64 - No soy perfecta

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_ Habla, estoy atenta y ansiosa. – Isabela dijo con impaciencia.

_ ¿Recuerdas que te dije que yo tenía una hija? – Las palabras salían con dificultad de la boca de Altagracia.

_ Sí, me lo dijiste. Confieso que me dio curiosidad, pero luego me enteré de esa historia con mi papá y tuve esa actitud... y luego paso todo eso. – Isabela admitió con pesar.

_ Esta hija fue concebida en un acto de abuso. Ese abuso que sufrí de Rafael, ya sabes, te lo dije el día de tu disparo. – Dijo Altagracia mirando afligida al abdomen de Isabela.

_ ¡Dios mío! – Isabela se sorprendió. – ¿Es por eso que no está contigo? Tú no... ¿no pudiste o no quisiste quedarte con ella?

_ ¡No, Isa! No es por eso. Yo quise mucho a mi pequeña. Desde que nació, se convirtió en mi vida, mi familia, la familia que yo tanto había deseado. – Altagracia se veía tan confundida, buscando las palabras precisas para seguir con la confesión y tenía miedo de derrumbarse cuando sintió la mano de Saúl en su hombro y le dio fuerzas. – Me robaron a mi bebé. Ella era tan pequeña, ¿te imaginas, Isabela? ¿te imaginas mi desesperación al ver a su cuna vacía?

_ Oh, Dios mío. Por supuesto que me imagino esto debe de haber sido terrible. – Isa se conmovió por sus lágrimas y su historia.

_ Estuve toda mi vida buscando a mi Elena. Toda mi vida! Todo lo que me importaba era encontrarla, era lo que me mantenía con vida. Yo imaginaba que ella podría tener otra familia decirle mamá a otra mujer o estar sola o incluso pasando muchas calamidades, pero yo encontraría la manera de acercarme a ella.

_ Y ¿la encontraste? – Isabela estaba muy conmovida.

_ Sí, la encontré, hija... – dijo Altagracia emocionada pero vacilante.

_ Es ahí, Isabela, donde la historia de Altagracia volvió a cruzarse con la mía. – Saúl la cortó...

_ No lo entiendo. – Dijo Isabela.

_ Lo entenderás. – La tranquilizó Saúl. – A pesar de ser muy chiquilla cuando murió Consuelo, tú sabes que ella tenía muchos problemas psicológicos.

Altagracia se levantó de la cama de Isabela en donde estaba sentada cuando oyó a Saúl decir eso. Consuelo siempre había usado sus desequilibrios como excusa para su comportamiento inapropiado. Fueran comportamientos más ligeros o delitos, como el que había cometido en su contra.

_ Por supuesto. Siempre escuché cómo tú y hasta tía  Natalie la describían como una persona desequilibrada que hizo muchos tratamientos e incluso estos desequilibrios fueron los que llevaran a su muerte. – Dijo triste Isabela. – Yo era muy pequeña, pero es triste que sean estos los recuerdos que tengo de mi madre.

¡Mi madre! Estas palabras golpearon a Altagracia en su alma. Era muy triste escuchar a su hija que tanto había buscado llamar a otra mujer de madre. Y una mujer que le había hecho tanto daño a ella, que le había quitado lo que más quería después de probablemente haberla separado del hombre que amaba. Pero era un hecho contra el que, en ese momento no podía luchar.

_ Sí, hija, es triste. Lo qué hizo Consuelo con su vida y con... con la de otras personas.

_ ¿De qué estás hablando, papá?

_ Consuelo tenía un sentimiento obsesivo en relación a Altagracia. No entiendo muy bien sus razones, ni ella nos las puede explicar ahora, pero después de que Altagracia y yo nos separamos... – Saúl trató de explicar de la manera más agradable posible,

_ Lo que lamentablemente sospecho que también ella tuvo que ver en nuestra separación. – Altagracia no pudo evitar decirlo.

_ Probablemente. – Confirmó Saúl mirándola. – Bueno, después de que mi relación con Altagracia se terminó y decidí regresar con Consuelo, al parecer ella nunca  perdió la pista de Altagracia y fue cómplice de Rafael en cosas terribles.

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