33 días después.
—No quiero enseñarte esto, Sebastián —le susurró Salvador al oído—, me rehúso a hacerlo.
—Es por mi bien, Salvador —Insistió Sebastián mientras sostenía la pistola con fuerza—, sabes que podría necesitarlo, sabes que lo necesitaré.
—No creo que lo necesites tanto, cuando me salvaste la vida mataste a esos dos cabrones.
—¿Ves? Ya soy un asesino, ¿qué más da?
—No eres un asesino, fue en legítima defensa.
—No creo volver a tener la suerte de aquella vez, al primero le di porque disparé cuando estaba muy cerca de mí, al segundo le apunté al corazón y le di en la pierna, soy terriblemente malo.
—Me encanta que seas terriblemente malo en eso.
—Entonces, si alguien me ataca, ¿me quedo cruzado de brazos y dejo que me maten?
—No me gusta que tengas razón sobre cosas en las que no quiero que la tengas.
—¿Me vas a enseñar o no? Mira que soy bastante autodidacta y puedo aprender por mi cuenta.
—Bien, te enseñaré.
Salvador sonrió y acortó la distancia entre él y Sebastián
—Tomas el arma con fuerza —le susurró Salvador cubriéndole las manos con las suyas.
—Ajá.
—Te plantas bien en suelo —Volvió a susurrarle y esta vez, bajó las manos a la cintura de Sebastián, lo rodeó con fuerza y se restregó contra él.
—Ajá...
—Luego fijas la mirada en el objetivo y disparas —Le susurró Salvador por última vez antes de comenzar a besar, lamer y morder su cuello.
—Esto... es... trampa.
—Ajá.
Sebastián perdió la batalla, dejó caer el arma al suelo y tomó las manos de Salvador para restregarse más junto a él; hacía tres días que habían comenzado esto que no tenía nombre, pero que en su simpleza, solo los hacía más humanos. Sebastián no quería pensar demasiado, solo estaba dejándose llevar. Aquellos habían sido días extraños, con subidas y bajadas, quizá era parte de lo que implicaba ceder a sus sentimientos y olvidarse de la razón. La primera vez que hicieron el amor, apenas y terminaron, Salvador lo besó con ansia, con desesperación, con una pasión desbordada. Sebastián se fue a la ducha y cuando volvió Salvador ya no estaba. Volvió a verlo hasta en la noche, se encontraba sentado en la mesa y comía cereal, le acarició el brazo, pero él no reaccionó, esa noche ni siquiera le dirigió la palabra. Sebastián se sintió desconcertado y molesto, primero lo besaba, lo acariciaba, se lo follaba y luego no le dirigía la palabra, ¿qué demonios pensaba?
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Trilogía Amor y Muerte I: El Hijo Pródigo
RomanceUn amor prohibido, dos almas dañadas destinadas a salvarse. Nuevamente gratis. *** Cuando Sebastián Meléndez regresó a su hogar luego de cinco años, pensó que el dilema más grande al que tendría que enfrentarse sería el poder sincerarse con su fami...