69 - Madre y hija

514 52 14
                                    

***
_ ¿Estás bien? – Isabela preguntó preocupada. – ¿Estás realmente bien, él no te lastimó?

_ El daño que me hizo Rafael es incurable. Todo lo que yo quería era deshacer, borrar esos recuerdos, pero hoy... Esta noche él logró que regresaran a mi. – Levantó sus ojos enrojecidos por tantas lágrimas – Una nunca se recupera de eso, hija. – La misma Altagracia se sorprendió por el grado de sinceridad que tuvo con Isabela en este momento.

_ Lo sé... – Isabela dijo mirando hacia abajo con mucha preocupación en su voz.

_ ¿Por qué lo dices en este tono? – Altagracia se preocupó. Cuidar de su hija era algo que la sacaba de ese estado de inercia casi de inmediato. Ser su madre era lo que más ansiaba en el mundo y su sexto sentido estaba ya alerta. – ¿Algo te ha pasado?

_ No, pero estuvo cerca. – Ella dijo con una mezcla de alivio y tensión.

_ ¿Cómo es eso? Dime lo que pasó. – Altagracia le cogió las manos dándole confianza.

_ En la universidad había un tipo, un tipo que siempre me invitaba a salir, a veces era grosero, pero yo nunca le demostré interés, Gabino. Se llamaba Gabino. Me invitó a salir, pero algo en él no me inspiraba confianza, yo nunca pude decirle que sí y menos después que conocí a otro muchacho que me gustó.

_ ¿Él es tu novio? – Altagracia estaba interesada.

_ Ojalá pronto sea mi novio. – Dijo con una sonrisa. – Pero cuando Gabino se dio cuenta de que yo estaba saliendo con otra persona, se puso muy extraño. Más extraño aún, porque siempre tuvo un comportamiento que me asustaba, yo siempre he evitado estar a solas con él. Empecé a tener la sensación de ser seguida, algo me daba mucho miedo, como una corazonada.

_ ¡Dios mío! ¿Le contaste esto a Saúl o a Diego? – Altagracia se puso muy preocupada por su hija.

_ No se lo dije a nadie. – Isabela le confesó.

_ No se debe tratar con esto sola, hija, ya viste que fue lo que me pasó por estar sola...

_ Lo sé. – Lamentó constatar de que ella estaba sola. – Un día me acorraló en un rincón de la universidad. – Continuó la narración dispuesta a abrirse con Altagracia. Dijo que sabía todo lo que yo estaba haciendo y que si seguía saliendo con ese muchacho, terminaría con nosotros.

_ ¡Hija mía! Nos vamos a la estación de policía a denunciar a ese miserable.

_ ¡No! – Isabela negó. –No hay necesidad.

_ ¿Por qué?

_ Bueno, cerca de ese día que recibí el disparo, me di cuenta de que realmente me estaba siguiendo y no sé qué me pasó, lo enfrenté. – Aquél valor que tanto la identificaba con Altagracia se manifestó. – Le dije que mi padre era un abogado importante y que él iba a pasar toda su vida en la cárcel si mi papá sabía lo que me estaba haciendo.

_ ¿Y él te dejó en paz con esta amenaza?

_ Más o menos. – Dijo Isabela confundida. – Se fue del país. Mis compañeros de la universidad me comentaron que él... que él violó a una muchacha y ella lo denunció. Se escapó para evitar ser arrestado.

_ ¡Maldito sea! – Altagracia exclamó. – Él no puede quedarse impune. Hombres como estos deberían estar tras las rejas o...

_ ¡O muertos! – Finalizó Isabela implacable.

_ Hija, ya te he dicho que no quiero que te amargues... – Altagracia sentía mucho miedo de que todos sus sentimientos más desagradables también terminasen por contaminar la juventud y la alegría de Isabela.

La SociaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora