Capítulo 60 - Michael

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Nuestra propia locura

Michael se despertó acostado en la cama junto a Lauren, sin ropa y con una mano encima de su pecho izquierdo. Se levantó de la cama, estiró los músculos y miró por la ventana; el suelo de Manhattan estaba cubierto del agua de la 55a tormenta y el ambiente era frío y ventoso.

– Y ya sólo quedan dos tormentas. A decir verdad, es algo más terrorífico de lo que pueda parecer simplemente hablar de tormentas. Esta situación es como estar condenado a muerte, y que las tormentas sean los pasos que te quedan antes de terminar el corredor de la muerte. Pero con casi toda la humanidad. No parece que sea verdad; suena al argumento de una novela o una película de fantasía. O de ciencia-ficción.

Michael se puso la ropa que llevaba la noche anterior y salió de la habitación. Tomó el ascensor y bajó hasta la planta de recepción. Salió del edificio y miró el reloj de una farmacia cercana; las siete y cuarto de la mañana. Le resultaba extraño haberse levantado tan temprano, pero casi lo agradecía. Era lunes y convenía tener tiempo para prepararse antes de ir a la universidad. Caminó hasta llegar al patio número 368, entró en el portal y tomó el ascensor hasta el 10o piso. Entró en el apartamento y respiró hondo.

– Este día es terriblemente extraño. Parece demasiado igual a todos los demás para todo lo que encierra. En fin, esto carece de sentido debatirlo conmigo mismo. No voy a intentar convencer a Lauren de que nos lleve a Mia y a mí al futuro. No tiene sentido intentarlo. No influiré en su decisión. De modo que hoy toca hacer lo habitual. Pero siendo completamente inconsciente del resultado.

Michael desayunó un café solo y se dio una ducha rápida. Se puso una sudadera negra, unos pantalones largos, unas zapatillas blancas y una chaqueta azul marino. Cogió una carpeta con documentos, salió del apartamento y caminó hasta llegar a la estación de metro más cercana. Entró en el andén y, tras esperar unos minutos, tomó un tren en dirección al Financial District. Tomó asiento y miró por la ventana el paisaje grisáceo de Nueva York.

– Mia tiene razón. Este sitio es exasperante. El gris invariante del invierno casi ciega la vista de las personas. No porque no lo veamos, sino porque no lo queremos ver. Y no hay más ciego que el que se niega a ver.

El trayecto en tren duró alrededor de media hora. Michael bajó en la estación de 8 St-NYU y salió del andén. Caminó unos minutos hasta llegar a la universidad, y una vez dentro se dirigió a la Facultad de Química.

Las clases transcurrieron de forma monótona. El cielo se iba nublando paulatinamente, casi tanto que apenas se podía apreciar la diferencia a no ser que se esperara mucho rato. La clase de la última asignatura concluyó alrededor de la una y media del mediodía. Michael entró en una de las cafeterías de la universidad y tomó asiento. Pidió un bocadillo de atún al que apenas dio dos mordiscos.

– Venid a 8 St-NYU a las 22:50 de la noche. Venid solos y con maletas donde hayáis guardado vuestras posesiones más importantes. – escuchó Michael súbitamente.

Michael echó un vistazo a su alrededor, pero apenas había nadie en la cafetería; la mayoría de los estudiantes comían en sus casas.

– No debería cuestionarme nada acerca de las cosas imposibles. He reconocido fácilmente la voz de Lauren en esa frase.

Michael dibujó una sonrisa en su cara.

– No importa. Ha dicho que cojamos nuestras posesiones más importantes. ¿Significará eso que podré dejar esta época y sobrevivir a la Guerra de las 57 Tormentas?

Frunció el ceño al terminar de formular esa frase.

– O tal vez no debería hacerme ilusiones. Si algo sé de esa mujer, es que es imprevisible. En eso se parece a Mia. Puede que demasiado.

Michael salió de la cafetería al terminar de comer. Miró al cielo, cada vez más nublado.

– Esas malditas tormentas... La tormenta número 56 se está acercando. Todo está sucediendo demasiado rápido, en una secuencia perfecta que incluso la humanidad es incapaz de detener. Todo esto da miedo... Todo está sucediendo exactamente como sucede el período anterior a una guerra. Tensión política, presión económica, investigaciones en relación a avances en los arsenales armamentísticos... Con razón la llaman la Nueva Guerra Fría.

Michael salió de la universidad y volvió a entrar en 8 St-NYU. Tomó un tren con dirección al Upper East Side y se bajó en su estación habitual, al cabo de alrededor de media hora de viaje. Salió del andén y caminó hasta llegar al número 368. Entró en el edificio y subió hasta el 10o piso. Cuando entró en el apartamento, se quitó la chaqueta, entró en su dormitorio y se acostó en la cama.

– Pienso que debería hacer caso a Lauren e ir a 8 St-NYU esta noche. No sé qué es exactamente lo que pretende, ni muchísimo menos qué quiere conseguir con lo que sea que esté planeando. Pero no importa. Quizás consiga dejar esta época y esta ciudad o quizás no. Pero, por otra parte, si no lo consigo, pasará exactamente lo mismo que si no acudo a la reunión. Aun así, si decide que no vayamos con ella al futuro, posiblemente me llevaré la peor decepción de mi vida. Aunque da un poco igual. Total, con la guerra a las puertas la decepción no me durará excesivamente.

Michael durmió en la cama hasta alrededor de las nueve y media la noche. Al levantarse, hizo lo que Lauren le había indicado; sacó una maleta del armario y guardó una serie de pertenencias personales. No tenía nada con lo que tuviera vínculo emocional alguno; únicamente metió en la maleta ropa, un ordenador y algo de comida. Cuando hubo preparado la maleta, Michael se metió en el cuarto de baño. Se lavó la cara y los dientes y se miró al espejo. Por primera vez en mucho tiempo se veía guapo.

– No soy consciente de la locura que estoy haciendo. Al final, Lauren tiene razón. Nos domina nuestra propia locura. La locura humana se convierte en la locura de todo el Universo.

Michael salió del apartamento y se dirigió hacia la estación de metro en la que se había bajado unas horas antes. El cielo había renovado la capa de agua que lo cubría con la 56a tormenta. Al cabo de unos minutos, Michael llegó a la estación. Entró en el andén y tomó asiento. El último tren del día con dirección al Financial District llegó alrededor de cinco minutos después. Michael entró y tomó asiento.

– Cada vez hace más viento y cada vez hace más frío. Las nubes del cielo se hacen más densas y empiezan a verse los primeros relámpagos de la que será la 57a tormenta. Sigo sin conseguir creer del todo que esta tormenta sea la antesala de la casi extinción de la raza humana. Pero he de creerlo. No he crear más conflictos entre mis propios pensamientos.

El viaje en metro duró aproximadamente media hora. Michael bajó del tren y miró al reloj de la estación: las 22:50. Miró a su alrededor y reconoció la figura de Mia, bajando del mismo tren que él. No dijeron nada, únicamente dirigieron ambos la vista hacia Lauren, quien estaba sentada en el andén, aparentemente esperándolos a ambos.

– Bienvenidos. Sabía que apareceríais. – dijo Lauren, rompiendo el silencio sepulcral que había en la estación.

8 St-NYUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora