24 - Di que sí

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***

Altagracia lo miró con ternura. Él pudo verlo. Y sintió en su expresión la respuesta que necesitaba.

_ Saúl, yo... – Se detuvo mirándolo a los ojos.

Él, poniendo atención en su mirada no le dio posibilidades de reaccionar y huir y la besó con desesperación. Altagracia, como en las otras ocasiones, le correspondió en el beso. Le gustaba la manera cómo él perdía completamente el control cuando se trataba de ella. Cómo devoraba sus labios con avidez, urgencia, necesidad.

Él la besó con añoranza a su boca, a sus mejillas y cuando bajó a su cuello y descendía a hacia su escote, ella se manifestó:

_ No, Saúl, esto no está bien! – Dijo con los ojos cerrados y sin fuerzas para alejarlo.

Él ignoró sus protestas y siguió besándola con ansias. Altagracia también lo besaba, aunque creía que quisiera, no podía resistirse a sus caricias y rodeó su cuello con sus brazos profundizando así el beso y dando rienda suelta a sus deseos, olvidando el lugar donde se encontraban.

Sus besos estaban llenos de pasión, Saúl la condujo hacia el sofá recostándola ahí delicadamente.

Altagracia amenazó con decir algo en señal de protesta, pero él la calló antes que dijera cualquier cosa con otro beso caliente invadiendo su boca con la lengua, mordisqueando su labio inferior. Durante algunos minutos se besaron con aflicción, como si el tiempo se fuera a acabar.

Saúl bajó por su cuello con besos cariñoso pero lleno de voracidad, ella respiraba jadeante entregada, excitada, apasionada.

Saúl se dio cuenta de su entrega a sus besos y caricias e intensificó la exploración de su cuerpo llegando a sus senos, dedicándoles caricias sobre la tela de su blusa, sus manos comenzaron el descenso a su cintura, sus piernas, a sus nalgas.

Ella se arqueaba y se movía casi sin control de su cuerpo por el placer que esas caricias le provocaban, mientras él quería explorarla toda con avidez con pasión. Altagracia acariciaba su rostro y su pecho, sus anchos hombros, su espalda, lo besaba y se dejaba besar y acariciar entregada por completo, ella también anhelaba ese contacto. De pronto él desató un botón de su blusa, soltó el segundo, necesitaba sentir su piel, llegó al tercero y entonces ella reaccionó y saltó del sofá.

_ Detente Saúl, esto no puede pasar! – Se veía asustada y asombrada.

Por dentro, Altagracia se regañó por haber cedido, pero lo deseaba : "Dios mío ¿Qué permití que pasara?" Saúl se levantó desatando el nudo de la corbata y se acercó mientras ella acomodaba su pelo alborotado y abrochaba los botones de la blusa que Saúl había abierto. Él la giro para poder verla a los ojos dedicándole una mirada de haberla descubierto.

_ Altagracia, no puedes negar tus sentimientos hacia mí. Yo sentí tu entrega, casi hacemos el amor aquí.

_ Pero no pasó, nada ha cambiado entre tu y yo Saúl. No quiero volver a confiar en ti. – Ella trató de evadir el tema porque sabía que no podía negar la reacción de su cuerpo en aquel momento.

_ Ya entendí cuál es el problema, porque te niegas a aceptar mi amor.

_ ¿Ah si? – Altagracia sonrió – Pero eso no es un misterio, ya te dije porque no quiero que vuelva haber nada entre nosotros: yo no puedo perdonar a tu abandono de hace veinte años, y tu desconfianza. No quiero volver a confiar en ti y decepcionarme, Saúl.

_ Exactamente. Tu temor es que yo te decepcione, que no puedes confiar en mí porque piensas que no puedo ofrecerte nada concreto, porque yo no lo hice en el pasado.

_ ¿Y a dónde quieres llegar diciéndome lo que ya sé, Saúl? – Altagracia preguntó escéptica.

_ Yo sé cómo demostrarte mi confianza, hacer realidad lo que hace veinte años no pudo ser. Altagracia yo te amo con desesperación y nunca lo he dejado de hacer, te necesito a mi lado. – Sostuvo sus manos entre las suyas con ternura. – No tenemos nada más que esperar. Altagracia ¿Me darías el gran honor de convertirte en mi esposa? – Sosteniendo su mirada. – ¿Te quieres casar conmigo Altagracia?

***

Altagracia lo miró con incredulidad y sorpresa después de que él le dijo esas palabras. ¿Sería posible que hubiera logrado lo que quería en tan poco tiempo? Solo se habían vuelto a ver hacía poco más de una semana, había utilizado muy poco de "sus encantos", como tenía planeado. ¿Cómo, tan repentinamente, escuchaba esa propuesta de Saúl? O era muy eficiente en dejar loco a un hombre, o la vida y la suerte estaban de su parte. Aunque confiaba mucho en sí misma, creyó que la segunda hipótesis era la más posible.

Al mismo tiempo, sentía una extraña felicidad. No felicidad por su plan o por su hija como quería creer, pero felicidad porque Saúl, que había sido el amor de su vida, por primera vez le propuso matrimonio. De pronto se sentía una adolescente, como una joven que sueña con su príncipe y él hace la propuesta tan esperada sacudiendo su corazón. Corazón que estaba tan fuertemente envuelto en una coraza que ella propia había creado hace muchos años para defenderse de los sufrimientos y que con mantenerlo así, sin duda no la alcanzarían. Este sentimiento atemorizó a Altagracia. Volvió a vacilar en su plan.

¿Estaré haciendo lo correcto?, se preguntó. Quizás Regina tenga razón y con este plan solo salga lastimada. ¿Y si no soy lo suficientemente fuerte como para jugar con los sentimientos de Saúl y los míos propios? y ¿El amor? El amor, dejó un largo suspiro. Este tipo de sentimiento de duda era atípico en Altagracia. Siempre muy determinada y confiada, no dejaba que nada la asustara, no se acobardaba delante de nada ni de nadie y mucho menos cuando se trataba de recuperar a su hija.

_ Yo entiendo tu desconcierto. – Él rompió ese largo silencio sacándola de sus pensamientos provocado por su propuesta de manera repentina. – Fue inesperado, no tenía planeado decirte esto, pero...

_ ¿Qué dijiste? – Altagracia preguntó todavía incrédula.

_ Te pregunté si te quieres casar conmigo. Cuando tu quieras, mañana mismo si es tu voluntad, en una semana, un mes, sólo quiero que me digas sí. Te debo esta propuesta desde hace veinte años. – Dijo con una pequeña sonrisa de pesar.

_ Saúl me sorprendiste con esto. ¿Te das cuenta que me estas proponiendo matrimonio?

_ ¡Sí! Y como no has dicho que no hasta ahora, no me has pegado, no me gritaste, no te quejaste como siempre haces, entenderé que la idea te agradó.

_ Saúl, la idea me... me... yo no sé qué decirte.

Él sostuvo las dos manos de ella sonriendo y mirándola a los ojos de manera seductora.

_ No es tan difícil, mi amor. Sólo tienes que decir "sí". Sólo son dos letras una palabra "Sí" – destacó aumentando la sonrisa y besándole la mano.

***

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