30.

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— ¿De cuánto estás?— me preguntó la prima de Gian, Mara. Intenté ver algún rasgo que tuviera semejante a él, pero no encontraba nada. Quizá sea porque no eran primos hermanos, más bien ella era hija del primo del papá de Gian y no tenían mucho parentesco, pero según Leti, se criaron juntos.

—Cuatro meses y medio. —le dije y ella sonrió. Mire hacia donde Leti hablaba con Gian y la espera se me hacía interminable. Ellos no estaban discutiendo pero la cara de él siempre era tan demostrativa que ya me sabía de memoria sus expresiones.

No había enviado los papeles a Dino todavía y era porque primero tenían que asegurarlos con el nombre de él para poder pasárselos a otro dueño, eso lo tuvo bastante estresado porque iba a llevar mucho tiempo y lamentablemente no quedaba otra opción que esperar. Después de que estuvieron hablando en privado pudimos ir a almorzar, Leti estaba maravillada con mi panza y con el hecho de que sea varón la tenía por el último cielo, al igual que a Abel.

— ¿No pensaron ningún nombre todavía?—intervino Mara. Iba a contestarle pero Gian habló primero.

—No.

— ¿Te gusta alguno en especial Abril?—preguntó Leti y yo hice una mueca.

—En realidad no, todavía no pensamos en ninguno y nunca antes pensé tampoco en un nombre, así que supongo que todavía tenemos que buscar.

—Bueno yo voy a sugerir el nombre de tu papá. —dijo mirándolo y Gian negó, logrando que se le borrara la sonrisa, por eso intervino.

—Lo voy a considerar de todas formas Leti. —le dije. Y ella me dio una leve sonrisa.


Inspiré hondo levantando mis brazos para ayudarme y de apoco fui bajando hasta quedar encima de la pelota. La señora de la televisión tenía una voz terriblemente aguda y estaba aturdiendo mi relajación, tampoco quería mirar porque era importante tener los ojos cerrados mientras su chillona voz me indicaba qué hacer. Escuché que la puerta se abrió y me quedé quieta haciendo mi ejercicio, hasta que escuché la voz de Gian.

— ¿Qué estás haciendo?

—Dejala está loca. —le dijo Ema entrando a la cocina.

—Te dije que no me molestaras Ema. —me quejé suavemente en mi relajación.

— ¿Abril qué haces?

— ¿Qué crees que estoy haciendo?

—Una estupidez.

Mi relajación no me permitió ni siquiera rodar los ojos, inspiré hondo nuevamente y volví a sentarme encima de la pelota despacio, abrí los ojos y lo vi a Gian parado enfrente de mí con una ceja levantada.

—Estoy haciendo gimnasia de relajación y de paso para que él bebé tenga los kilos exactos, los míos se tienen que ir.

—Estás embarazada.

—Si no me decías no me daba cuenta eh. —le dije y entrecerró negando. Se dio la vuelta y entró a mi cuarto. Ema se rió detrás de mí.

—No es necesario que bajes esos kilos Abru, está bien que tengas más de lo que necesita el bebé, es un embarazo.

Nunca nadie iba a entender, me levanté de la pelota y la llevé conmigo a guardar. La doctora había dicho que lo que aumente era solo mío, cuarenta y ocho gramos eran del bebé y yo quería que tuviera lo necesario. Entré al cuarto y Gian estaba con la computadora, mientras yo buscaba ropa él me observaba.

—Estás perfecta, ¿podes entenderlo de una vez?

—No quiero tus opiniones porque todo lo que hago para vos va a estar mal.

—No dije que está mal, dije que no es necesario...

— ¡Para mí sí!

—Dios. —suspiró él. Sin darle atención entré a bañarme.

Mirarme al espejo y ver como mi cuerpo estaba cambiando llevaba a dos emociones, me gustaba porque el bebé crecía y ya se notaba que estaba en mí y al mismo tiempo era raro ver como una personita realmente estaba ahí dentro, viviendo y sintiendo todo lo que me pasaba. Y mientras me estaba bañando, sentí unas leves cosquillas dentro del vientre, sabía que era él porque aunque fuera chiquito, podía moverse y no era mi ansiedad, realmente se movía dejándome hasta sin aliento. Era difícil explicar la sensación, era hermoso sentirlo porque eran como caricias al alma, recordándome que estaba ahí para hacerme feliz y que me amaba como yo, más que a nada en el mundo

Salí y Gian estaba todavía mirando la pantalla de la portátil, busqué una crema entre mis cosas y cuando notó mi presencia levantó la vista y se centró en mi estomago.

— ¿Puedo ayudarte?—preguntó y yo asentí. Me senté entre sus piernas mirándolo de costado cundo me dio el lugar y le puse crema en la mano. Su media sonrisa estaba ahí queriendo transformarse en un sonrisa completa cundo empezó a desparramar la crema por toda mi pequeña panza.

—Siento... no sé cómo explicarte que lo siento. —dije en un suspiro, él me miró algo sorprendido.

— ¿Lo sentís?

—Sí.

—Pero es muy chiquito.

—Lo sé, pero...es raro siento que está acá, hace como cosquillas.

— ¿En serio?

Asentí y él extendió su sonrisa, a la que yo le di un pequeño beso. Siguió concentrado en desparramar la crema y yo mire la pantalla de la portátil. Fruncí el ceño.

— ¿Qué es esto?

—Una opción de nuestra nueva casa. —dijo.


Quedándose para Siempre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora