Capítulo 10 - Michael

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Desde la Tierra a la Luna

Aquel día transcurrió sorprendemente despejado, al contrario de como parecían indicar los últimos acontecimientos climatológicos. Había pocas nubes en el cielo que apenas impedían ver el Sol brillando sobre la ciudad. Mia no apareció por el apartamento de Michael en toda la mañana, pero regresó para comer sobre las dos del mediodía.

– No esperaba que volvieras tan pronto.

– De vez en cuando, cuando prometo algo, después lo cumplo. Pero de vez en cuando, no te acostumbres.

– No es necesario que lo jures.

– ¿Vamos a ir a comer?

– Antes quiero que me hables de qué has pensado para esta noche.

– ¿De qué he pensado? No he pensado nada. Mi idea era que entrásemos en el primer sitio que quisiéramos y ver qué pasa.

– ¿Eso es todo?

– Michael, no puedes planificar todo aspecto de tu vida. Si eres tan cuadriculado, el mínimo imprevisto te destroza la vida. Tienes que aprender a tranquilizarte. Cuando llegue el momento, sencillamente haz lo que creas más conveniente. No debería tener que estar dándote consejos. Has tenido varias novias. No puedes ser tan malo en esto como te crees.

Michael suspiró ligeramente.

– Perdona, es que estoy algo trastornado. Toda la situación de la tensión entre Estados Unidos y Rusia me impide pensar con claridad.

– No te puedo decir que te olvides del tema porque ni siquiera yo puedo hacerlo. Pero tampoco puedes permitir que inunde tu vida hasta el punto de que no puedas ver otra cosa. Si llega el momento en que estalle la guerra, no podremos hacer nada. Pero este no es ese momento. Deja de imaginarte un posible futuro que no está siquiera confirmado y céntrate en los asuntos que conciernen al presente.

– Sí, en el fondo sé que es lo que he de hacer.

– Obedece a Einstein: "No me gusta pensar en el futuro, pues llega demasiado rápido".

– ¿Por qué todo el mundo dice que eres una loca? Ahora incluso pareces una persona sensata y sofisticada.

– No saben qué adjetivo usar. La palabra es "excéntrica".

La noche terminó por caer sobre Nueva York, pero aquel cielo era negro en su totalidad. No se veía ni una sola nube. Se veía la Luna flotando sobre la superficie de la Tierra y algunas estrellas podían vislumbrarse a pesar de la masiva contaminación lumínica de la ciudad. Hacía menos frío que la noche anterior, pero era innegable que las temperaturas continuaban siendo muy bajas.

– ¿Estás bien? – preguntó Mia.

– Sí. Por cierto, ¿cuál era tu nombre falso?

– Jennifer.

– ¿Por qué te pusiste ese nombre?

– Jennifer era el nombre de mi primera novia.

– ¿De tu primera novia? ¿Desde cuándo eres homosexual?

– No soy homosexual. Pero tampoco soy heterosexual. Soy bisexual.

– ¿Lo dices en serio? Nunca me lo habías dicho.

– Es una larga historia. Y ahora no me apetece hablar acerca del tema. Esta noche nuestra premisa es que tú fueras quien ligaba, y no yo. O al menos, después de ti.

– ¿Cómo que "al menos"?

– No esperarías que, con la oportunidad que se me presenta, la desaprovechase.

– Ya sabía yo que no podías estar organizando todo esto únicamente por mí.

– ¿Por qué dices que lo estoy organizando? No he organizado nada. Esta noche no es más que una noche más. Sólo somos dos personas que se van a un bar a tomar algo y a ligar. Yo soy un alma libre. Yo aquí vengo a ver qué surge. Si no surge nada, existen miles de bares en Nueva York.

– ¿Hasta cuánto tiempo estás dispuesta a prolongar esto?

– ¿Con tal de que dejes de darme la vara? Toda la noche.

– ¿Toda la noche? ¿De verdad piensas que estaremos toda la noche?

– Si continúas siendo tan inseguro contigo mismo no es que piense que estaremos toda la noche, sino que estoy absolutamente segura, y también sé que no te lo harás con nadie. Yo, quizás. Si veo que no tienes remedio, a lo mejor me voy a mitad de noche. Y vete a saber cuándo vuelvo...

– ¿Cómo consigues ser tan segura contigo misma?

– La verdadera pregunta es cómo no lo eres tú. Eres alto, eres guapo, eres listo, eres un líder y estás en la universidad con 17 años. Desde luego, nadie puede afirmar que seas un tío cualquiera. Y lo más importante es que has tenido varias novias. Sabes cómo funciona el tema.

– ¿Adónde quieres llegar?

– A que simplemente tienes que hacer lo mismo que hiciste entonces.

– Otro inconveniente es que tengo 17 años. Continúo siendo menor de edad.

– Si es por beber, yo te paso las copas. Si es por que acusen a quien se lo haga contigo de pederastia, no pasará nada si mantienes la boca cerrada. Sobre todo, asegúrate de que la otra persona no lo sepa. Así te aseguras estar libre de todo problema.

– Te las sabes todas. ¿Cómo lo haces?

– En Sydney estuve en varios equipos de debate. Nunca perdí. Nadie discute tan bien como yo y nadie sabe hacer cortes también como yo.

– ¿Lo dices en serio?

– Completamente. En realidad, todos los debates terminaban con mi primera intervención.

– Bueno, ya está bien de presumir.

Michael y Mia, bajo su nombre falso Jennifer, entraron en un bar de la Quinta Avenida. Tomaron asiento y empezaron por pedir sencillamente agua fría.

– Creía que decías que ibas a aprovechar para pedir copas.

– Poco a poco. No es cuestión de que te emborraches demasiado pronto y que no puedas siquiera hablar con nadie.

– Bueno, ¿y qué vamos a hacer?

– Por ahora esperar. Beber, pero no en exceso. Siempre es preferible que la otra persona haya bebido más que tú. Pide algo como una cerveza mientras que el resto de personas piden gin tonics.

– Dices que es mejor que la otra persona beba más que yo. ¿Por qué pedimos alcohol entonces?

– Porque si no serás incapaz de soltarte un mínimo. Pero recuerda: despacio.

Michael y Mia estuvieron varias horas en aquel bar. Bebiendo, pero despacio. El tiempo pasaba lentamente y algunas personas entraban en el bar y otras salían. Mia pidió un Tom Collins y le dio un trago lentamente.

– Creía que no podíamos beber demasiado.

– Ahora ya no importa. Calculo que con los margaritas a mitad de precio ya tendrán alrededor de 1,3 de alcohol en sangre.

– ¿Qué te hace pensar eso?

– Sólo aproximo. Soy bióloga, sé cómo van esas cosas. Curiosamente, 1,3 también son los segundos que tardaría un cuerpo que se desplaza a la velocidad de la luz en llegar desde la Tierra a la Luna.

– ¿Entonces consideras que ya están todos lo bastante borrachos?

– No. Tú no lo estás. Todavía estás siendo demasiado inseguro y reservado.

Mia se levantó y fue a la barra.

– Un Cosmopolitan, por favor.

Mia dejó un billete de veinte dólares sobre la barra.

– Quédese el cambio.

Volvió a la mesa y se sentó.

– Bébete esto.

– ¿Qué es?

– Nada. Algo que necesitas.

8 St-NYUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora