La chica del piano
Mia salió del apartamento y cerró la puerta. Salió del edificio y se dirigió a Tremblay's. Aquel local tenía algo que hacía que le resultase especial. Entró y tomó asiento en una de las mesas. Echó un vistazo a la gente que había en el bar: una chica de unos 25 años rubia con gafas que había terminado de tocar una canción en el piano del local, un grupo de hombres de unos 45 años en una mesa charlando amistosamente, una pareja de homosexuales tomando una copa en una mesa, una familia de cuatro personas cenando y una chica pelirroja alta y guapa de unos 18 años sentada en la barra sola, que la miraba de reojo.
Mientras Mia examinaba a la gente del interior de Tremblay's, un camarero de unos 35 años se acercó a su mesa.
– ¿Viene para cenar, señora? – le preguntó el camarero.
– Sí. – respondió Mia. – Pero aún no he decidido qué voy a tomar. Venga más tarde.
El camarero hizo un gesto de aprobación y se marchó. Mia siguió mirando a aquella chica, que también la miraba a ella. Quizás le hubiera llamado la atención o tal vez estuviera preocupada por si acaso era una acosadora.
– ¿Será esa chica la asesina? Es improbable, pero es posible. Existen los encuentros fortuitos. – se dijo Mia.
Tras mirar disimuladamente a aquella chica, Mia se levantó de la mesa y se sentó al piano del local. Llevaba algo de tiempo sin tocar, pero Mia siempre decía que tocar un instrumento era algo que nunca se olvidaba. Pulsó algunas de las teclas calmadamente, como si tratara de reconocerlas. Levantó la vista del teclado y observó cómo aquella chica desconocida la miraba interesada, con una mirada de desconcierto, como si no hubiera visto nunca un piano. Mia devolvió la vista al piano y empezó a tocar, lentamente, el principio de la Obertura 1.812 de Tchaikovsky.
Mia dejó el teclado después de terminar el inicio de la sinfonía y volvió a su mesa. Llamó al camarero de 35 años de antes.
– Sírvame sólo una ensalada César. No tengo demasiada hambre.
– ¿Y la bebida?
– Una cerveza. No tengo ninguna preferencia por la marca.
El camarero no dijo nada más y se alejó de la mesa. Mia volvió a dirigir la mirada hacia la chica pelirroja. No comía y no hablaba. Sólo daba tragos de cuando en cuando a un vaso de agua que tenía sobre la barra, escuchaba las canciones que la gente tocaba en el piano y miraba la televisión ensimismada. Parecía fascinada por todo lo que la rodeaba, a pesar de que no era más que la simple imagen de un bar en el centro de Manhattan. La chica volvió a clavar la mirada en el rostro de Mia, dio un trago al vaso y se sentó en el piano. Lo examinó exhaustivamente, tocando cada tecla en diversas ocasiones para asegurarse de conocer su sonido, tanto de las teclas blancas como de las teclas negras. Parecía no haber visto nunca un instrumento musical.
– ¿De dónde habrá salido esa mujer, que no sabe lo que es un piano? ¿Y por qué está sola? – pensó Mia.
Al pensar en la soledad de la chica, cayó en la cuenta.
– Aunque... yo también estoy sola. También estoy sin hablar con nadie y también he estado examinando el piano.
La chica pulsó con cautela las teclas del piano, cada vez a mayor velocidad, hasta el punto de que sonaban como una melodía. Tenía cara no creerse que estuviera tocando bien un instrumento, como si no supiera qué estaba haciendo.
– Señora, – dijo el camarero, quien ya había vuelto a la mesa de Mia con la comida. – aquí tiene su pedido.
– Gracias.
Mia miró de reojo su comida y dio un trago a la cerveza, manteniendo el oído atento a lo que tocaba la chica al piano.
– Tal vez no haya sido buena idea venir sola. Me estoy aburriendo tanto que mi único entretenimiento es mirar a una desconocida que está sola como yo. Al menos es muy guapa. Y, si lo pienso bien, también me está mirando a mí. Me mira de reojo, como si tratase de reconocerme. ¿Reconocerme? ¡Pero si no he visto a esa chica en mi vida!
La chica del piano detuvo la melodía que estaba tocando, como si de pronto hubiera descubierto un error fatal. Respiró hondo, como tratando de calmarse. Empezó a tocar otra canción distinta, en un compás de cuatro por cuatro y con una armadura de la bemol mayor y fa menor.
– ¿Cómo puede tocar eso? Parecía no haber visto un piano en su vida. – pensó Mia. – ¿De dónde habrá salido esa chica?
La chica movía los labios, pero no cantaba. Como si tratase de que nadie escuchara su voz.
– ¿Qué hace? – se preguntaba Mia.
Mia miró a los rostros de la gente que había en el bar. La mayoría mostraban una expresión que venía a decir "¿Cómo puede tocar una canción entera si parecía no haber visto nunca un piano?". Mia esperó a que la chica terminase de tocar y se acercó a la barra. Llamó a una camarera que estaba sirviendo copas, de unos 30 años.
– ¿Va a tomar usted algo más? – preguntó ella.
– Sí, por favor, sírvame otra cerveza. No quiero ninguna marca en concreto.
La camarera dejó sobre la barra un tercio de cerveza y Mia le dio un trago, sentada en uno de los asientos de la barra, no muy lejos de la pelirroja desconocida que había estado ocupando sus pensamientos desde que había entrado en Tremblay's.
– Tengo que hablar con ella. Tengo que saber algo acerca de ella. Su nombre, su nacionalidad, su edad... lo que sea, pero necesito saber algo acerca de ella. ¿Por qué me despierta tanta curiosidad?
Mia volvió a dar un trago a la cerveza y se tranquilizó progresivamente.
– ¿Por qué estoy convencida de que esa chica es la asesina? ¿Por qué me despierta tanta curiosidad? Por ahora, sólo sé que está muy buena y que es un genio del piano.
Volvió a beber de la cerveza hasta que la botella se quedó vacía del todo. Se metió en el cuarto de baño y se arregló el pelo tintado de púrpura. Miró por la ventana; la tormenta se intensificaba paulatinamente. El ruido del agua impactando contra el suelo molestaba excesivamente, pero Mia lo ignoraba. Con los pocos días que llevaba en Nueva York ya había aprendido que la lluvia y las tormentas eran prácticamente incesantes en aquel clima carente de Sol. No era como en Sydney, donde brillaba el Sol prácticamente todos los días y siempre se podía ir a una de las más de 70 playas de la ciudad, en especial Bondi Beach.
– Menos mal que he pedido otra cerveza. No me iba a atrever a hablar con ella sin tener algo más de alcohol en sangre. En fin, no tengo nada que perder.
Mia salió del cuarto de baño y se sentó en la barra junto a esa chica.
– Hola. – dijo la chica. – Creo que he visto tu cara en algún lugar.
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8 St-NYU
Science FictionEn el año 2.532, 400 años después de la violenta Guerra de las 57 Tormentas, la Tierra se ha convertido en un páramo contaminado donde el aire es tóxico y los últimos reductos de la raza humana viven en cápsulas respirando aire en conserva. Lauren...