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14 días después

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14 días después.


Los últimos cinco días habían sido grises, el sol no salió durante tanto tiempo que empezó a convertirse en algo perteneciente a un recuerdo. La lluvia había caído sin cesar ni dar tregua, pero esa tarde, el astro rey brilló con prepotencia en el cielo que comenzó a teñirse de azul. Sebastián se puso de pie y abandonó el pequeño rincón de la choza en donde se protegía de las goteras, miró hacia al cielo con asombro y sonrió ante la contundencia y poder de la naturaleza; el color grisáceo que invadió su ambiente los últimos días comenzaba a abrumarlo, bastaron unos segundos para que el panorama cambiara y con ello, también su humor.

La impetuosa forma en la que el clima se hizo presente lo había forzado a recluirse, a mantenerse cautivo y en una parsimonia absoluta que lo obligaba a reflexionar demasiado. Las secuelas de la tortura física y psicológica a la que fue sometido, se hacían presentes en forma de insomnio y ansiedad; en reiteradas ocasiones tuvo que recordarse que no estaba preso, que podía abrir y cerrar la puerta cuando él quisiera, que si así lo deseaba, podía salir para que la lluvia lo empapara, que estaba en su derecho de marcharse cuando le diera la gana, o al menos, la falsa ilusión de alguien que se siente libre y fuera de peligro le hizo creer eso. La idea de estar junto a su familia lo entusiasmó, pensó que todo había terminado el día que escapó, pero luego la realidad le explotó en la cara y fue consciente de que el suplicio apenas comenzaba.

«¿Está bien si te llamo por tu verdadero nombre, Sebastián?» le había preguntado días atrás aquel hombre que estuvo cerca de morir junto a él, cuando eso ocurrió, el miedo lo invadió y lo dejó paralizado, en ese momento quiso levantarse y huir, pero su cuerpo no se coordinó con sus pensamientos; se quedó quieto y aturdido ante la revelación abrupta que acababa de ser develada a través de una pregunta. Se dio cuenta de que el hombre que decía llamarse Salvador, no había dejado de verlo ni un solo momento, le sostenía la mirada y lo analizaba con una minuciosidad que lo desconcertaba. La mente de Sebastián se turbó con inquietudes y preguntas. «¿Por qué sabía su nombre? ¿Cómo lo había investigado? ¿Quién era realmente ese extraño que tenía frente a él?»

En algún momento aquel hombre al que le salvó la vida dejó de mirarlo y analizarlo y comenzó a sonreír cabizbajo, quizá fue porque logró percibir el pánico que sentía, desde ese día, Sebastián no podía quitarse esa mirada tan intensa de sus pensamientos, tampoco, podía olvidar las palabras que le había dicho segundos después «No me tengas miedo, por favor, no voy a hacerte daño». Pero cómo podía confiar en un completo desconocido luego de todo lo que sucedió, si una persona que por tantos años consideró parte de la familia lo había engañado, qué podía esperar de un extraño que misteriosamente estaba secuestrado en el mismo lugar que él y que por razones que desconocía, sabía su nombre. Para su sorpresa, ese hombre lo conocía más de lo que esperaba y con lo que le dijo a continuación, terminó por ganarse al menos, el beneficio de la duda «Sé que quieres un chingo a tu padre y yo te puedo ayudar a que lo salves, déjame demostrarte que estoy de tu lado».

Trilogía Amor y Muerte I: El Hijo PródigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora