Capítulo 58 - Mia

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Estamos cayendo

Mia dirigió la vista hacia el cielo negro cubierto de nubes de tormenta. El viento se levantaba y mecía las ramas de los árboles sin hojas.

– Este es un escenario que cuesta describir. Hace que afloren en mi mente sentimientos confusos. ¿Debería sentirme feliz o triste? ¿Debería dar más importancia al hecho de que todo vaya a desaparecer o a que todo vaya a desaparecer menos yo? Todos apuestan por el pesimismo; así de destrozada está nuestra sociedad por dentro. Pero yo llegué a ser yo a través de no creer nunca en lo que decían los demás. Decían que yo no servía para nada porque sacaba malas notas, y ahora tengo a medio mundo comiendo de la palma de mi mano. Decían que era una locura que me fuera a los 15 años a Sydney, y si no lo hubiera hecho no sería rica ni famosa. O tal vez sí. Eso nunca se sabrá.

Mia empezó a caminar por la Séptima Avenida sin un destino en concreto. Miraba a un lado y a otro de la calle, y era incapaz de decidirse por ninguno. Ambos parecían abismos negros y fríos a los que era mejor no acercarse.

– Tal vez lo sean. – dijo para sí. – Estoy en el centro de Manhattan, las temperaturas están bajando, empiezan a caer diminutas gotas de lluvia sin que tenga un paraguas. Hace unos minutos me consideraba como alguien que está en la cima del mundo, pero ahora pienso que estoy cayendo. Y lo más triste es que no sé hacia donde estoy cayendo.

Mia caminó durante unos minutos hasta que vislumbró la estación de metro en la que se había bajado esa misma mañana. Entró, pero sin llegar al andén, y miró las nubes del cielo como estaba haciendo antes. Echó un vistazo a la estación; como de costumbre, no había nadie.

– Qué desolación más absoluta. Me siento estancada en ninguna parte. El frío cada vez se hace más insufrible, y la humedad más molesta. Llevo un cuarto de hora andando sin rumbo y hablando conmigo misma porque no sé qué hacer. Pero, a decir verdad, sólo hay una pregunta a la que quiero obtener respuesta. ¿Hacia dónde estamos cayendo?

Mia estuvo en la estación durante alrededor de media hora. El cielo cada vez estaba más nublado y las temperaturas descendían paulatinamente.

– ¿Qué coño estoy haciendo? ¿Por qué estoy autocompadeciéndome? Soy una de las mujeres más ricas y famosas del mundo, debería estar viviendo la vida sin estar atormentada por nada. ¿Por qué no estoy siendo la Mia O'Ryan que despedaza los argumentos de los machistas ignorantes de este mundo? Estoy sola en el centro de esta puta ciudad sin nada que hacer. ¿Por qué estoy doblegándome?

Mia salió de la estación y suspiró sonoramente.

– No sé si realmente estoy doblegándome. Si es así, ¿ante qué o quién estoy doblegándome? No tengo ni idea. Y eso me hace ponerme furiosa. Odio que este mundo de mierda me haga enfurecer. Quizás siga siendo la misma adolescente soñadora que nunca piensa que pueda tropezarse con una piedra a lo largo del camino. ¿Por qué el tiempo me tortura tanto? No puedo preguntárselo a nadie. Creo que no puedo siquiera preguntármelo a mí misma. Tal vez no sea tanto tortura como burla. Derramé mi sangre, sudor y lágrimas para llegar hasta donde estuve en su momento, ¿y ahora de verdad he caído tan bajo? Me niego a creer tal cosa. A decir verdad, aún soy libre. Y tengo un orgullo que mantener. Ya no como cineasta, sino como persona.

Mia se alejó de la estación y caminó unos minutos hasta que volvió a vislumbrar la puerta de Tremblay's, aún abierto. Se dio prisa y llegó hasta la puerta del local y echó un vistazo, pero no encontró a Michael. Ni a Lauren.

– Así que has tenido éxito, ¿verdad? Menos mal. Aún tengo una esperanza a la que aferrarme. Una esperanza que aún no ha sido socavada. Es lo único a lo que podemos aferrarnos las personas. Ahora mismo no necesito dinero, ni lujos, ni bañarme en Bondi Beach a las seis de la mañana. Necesito la esperanza de poder sobrevivir a la fatídica Guerra de las 57 Tormentas. Una esperanza que al menos aún no he perdido.

8 St-NYUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora