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7 días después

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7 días después.


Cuando el reloj de la plaza principal indicó que eran las tres de la tarde, las campanas de la parroquia de Santiago Apóstol sonaron en un toque de clamor, se trataba de un sonido que nadie quería oír, pero en los últimos años, esa tétrica resonancia se había vuelto común. Era un toque lento y sobrecogedor que anunciaba la muerte, Sebastián Meléndez era el difunto al que se le honraba aquella tarde. En la iglesia no cabía ni un alma más, señoras con su rebozo negro y rosario en mano lloraban la muerte de aquel joven inocente, los caballeros se quitaban el sombrero y con la cabeza agachada oraban por su eterno descanso, los niños veían expectantes de un lado a otro sin entender qué era lo que pasaba. Al frente, la familia Meléndez oía en silencio las palabras que el sacerdote pronunciaba y afuera, cientos de reporteros, camarógrafos y fotógrafos aguardaban con respeto a la espera de la nota. Así era la despedida del joven del que todo México habló el último mes.

Debajo del altar, en la parte central de enfrente, había una pequeña urna de oro florentino que guardaba los únicos restos que se pudieron identificar del cuerpo de Sebastián, la fotografía del sonriente joven ataviado en un traje negro, era mucho más grande que la urna. La ceremonia religiosa sería el único evento público en el que los restos de Sebastián estarían presentes, la familia había pedido respeto a su luto y a la memoria del muchacho, algunos pensaron que con la muerte del hijo de Hilario Meléndez el asunto quedaría olvidado, sin embargo, todo lo contrario ocurrió; las extrañas circunstancias en las que el joven murió avivaron más las suspicacias, teorías y habladurías.

Cuando una persona muere, los días consecuentes se le suele recordar con nostalgia y amor, y en los pueblos como en el que Sebastián Meléndez había nacido, se acostumbraba a rezar un novenario para acompañar a el alma del difunto en su camino al reino de los cielos, luego de eso venía lo inevitable: la resignación que hace que la vida siga su cauce, los recuerdos vagos e intermitentes de lo que un día fue, para luego, llegar al final que la muerte marcaba, el olvido. La historia de los pobres desgraciados que eran víctimas del crimen organizado, terminaba con su muerte y solo se convertían en una estadística más, con Sebastián fue diferente, su historia en aquel municipio tomó más relevancia justo el día que su muerte se hizo oficial.

Los únicos periodistas que aquella tarde se encontraban dentro de la iglesia eran Karla y Emiliano, y ese día no ejercían su profesión, en el último mes habían forjado una amistad con Denisse Meléndez por lo que no la acompañaban para buscar la nota, la acompañaban en su dolor. A la joven periodista la invadían sentimientos contradictorios, su corazón se comprimía cada vez que recordaba que los familiares de Sebastián le lloraban solo a un par de dedos, las palabras no alcanzaban para entender la dimensión de esa locura, un joven había sido asesinado en una explosión de gran magnitud que desmembró todo su cuerpo; el porqué era impensable, el cómo era aterrador.

Todos estaban dolidos, tristes y sorprendidos por el final que el caso de Sebastián Meléndez había tenido, la opinión pública había explotado contra las autoridades, la gente salió a las calles para expresar su dolor, se organizaron marchas en los treinta y un estados de la república y la Ciudad de México, los grupos de autodefensa aumentaron en cantidades exorbitantes y, así como el gobierno había utilizado a Sebastián como una caja china para minimizar el caso de corrupción del secretario de educación, ahora intentaban que otros temas se hicieran virales para que el caso del hijo del aspirante a la alcaldía del municipio de la muerte quedara en el olvido; fracasaron, el caso seguía más vivo que nunca.

Trilogía Amor y Muerte I: El Hijo PródigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora