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32 días antes

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32 días antes.


El país se caía a pedazos, pero aún había gente trabajando por sueños viviendo realidades. Aquel día eran cerca de las diez de la noche y la joven periodista, Karla Irigoyen, viajaba en una pequeña camioneta de una sola cabina junto a sus amigos Emiliano y Jaime, el primero de ellos, sentado a su derecha, era fotógrafo de profesión y un revolucionario que tenía ocho meses acompañándola en el solitario y arduo viaje que había decidido emprender dos años atrás. El segundo hombre en esa camioneta, conducía el vehículo por las borrascosas tierras de la Sierra Madre Occidental, el hombre a su izquierda también era un revolucionario, aunque de una forma muy distinta a la del fotógrafo. Emiliano era extrovertido, le gustaba hacerse notar, que su voz se escuchara y que sus opiniones valieran, por su parte, Jaime era un discreto maestro rural que hablaba muy poco y al que le gustaba pasar desapercibido.

A pesar de sus diferencias, ambos hombres valían su peso en oro, pues los dos trabajan y volcaban sus esfuerzos en ayudar al más débil, Emiliano dándoles voz a aquellos que tenían que vivir en el silencio, a través de sus fotografías contaba al mundo las historias de cientos de personas que no podían contar su verdad por ellos mismos, y si una imagen no bastaba, eran sus palabras las que terminaban de transmitir el mensaje de dolor de los que retrataba. Del otro lado estaba Jaime, quien tenía siete años de su vida siendo maestro rural, él era la luz en el camino para muchos niños indígenas y tenía el difícil trabajo de hacerles ver a todos esos inocentes, que existían otras opciones alejadas de la violencia y muerte que imperaban en el lugar que nacieron. Si había alguien que conocía los orígenes del narcotráfico en México, ese era Jaime.

Por su parte, Karla Irigoyen, era una joven periodista graduada con honores de la Universidad Nacional Autónoma de México; Karla supo que estudiaría periodismo desde los catorce años cuando una noche, su hermano, tres años mayor que ella, salió de fiesta como rara vez lo hacía para festejar que por su extraordinario rendimiento escolar había conseguido una beca para estudiar medicina en el extranjero. Lo que debió ser una noche de celebración, se convirtió en una noche de angustia y tristeza pues aquél joven con un gran futuro por delante, jamás volvió a su hogar. Habían pasado doce años desde la madrugada de ese fatídico suceso, pero a pesar del tiempo, la resignación aún no llegaba para Karla y las pesadillas todavía la acechaban.

Las primeras noches después de la desaparición, era el sentimiento de esperanza lo que no la dejaba dormir, se sentaba en una silla junto a la ventana y ahí pasaba la noche en vela esperando que la silueta de su hermano se hiciera visible ante sus ojos para entonces correr, abrirle la puerta y regañarlo por desaparecer por tanto tiempo sin decirle nada a nadie; ese día nunca llegó, lo que si se hizo presente en su vida fue la desesperación por luchar contra la burocracia e indiferencia de las autoridades responsables del caso de su hermano, fueron varias veces las que ella y sus padres explotaron ante unas personas a las que había que rogarles porque hicieran su trabajo, y aun rogándoles y teniendo la evidencia ante sus ojos, no lo hacían.

Trilogía Amor y Muerte I: El Hijo PródigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora