138 días después.
Hilario Meléndez atizó un leño más en la chimenea, se sirvió su tercer whisky en menos de una hora y, cansado de esperar, decidió subir, pero una vez que se encontró ante la puerta de la habitación de Sebastián concluyó que era una pésima idea entrar. Apenas habían pasado dos meses desde que su hijo regresó a su casa, a su hogar: ensimismado, con la mirada perdida y los hombros caídos. Denisse les advirtió que se olvidaran de las celebraciones, de las cenas de bienvenida y los recibimientos calurosos, Sebastián necesitaría tiempo para él, para asimilar, para entender y poder seguir, bastante tiempo. Hilario se había molestado en un principio, su hijo estaba vivo; durante meses creyó que le habían arrebatado lo que más amaba en el mundo, cayó en un abismo del que, hasta que escuchó la voz quebradiza de Sebastián que contaba lo sucedido y vio su rostro pálido y determinante en la televisión, no había podido salir. Sin embargo, en cuanto reconoció su rostro y se dio cuenta de que no alucinaba, que era él, su Sebastián, su muchacho, su hijo; la sangre circuló hirviente por sus venas, su corazón latió deprisa y la sensación de que le iba a explotar lo asustó un poco, tuvo que aflojar su corbata, dejó caer la taza de café al suelo y estuvo a punto de perder el conocimiento: Sebastián, estaba vivo, vivo.
Recordaba haber llorado y salir corriendo de su despacho, la impresión de lo ocurrido lo había hecho caer de rodillas al suelo; los empleados de la casa lo ayudaron a levantarse e irrumpió en la habitación de su esposa. Desde lo ocurrido con Sebastián no habían vuelto a dormir juntos, ella estaba echada en la cama, muerta en vida como desde aquella noche en la que se los arrebataron, él la abrazo con todas sus fuerzas y entre lágrimas la zarandeó y le gritó: ¡Está vivo, nuestro hijo está vivo! Aquella mañana Hilario lloró por horas en el regazo de su mujer, pero Dalia volvió a la vida y reconfortó a su marido.
Se encontraron de nuevo con él días después de saberlo con vida, el país afrontaba una guerra atroz y, para su desgracia, Hilario sabía que su hijo, él mismo y toda su familia estaban inmiscuidos hasta los huesos; vio y escuchó el relato de Sebastián una y otra vez en un intento de comprender cómo habían llegado hasta ahí, muchas cosas estaban claras, pero otras se escapaban de sus manos, de su entendimiento. Hilario solo quería ir tras su hijo y atrincherarlo en el lugar más recóndito del mundo, donde nadie pudiese alcanzarlo, donde nadie volviese a lastimarlo, donde nadie lo alejase de nueva cuenta de su lado. Sin embargo, tuvo que ser paciente, no fue fácil rencontrarse con Sebastián, llegó a pensar que no lo lograría, que se lo arrebatarían una vez más. Los días pasaron e Hilario volvió a ver a su hijo en televisión, esta vez al lado del presidente Castrejón, cuatro días después de eso, el reencuentro sucedió.
Hilario recordaba la sonrisa con la que Sebastián los recibió, el abrazo al que le faltaron fuerzas, no hubo palabras, tampoco explicaciones, nadie se esforzó por hablar de lo sucedido, solo se preocuparon por estar juntos, por sentirse unidos, por abrazarse y nunca volverse a soltar. Ese día su esposa volvió por completo a la vida, Hilario se sorprendió de la manera en la que la mirada de Dalia cambió, lo mismo con su semblante, su color de piel e incluso las facciones en su rostro. Ambos estaban felices porque veían que su hijo lucía fuerte, entero, con ganas de vivir, de volver a empezar; volvieron al municipio para tener todo listo para el regreso de Sebastián, para asegurarse de que se sintiera cómodo, seguro y feliz. Sin embargo, algo sucedió en el par de días que lo dejaron en la Ciudad de México, Sebastián regresó, pero la estabilidad y determinación con las que lo encontraron días antes se habían esfumado de un momento a otro. Su hija Denisse no les dio demasiadas explicaciones, llegó a la casa junto con Sebastián, una mujer desconocida y una niña asustada, les informó que ambas vivirían con ellos a partir de ese momento y les imploró que fuesen pacientes con Sebastián, cuando él estuviese preparado hablaría sobre lo sucedido con ellos.
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Trilogía Amor y Muerte I: El Hijo Pródigo
RomanceUn amor prohibido, dos almas dañadas destinadas a salvarse. Nuevamente gratis. *** Cuando Sebastián Meléndez regresó a su hogar luego de cinco años, pensó que el dilema más grande al que tendría que enfrentarse sería el poder sincerarse con su fami...