140 días después.
Isabela Arriaga esparcía las cenizas de su hermano sobre el río, sus diminutas manos sostenían con dificultad la pasada urna de oro que brillaba ante los rayos del sol, pero Sebastián estaba ahí en cuclillas junto a ella, ayudándola a sostener no solo una urna, sino también, el amor que ambos tenían por Salvador Arriaga, el hombre que cambió sus vidas, aquel de sonrisa chueca que le hizo honor a nombre y los salvó. La sostenía sobre todo a ella, en el pasado los compañeros de desgracias se hicieron muchas promesas: Salvador le prometió que nunca lo dejaría solo y falló, Sebastián en su entusiasmo también prometió tantas cosas, pero hubo una en la que Salvador le advirtió que no podía fallar, la de proteger a su hermana con su vida si él llegaba a faltar.
Había sido difícil explicarle a la niña en qué consistía el ritual de soltar ese polvo grisáceo sobre el río, cómo decirle a una pequeña de seis años que la persona que más quiso estaba ahí adentro convertido en cenizas, Sebastián no encontró las palabras por más que lo intentó, y en defecto, se inventó que aquellos eran los polvos mágicos de la memoria, le dijo a la niña que su hermano había ido hasta con una hechicera lejana y le pidió que utilizara su magia para que él siempre pudiese estar junto a ella, le explicó que el poder de los polvos se activaba una vez que tocaban el agua del río y que, cada vez que extrañara a su hermano, cada vez que quisiera hablar con él, solo debía pedirle que la trajera hasta ahí y juntos lo recordarían, lo buscarían en sus memorias y le contarían sus problemas, Salvador siempre estaría ahí para ayudarlos.
Sebastián e Isabela no estaban solos en el río, a sus espaldas personas importantes en la vida de Salvador, y que a ellos los apreciaban, se encontraban ahí para acompañarlos. Karla y Emiliano estaban a su lado, los apoyaron en todo momento, sin embargo, había algo en sus rostros que hacía que Sebastián se sintiese confundido: los labios apretados, la mirada baja, su gesto que expresaba más culpa que dolor. Desde que él volvió a encontrarse con Karla, notó que ella lo evitaba, pero él fue tan insistente que a la periodista no le quedó de otra más que afrontarlo «Perdóname, amigo, sé que te fallé, en verdad espero que cuando lo entiendas todo, puedas perdonarme». Sus palabras lo dejaron consternado, Emiliano había utilizado casi el mismo mensaje para disculparse, y él no podía negar que se sintió enojado porque todos prometieron cuidar a Salvador y fallaron, ellos no fueron quienes lo asesinaron, pero su comportamiento hacía parecer que había sido así.
Sebastián no se quedó tranquilo y se lo hizo saber a la periodista y ella reaccionó al instante «Es como si lo hubiéramos hecho, Sebastián —le había dicho ella—, te fallamos a ti y le fallamos a él». Luego Karla se dio la vuelta y dejó el tema zanjado para siempre. Con Emiliano también habló y a diferencia de la periodista, en él vio cierto entusiasmo por lo que empezarían a hacer juntos. En mes y medio Sebastián partiría a Estados Unidos para iniciar su proceso de reclutamiento como agente de la DEA, la idea aún lo ponía nervioso, pero a la vez, estaba sorprendido por la vehemencia que le provocaba el hecho de aspirar a ese poder: sus pulsaciones se aceleraban, sus manos temblaban; lo quería, lo deseaba. Si en el pasado alguien le hubiese dicho que él se convertiría en un miembro de la agencia antidrogas, se hubiese reído hasta llorar, sin embargo, ahora parecía que ese siempre había sido su destino, era a lo que se aferraba para poder continuar de pie y no caer en el hoyo de miseria del que todos a su alrededor lo ayudaron a salir. No sabía cómo, pero su padre se había enterado de la propuesta hecha por Emiliano y de inmediato le prohibió siquiera considerarlo, pero él fue tajante con su decisión, sería la única forma en la que podría quedarse y seguir, no había otra manera «Hacer justicia desde el poder». Hilario lloró ante la determinación que vio en sus ojos, pero él no cedió, estaba decidido.
ESTÁS LEYENDO
Trilogía Amor y Muerte I: El Hijo Pródigo
RomanceUn amor prohibido, dos almas dañadas destinadas a salvarse. Nuevamente gratis. *** Cuando Sebastián Meléndez regresó a su hogar luego de cinco años, pensó que el dilema más grande al que tendría que enfrentarse sería el poder sincerarse con su fami...