56 - Miedo

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***

_ Tienes razón. Isabela nos necesita y ella está por encima de todo. – Se puso de acuerdo Altagracia resignada y preocupada por su hija.

En el camino al hospital no intercambiaron ni una palabra. Ambos estaban destrozados por dentro. Saúl por sentir que ella no lo amaba, que todo lo que Altagracia le demostraba no era real y por darse cuenta de que su hija, a quien había cuidado con tanto amor y dedicación no llevaba su sangre. "Qué cobardía Rafael y Consuelo nos hicieron", pensó.

Ella, por su parte, estaba destrozada por el temor de perderlo, que nuevamente el dudaba de ella, que su decepción era más grande que todo el amor que él le había jurado con insistencia desde que se volvieron a ver y aún más en ese momento que su hija estaba en riesgo. Ella sabía muy bien desde el principio que eso ocurriría pero como dejar de dolerle cuando sabía que una vez más perdía al amor de su vida, el único y ella lo había lastimado deliberadamente.

Regina le había advertido que saldría de esa historia, inevitablemente dañada, pero ella tomaría el riesgo. Y así como había tomado el riesgo, ahora se estaba enfrentando a las consecuencias implacables de sus decisiones. Y al contrario de lo que pensaba en un principio, no era una cosa fácil de soportar, definitivamente no lo era.

***

Llegaron al hospital y se encuentran a Diego todavía en la sala de espera, se sorprendieron.

_ ¿Todavía no has podido entrar a verla? – Altagracia fue la primera en preguntar.

_ La verdad, acaban de venir a avisarme de que podía entrar en la habitación. – Él respondió animándolos

_ ¿Y podemos entrar, los tres? – Preguntó Saúl

_ No por mucho tiempo. Pronto terminará el horario de visitas y sólo una persona podrá acompañarla.

_ Entonces entremos y aprovechemos el tiempo con ella, ¿sí? – Altagracia sugirió.

_ ¡Vamos! – Saúl estuvo de acuerdo.

Isabela despertó lentamente cuando entraron en la habitación.

_ Ustedes están aquí... – dijo con la voz un poco apagada por el efecto de la anestesia y la debilidad de su cuerpo con una ligera sonrisa.

_ Claro que sí, mi pequeña princesa. – Dijo Saúl conmovido besando su frente – ¿En dónde más estaríamos?

_ ¿Cómo te sientes, hija? – Preguntó Altagracia sin recordar que a Isabela le molestaba que ella la dijera hija y ahora también a Saúl, estaba tomada por la emoción.

_ Me siento mareada... – respondió con dificultad. – ¿Voy a estar bien? – Preguntó con la mirada extrañamente dirigida hacia Altagracia.

_ Por supuesto que sí, mi corazón. – Dijo Altagracia conmovida sosteniendo su mano suavemente. – Claro que sí. Eres fuerte joven y no te vas a dejar ganar tan fácilmente. ¿Verdad?

_ Me gusta la forma en que hablas. Me da confianza. – Confesó Isabela sonriente. Saúl observaba celoso, temía perder a su niña.

_ Altagracia lo está diciendo la verdad, hermanita. – Dijo Diego feliz de verla razonablemente bien.

Estuvieron con ella un rato más hasta que la enfermera vino a decirles que tenían que salir y sólo una persona podría quedarse con Isabela acompañándola. Se formó un dilema entre ellos, sobre quién se quedaría acompañándola, hasta que Diego sugirió:

_ ¿Por qué Altagracia no se queda?

_ ¿Altagracia? ¿Por qué Altagracia? – Saúl frunció el ceño.

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