51 - Una larga noche

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Altagracia tenia miedo y culpa en ese momento. Por eso dudaba en contarle la verdad a Saúl, él había reaccionado peor de lo que ella había imaginado. Subió corriendo las escaleras y tocó la puerta de Diego con desesperación, tenía que impedir que Saúl cometiera una locura. El joven salió por la insistencia y fuerza de los golpes, preocupado y preguntaba a Altagracia que era lo que estaba pasando, pero el nerviosismo de Altagracia no la dejaba hablar y esto ponía tenso a Diego que no entendía que era lo que sucedía.

Isabela también se levantó por el ruido que escuchaba en el pasillo. Los dos trataban de entender que quería decirles Altagracia, pero su desesperación era intensa que no lograba formar palabras en medio del llanto desesperado y miedo que sentía. Isabela estaba sorprendida de ver a Altagracia sufrir así, sintió un gran deseo de ayudarla, sin entender por qué, porque ella la odiaba.

_ Altagracia, tienes que calmarte. – Diego le pedía – No entiendo que quieres decirme.

_ Por favor trata de calmarte, Altagracia. Dime ¿Dónde está mi papá, le ha pasado algo? – Isabela trató de entenderla.

_ ¡Necesito mucho  de su ayuda ahora! – Ella  logró finalmente hablar, tratando de calmarse.

_ ¡Te vamos a ayudar! – Isabela no dudó ni un segundo en decir esas palabras. – Pero dinos que está pasando. ¿Cuál es el problema?

_ Necesito que me lleves a la casa de Rafael, Diego. No soy capaz de conducir en estas condiciones y tampoco conozco su dirección. – Lograba explicarles con gran dificultad.

_ ¿Dónde está mi papá? – Preguntó Isabela de nuevo.

_ En el camino les explico. Pero necesitamos llegar rápido a la casa de Rafael – Dijo Altagracia tras de Diego que ya había recogido las llaves de su coche y bajaban las escaleras.

***

Saúl conducía peligrosamente a gran velocidad poniéndose en riesgo por su estado tan alterado. No ponía mucha atención a la carretera ni a los altos, el odio se apoderó de él, quería destruir a Rafael como fuera, se sentía traicionado y engañado. Las palabras, el dolor y el sufrimiento de Altagracia se arremolinaban en su cabeza dejándolo ciego de rabia. Se imaginó su  desamparo y todo que debió de haber aguantado. ¿Cómo Rafael pudo haber sido tan cobarde? Valiéndose de la confianza de Altagracia, logró hacerle algo tan monstruoso. Saúl dio un golpe al timón. "Él sabía que no podía conquistarla, que ella nunca sería suya, que ella a quien amaba era a mí, por eso se ha aprovechado de la confianza que logró ganarse cuando la defendió en su juicio."

Además, pensaba en la amistad de los dos. Había sido engañado por Rafael por veinte largos años. Por cierto, lo más probable es que él le habría engañado desde antes, de cuando Altagracia y él eran novios y planeaban casarse. Rafael y Saúl tenían casi la misma edad, se conocieron en la universidad y comenzaron una amistad llena de supuesta confianza que dio como resultado el bufete de abogados que crearon juntos. Tantos planes hechos, compartieron muchas cosas, incluso sus hijos lo llamaba tío, como suele suceder en las amistades profundas y largas.

A Saúl le parecía extraño el tipo de persona en que se había convertido Rafael, era solitario, avaro, se miraba un poco atormentado, muy desconfiado de todo y de todos. Pero confiaba en la sinceridad de la amistad con él. Compartió con él su felicidad y el entusiasmo, la pasión que había descubierto con Altagracia casi al final de la carrera en la universidad. Él sabía que planeaba casarse con ella tan pronto es estableciera la oficina, luego que se graduó, vio sus planes y su vida destruidos por la detención de Altagracia. Rafael conocía su dolor.

Se refugió en el trabajo y cedió a la manipulación de su hermana, de Consuelo e incluso del propio Rafael para casarse con Consuelo a la que jamás había amado. Vio ese matrimonio como una salida rápida para olvidar a Altagracia, su falta lo consumía como hombre, como persona, era más grande que cualquier otra cosa. Creyó que cerca de Diego su dolor podría ser más pequeño. Se equivocó.

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