — ¡Gian!—grité histérica, lo agarré de los pelos intentando empujarlo pero se negaba.

—Dejame... ¡Auch me duele tonta!

— ¡Salí entonces!—lloriqueé. —ya dejó de moverse, salí

—No quiero.

—Salí tonto.

—No.

No iba a soltarme, respiré hondo y me resigné volviendo mi atención a la pantalla pero teniendo a una koala abrazado a mi cintura, ya no iba a intentarlo y aunque me hiciera la enojada, me gusta que me siguiera peleando por más orgullo que haya de por medio.

Cuando al fin se levantó, puse mi peor cara de enojada.

—No podes negarme a mi hijo, es mío.

—Pero lo tengo yo y yo no quiero que me toques.

—Claro. —rodó los ojos y yo lo miré mal. Ninguno de los dos se sacó la vista de encima y sus penetrantes ojos verdes ya me hacían querer perder la cordura dejando mi orgullo de lado.

—Te odio. —le dije entre dientes, él asintió mordiendo una tostada.

—Yo también te odio.

Volví mi vista a la pantalla pero tenía perfectamente a la vista sus acciones, aunque sólo comía. Después de un tiempo que me aburrí de sentir su mirada sobre mí, le devolví la mirada y segundos después él se acercó por encima de la mesa, me acercó desde la nuca y obligó a nuestras bocas chocarse y besarse.

—Igual te odio. —me dijo entre besos, mordí su labio fuerte y se quejó pero no se apartó.

—Yo también. —me quejé y me mordió él, pero lo hizo fuerte y lo aparté rápido. — ¡Sos un bruto, salí!—lo empujé y él se volvió a sentar. Toqué mi labio pero no tenía nada, lo miré mal. —estúpido.

— ¿Yo? vos me mordiste primera.

Bufé y me levanté tirando la silla hacia atrás, haciendo que resonara fuerte sobre el suelo. Enojada entré al baño y me llené la bañadera. Me apoyé en la pared y mirando hacia arriba, una lágrima de frustración cayó por mi mejilla. Gian me estresaba y me ponía histérica, lo odiaba y quería mandarlo a la mierda.

Quedándose para Siempre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora