Mariana estaba terminando de darle el último toque a las publicidades y portadas que debía entregar al otro día. Aunque se tratara de la víspera de navidad, siempre tenía trabajo. Desde que se había graduado de la universidad, trabajaba haciendo el diseño gráfico en la productora que los miembros de la reconocida
banda One Direction habían fundado.
Sin previo aviso, un hombre entró en su oficina con un ramo enorme de flores de todos colores. Lo único que podía atisbar de su figura eran sus rulos color castaño y su impecable traje casual, pero se dio cuenta de inmediato de quién se trataba.
-Flores para mi dama- dijo Harry, entregándole el gran ramo, con una sonrisa que aún hacía que sus rodillas se doblen.
-No tienes que hacer esto, Harry, ¿cuántas veces te lo he dicho?- le recriminó su esposa, aunque aceptando las flores con una sonrisa en los labios, y besándolo en señal de agradecimiento.
-¡Claro que tengo que hacerlo! Una vez al mes, ¿recuerdas?- de todos los maridos en este universo, él era el único que siempre recordaba la fecha de su aniversario, y lo celebraba dándole a su mujer un presente, cada mes de cada año.
-Bueno… gracias, mi amor.- y, aunque ya lo sabía, ella era la única persona que siempre se sorprendía por los diversos regalos de su esposo, el 23 de cada mes.
-No es nada, cielo.- le sonrió él en respuesta, feliz de haber cumplido su cometido.- ¿Vamos?-
-Vamos- asintió ella, acomodando el papelerío en su escritorio y apagando su computadora de última generación.
Salieron a la calle, tomados de la mano, como solían hacer cuando sus pequeños hijos no estaban con ellos. Poco después de casarse, hará unos 5 o 6 años, había llegado su primer hijo, Josh, que estaba por cumplir 5 años. Más tarde, vino Emma, una hermosa niña de cuatro años recién cumplidos.
Ellos eran la luz de sus ojos, y los consentían en todo lo que querían, si era posible, a la vez tratando de no malcriarlos.
Subieron al ferrari rojo que estaba estacionado a unas cuadras de allí y se dirigieron al jardín de infantes al que ambos niños asistían, al igual que todos los niños de la gran familia One Direction habían hecho.
Saludaron a algunas personas conocidas, mientras los niños salían corriendo por la puerta a abrazar a sus padres, siempre extremadamente puntuales.
-¿Podemos comer helado, mami?- preguntó la niña en el trayecto a casa.
-¿Podemos, mami?- la apoyó su hermano.
-¿Podemos?-su padre, como siempre, se puso de parte de ellos.
-Tal vez- sonrió ella-Pero recuerden que mañana es 24 de diciembre y vamos a ir a comer a lo de los chicos. Va a haber mucha comida, para esperar a Papá Noel y celebrar la llegada del Niño Jesús, y no queremos que nos agarre un ataque al hígado antes de tiempo.-
Después de la cena no hubo helado, por más que Harry protestara, y los niños se fueron a dormir. Mariana subió, cansada, las escaleras, tomándose su tiempo para observar las múltiples fotos que la decoraban, por más que las conociera de memoria.
Hazza y ella el día de su boda, con el blanco vestido y el velo, mientras él la tenía en sus brazos como a un bebé, mirándola muy tiernamente a los ojos; los pequeños recién nacidos y, más tarde, junto a su perro labrador, Justin; las cinco soul sisters recién graduadas, luciendo sus túnicas y birretes; los chicos, en uno de sus shows más imponentes, el que dieron en el Estadio Monumental de River Plate; y la última adquisición, la foto de la gran familia que se consideraban tal y como estaba ahora.
Tantos recuerdos la estremecían, y le hacían darse cuenta de cuán feliz era, y cúan afortunada. No todas las fans habían tenido la suerte de enamorarse de su ídolo y casarse con él, mucho menos tener familia.
Se había quedado helada, contemplando las fotos de la escalera sin moverse. Por eso no escuchó a Harry venir, y éste la tomó por la cintura, de sorpresa. Todo su cuerpo se convulsionó con su tacto, como le solía pasar. Le era imposible cambiar eso, la manera en que se volvían locos cuando estaban juntos, aunque los nervios y la torpeza se habían desvanecido. Sería el crecimiento, que hacía algunas cosas desaparecer y otras volverse aún más fuertes que antes.
-¿Qué haces?- preguntó él, notando que la había sorprendido.
-Nada- contestó- solo recordaba. Recordaba todo lo divertido, romántico y totalmente increíble que hicimos. Pero también lo estúpido, lo ridículo y lo malo… ¿Te arrepientes de algo?-
Harry se tomó su tiempo para recordar también él, y luego respondió:
-Sé que hemos hecho muchas cosas que a veces quisiéramos olvidar, o borrar de nuestro pasado. Pero creo que esas cosas nos ayudaron a aprender y a crecer, y es por esas cosas que somos quienes somos en este momento. ¿Tú qué crees?-
-A veces hay cosas que desearía no haber hecho. Y otras que desearía que tú no hubieras hecho…- caviló- Mas esas son las cosas que hicieron que el destino tomara este maravilloso camino. Creo que no te amaría como lo hago, ni tendríamos estos hermosos retoños, de no ser por nuestras estupideces.-
Se quedaron un momento abrazados. Amaban poder abrazarse en silencio sin que resultara incómodo, y poder decirse cosas sin el uso de palabras. A veces, una sonrisa o una mueca lo que las palabras nunca podrían explicar.
-Yo creo que estábamos destinados a estar juntos, de una manera u otra. Te amo.- le dijo Harry al oído.
Mari se separó un poco de él, para poder mirarlo a los ojos.
-Estás loco, pero no te amaría si cambiaras.- dijo ella, estampándole un beso en sus labios, saboreándolos con la misma pasión de siempre, moviéndose a ese mismo compás que sólo ellos dos conocían.
-Parece que sí habrá postre hoy- rió él por lo bajo, mientras ella lo arrastraba por la escalera, de la mano, hacia su habitación.