Capítulo 14 - Michael

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"Canciones a un conocido y millones de desconocidos"

Aquella mañana apenas se podía vislumbrar el Sol en el cielo cubierto de nubes de la tormenta de la noche anterior. El suelo de Nueva York continuaba cubierto de agua de lluvia. Sobre la ciudad soplaban fuertes ráfagas de viento contra las que era casi imposible andar. Michael y Mia entraron en un pequeño local abierto durante las 24 horas para desayunar algo.

– ¿Ahora qué vamos a hacer? – preguntó Michael.

– Ahora vayamos al apartamento y descansemos un poco. No es cuestión de estar toda la noche y todo el día fuera. Se escoge uno de los dos, y el otro se reserva para descansar. Pide algo sencillo para desayunar y desayunamos aquí mientras esperamos a que deje de soplar el viento.

– ¿Qué más da el viento?

– En realidad, no importa nada, pero dado que tenemos la posibilidad de eludirlo y dado lo molesto que es, esperemos aquí. No pueden echarnos si pedimos algo.

Mia se acercó a la camarera y pidió dos cafés. Dejó un billete de diez dólares sobre la barra y volvió a la mesa.

– Oye, una pregunta. – dijo ella súbitamente.

– ¿El qué?

– Sé que estás en la facultad de Química. ¿No tienes que ir a clase?

– Tengo dos semanas de vacaciones. No hace mucho que las incluyeron. Vacaciones a mitad de febrero.

– Ajá.

Mia bebió un trago de la taza y volvió la vista hacia la ventana. Desde la mesa más o menos podía vislumbrarse el cielo cubierto de nubes grisáceas que se extendía sobre la ciudad. Mostraba la expresión facial que solía tener la gente cuando se está con otra persona y no se sabe de qué conversar.

– Mia, quiero decir, Jennifer.

– ¿Qué?

– ¿Por qué te fuiste a Sydney? Sé que te fuiste para estudiar, pero, ¿por qué no podías estudiar en Nueva York?

Mia frunció el ceño y bebió un trago de café.

– Es una larga historia.

– Decías que esperásemos aquí hasta que bajara la intensidad del viento. Echa un vistazo al exterior; es evidente que vamos a estar mucho rato esperando. Tenemos tiempo.

Ella resopló resignada.

– Está bien. – dijo al fin. – Tú sabes la idea principal. Dejé los estudios en su momento y a partir de un día decidí retomarlos. Para volver a estudiar me marché a Sydney.

– En efecto. ¿Por qué te marchaste a Sydney?

Mia suspiró ligeramente.

– Nueva York es el lugar donde desaproveché mi época de estudiante. Es el lugar donde dejé los estudios no porque no fuera lo bastante inteligente, sino por simplemente no querer estudiar. Necesitaba alejarme de mi antigua vida para empezar desde cero. Y me fui a Sydney porque quería estar todo lo lejos que pudiera de Estados Unidos. No fue difícil conseguir la nacionalidad australiana.

– Y te sacaste la Secundaria, el Bachillerato y la carrera de Biología. Y ahora estudias la especialidad de Microbiología, tocas el piano y la trompeta y eres directora y crítica de cine.

– Sí, es una buena forma de resumirlo. Y en más o menos cinco años.

– Jennifer, no pongo en duda que seas una persona brillante. No hace falta que alardees de ello cada vez que se te presente la oportunidad. El caso es que fuiste una inconsciente al mudarte a Sydney a los 15 años sin apenas decir una palabra a nadie. Por cierto, ¿de dónde sacaste el dinero para irte a Sydney?

– Pedí un préstamo a un banco y después lo devolví progresivamente. Mi mejor amiga Isabella ya vivía en Sydney desde hacía unos años con sus padres, que tuvieron que mudarse. Compramos un apartamento a medias. No fue excesivamente complicado irme a vivir allí.

– ¿Por qué te hiciste cineasta? Cuando vivías en Nueva York, no parecías ser muy aficionada al cine.

– ¿Recuerdas que yo, cuando termino de leer una novela, deformo el argumento para hacerla más enrevesada? ¿Y que, cuando he acabado de deformarla, prácticamente he creado una historia totalmente nueva que únicamente comparte los nombres de los personajes con la original?

– Sí. Redactabas tus deformaciones de argumentos y a veces las leía. Eran muy buenas, en ocasiones mejores que las novelas originales.

– Eso me decía la gente que las leía.

– ¿La gente que las leía?

– A veces las publicaba bajo mi nombre, pero evidentemente sin ánimo de lucro. Simplemente las colgaba en mi blog y la gente las leía. Eran largas y complicadas, había que fijarse bien para entenderlas del todo. Incluí un apartado de comentarios. Muchos me decían que tenía una imaginación portentosa, que a prácticamente nadie se le ocurriría deformar argumentos de tal manera. Se hicieron bastante populares en Internet. Con ellas conseguí varios miles de seguidores en Twitter y en Instagram. De cuando en cuando hacía pequeños adelantos por las redes sociales. Su popularidad no dejaba de ascender, e incluso hubo algunos autores originales que las leyeron. Cuando yo misma releía las novelas originales también releía mis propias versiones. Me daba cuenta de que no se parecían en nada a las versiones originales. Sólo compartían los nombres de los personajes, el marco espacio-temporal y algunos pequeños detalles sin importancia del argumento. Casi podían considerarse como historias nuevas. Cuando Isabella las leía me decía que debería escribir yo mis propias historias. Le hice caso. De cuando en cuando escribía por diversión, pero siempre pensaba que a mis historias les faltaba algo. Y las transformé en guiones de cine. No de nivel profesional, sencillamente me imaginaba cómo serían esas historias si se llevasen a la gran pantalla. Describía con detalle los escenarios, los ambientes e incluso los movimientos de cámara. Llegó el momento en que ya no escribía novelas, sino películas. Pedí a varios productores que financiaran la que sería la primera de mis películas, "Canciones a un conocido y millones de desconocidos". ¿La has visto?

– Sí, la he visto. Cuenta la historia de un grupo de música de los años 80 del siglo XX. Decían que era un guión escrito por una niña inmadura.

– Sí, eso decían. Pero luego consiguió dos Oscar y estuvo nominada a un tercero. Sólo conseguí a un productor, que irónicamente fue uno de los propietarios del banco al que pedí el préstamo para poder irme a Australia. Conseguí trabajo en una empresa cinematográfica y también logré que una distribuidora exportase la película alrededor de la Tierra. Así despegó mi carrera como cineasta. Todo mientras estudiaba Biología.

– ¿Y por qué te hiciste crítica de cine?

– También a raíz de un hobby. Cuando empecé a hacer películas también empecé a ver los últimos grandes éxitos de la cartelera. Entraba en foros de cine donde la gente publicaba sus propias críticas acerca de las últimas películas que se habían hecho más o menos famosas. Entre ellas estaba "Canciones a un conocido y millones de desconocidos". Las críticas eran en su inmensa mayoría muy positivas. Empecé a hacer críticas de otras películas y a colgarlas en Internet. La gente se interesó por mí porque más o menos me había convertido en una cineasta consolidada. Y así terminé por hacerme crítica de cine profesional.

– ¿Criticabas tus propias películas?

– Por supuesto. Todo cineasta debería hacerlo.

– Y ponías puntuaciones por las nubes.

– No. Es más, mis críticas solían ser las que hablaban peor de mis películas.

– ¿Y eso por qué?

– Cuando yo colgaba una crítica, la gente sabía que era yo. Todo profesional debe ser capaz de analizar sus obras y de encontrarles todos los fallos posibles. Nadie ponía tanto por el suelo mis películas como yo.

– ¿Y eso por qué?

– Porque el primer paso para llegar a ser un genio es admitir que no se es un genio.

8 St-NYUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora