Capítulo 6 - Michael

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Necesito un cambio

No podía decirse que Mia fuera la mejor compañera de piso mayor de edad que Michael pudiera tener en su apartamento de la Séptima Avenida, pero tampoco se podía decir que fuera la peor. A pesar de su afición a beber, tocar la trompeta fuera cual fuera la hora del día y organizar orgías, Mia era una buena persona. Aunque la hubieran detenido varias veces por escándalo público y la estuviera buscando la Policía, Seguridad Nacional, el Ejército australiano y la mafia a la que pertenecía la Casa de la Ópera de Sydney que había incendiado borracha en una fiesta dedicada a su película. A pesar de todo, era una persona en la que se podía confiar siempre y cuando ella confiara también. Era inteligente y refinada, aunque no lo pareciera por su historial, y siempre estaba dispuesta a ayudar a quien tuviera algún problema económico gracias a los grandes fondos que se había embolsado como cineasta y crítica de cine y tocando el piano y la trompeta en una orquesta. Irónicamente, Mia nunca había sido demasiado aficionada a la música clásica. La gente que la conocía en profundidad solía preguntarse de dónde habría salido una persona tan rara.

Michael se quedó en su casa mientras Mia, o para el resto del mundo, Jennifer, se marchaba a, según ella, comprar, de modo que no esperaba verla hasta la mañana siguiente. O hasta que la detuvieran o la encontraran borracha por la calle. Prefería no pensar en ello. Tenía trabajo que hacer, pero tampoco tenía ganas de hacerlo. Michael empezaba a tener miedo de volverse como su hermana. O no lo podía llamar miedo, al fin y al cabo Mia siempre parecía estar feliz y vivir sin la menor preocupación. Quizás fuera por el sexo. O por el dinero. O por la fama. En general, Mia no tenía motivos para no ser feliz. Michael tampoco podía decir que no fuera feliz. Siempre había tenido una intensa vida social. No tanto como su hermana, pero él consideraba que para tener una vida como la de su hermana, se debía ser ella. Una de las pocas cosas que sabía acerca de Mia era que no había nadie como ella. Para bien y para mal. A pesar de estar eclipsada por la de su hermana, Michael también tenía una buena vida social. Tenía bastantes amigos en la universidad y había tenido varias novias, las cuales no solían ser universitarias. También había mantenido relaciones sexuales con algunas de ellas. No bebía alcohol habitualmente y no fumaba. La verdad es que Michael se veía obligado a admitir, muy a su pesar, que su vida se volvería más interesante con la presencia de Mia en ella.

El día transcurrió sin nada especial. Mia no apareció por el apartamento de Michael en ningún momento, aunque él ya se lo esperaba. Aquella noche también caía una violenta tormenta sobre Nueva York. No hacía tanto frío como la noche anterior, pero aun así las gotas de lluvia seguían congelándose al impactar contra las ventanas. Sorprendemente, no hacía demasiado viento por la calle. No se podía decir que Michael echara de menos a Mia; su vida era considerablemente más tranquila sin que su hermana estuviera en la habitación contigua tocando la trompeta a las cuatro de la mañana o manteniendo sexo con algún desconocido. La tormenta se intensificaba por momentos y Mia continuaba sin llegar. No podía extrañarse su ausencia; más bien debería preocuparse en caso de que estuviera en su casa.

Unas horas después, Mia volvió al apartamento. Llevaba la ropa mojada, arrugada y mal puesta, y a eso se le sumaba la absurda combinación que había escogido, daba la impresión de que fuera alguna alcohólica que se hubiera despertado tirada en el suelo con la lluvia.

– ¿Qué has estado haciendo? Tienes un aspecto horrible.

– Sólo he salido a conocer un poco la ciudad.

– ¿Y cómo vuelves con esa pinta? Vale que esté lloviendo, pero se diría que has estado rodando por el suelo en mitad de un diluvio.

– En cierto modo.

– ¿En cierto modo?

– Sí. He estado en un bar, he bebido como dos o tres gin-tonic seguidos, he ido a la casa de un tío del que ya no recuerdo el nombre, me he acostado con él en la terraza de su casa cuando ha empezado la tormenta, hemos entrado, después me he vestido y he vuelto a pie bajo la lluvia.

– ¿No habías dicho que ibas a conocer la ciudad?

– Eso es lo que he hecho.

– ¿Para ti eso es conocer la ciudad?

– Básicamente es lo que suelo hacer cuando me aburro. Y si sigo aburrida continúo con el guión de la película que estoy haciendo.

– ¿Cómo estás haciendo una película si te están buscando las autoridades?

– Es sencillo, utilizo mi nombre falso. He creado varias falsas cuentas bancarias donde me ingresan el dinero recaudado. También uso mi dinero para pagar a gente que asista a reuniones sociales por mí, y así es más difícil que puedan descubrir que fui yo quien incendió la Casa de la Ópera.

– Estás totalmente loca. ¿Alguna vez has hecho algo que no sea una locura?

– Soy directora de cine y crítica y también soy microbióloga. Mi vida normal en Sydney era más bien sensata. Lo único es que incendié la Casa de la Ópera porque estaba borracha.

Michael suspiró ligeramente.

– Bueno, sé que no tiene sentido discutir contigo. Si quieres ser una inconsciente, allá tú. Total, igualmente lo harás bien. No sé cómo lo haces para que todo lo que hagas lo hagas bien.

– Quizás ese sea el problema que tienes. Te planteas demasiado si vas a hacer bien algo que nunca has hecho, de modo que no sabes si se tendrás problemas o no. ¿Alguna vez se te ha ocurrido que no todo lo que hagas tiene por qué salir mal?

– Es una buena pregunta, y una forma de pensar curiosa. Otra pregunta. ¿Estás borracha?

– Ya no. ¿Por qué lo dices?

– Porque iba a odiarte porque fueras más lista borracha que yo sobrio.

– Ese podría ser otro problema. ¿Cuánto tiempo hace que no sales de fiesta por la noche, bebes hasta no acordarte de tu nombre y te despiertas en la cama con una desconocida sin saber siquiera cómo has llegado hasta allí?

Michael prefirió no contestar.

– O si no quieres decírmelo, no me importa. Sé que no te gusta hablar de tu vida personal. Pero ambos sabemos que hace bastante tiempo que no sales y que no echas un polvo. Deberías hacerlo rápido, ayuda a compactarte.

Continuó sin hablar.

– No me digas nada si no quieres. Yo me voy a la cama. Hasta mañana.

– ¡Mia, espera! ¿De verdad el sexo te ayuda tanto? ¿De verdad es eso lo único que hace que siempre estés feliz, que nunca dudes en nada?

– Bueno, eso y ser rica y famosa. Buenas noches. – concluyó Mia, y al instante se marchó a su habitación, dejando a Michael solo en el salón.

Michael estuvo cavilando un rato hasta que finalmente se fue a su habitación. Se tumbó en la cama y miró hacia el techo un rato.

– Necesito un cambio.

8 St-NYUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora